Una vez terminada la sesión surgen las inevitables comparaciones, algunas más interesadas que otras, evidentemente; en todo caso, la finalización de una temporada supone siempre un buen momento para echar las cuentas, quién sabe si con la intención de posar los pies en el suelo tras haberlos tenido en el aire durante 10 largos meses.
La obtención de su cuarto mundial por parte de Sebastian Vettel, circunstancia que le coloca a la altura de mitos como Michael Schumacher (con 7), Juan Manuel Fangio (con 5) y Alain Prost (con 4), todos ellos pilotos que en las respectivos momentos que les tocaron vivir dejaron atrás la frontera de los 3 títulos a sus espaldas, ha supuesto además, un aliciente extra que ha fomentado entre aficionados y prensa especializada la rápida exploración de nuestra historia en aras de contrastar estadísticas y récords. Pero, ¿es posible hacer comparaciones?
Desde que en 1950 se diera inicio a lo que hoy conocemos como Campeonato Mundial de Fórmula 1 —al menos en lo concerniente a pilotos, ya que el de Marcas se estrenaría años más tarde, en 1958—, nuestro deporte ha conocido diferentes etapas marcadas por la normativa técnica correspondiente y por la propia densidad de participantes y pruebas. Así las cosas, numéricamente hablando sería posible intentar establecer comparaciones, aunque el sano juicio seguramente nos recomendará que lo hagamos con mucha cautela.
Conforme se iban quemando esas etapas a las que aludíamos antes, se ha podido observar que el peso de las responsabilidades en una actividad tan compleja como la Fórmula 1 se ha ido trasladando del piloto, auténtico artífice de las gestas durante la década de los 50 del siglo pasado e incluso en las siguientes, al equipo, con el vehículo siempre como protagonista principal, lo que no quiere decir, ni mucho menos, que el conductor sea actualmente menos importante, sino que éste interviene de una manera muy diferente a como hacían años antes Alberto Ascari, Graham Hill, Jack Brabham, Jackie Stewart, Niki Lauda, Gilles Villeneuve o el propio Ayrton Senna, por citar sólo algunos de una extensa panoplia cuya pormenorización se escaparía de las lindes de estas líneas.
Sea como fuere, el Mundial de Pilotos valora sólo a estos y son ellos quienes se significan un año tras otro como los exponentes más diáfanos de la Fórmula 1, independientemente del valor que le demos a su escudería y vehículo, en un escenario que además muta según sean las necesidades planteadas por la normativa técnica y deportiva.
Podríamos decir que el piloto queda aunque lo demás se modifique, y aquí entiendo yo que radica el quid de la cuestión que lleva a muchos a cometer el error de comparar números y logros sin atender a las circunstancias en que se originaron, ya que los pilotos no son exportables, como en el fondo, tampoco lo son ni los monoplazas ni las escuadras, ni por supuesto las expectativas que tenían depositadas en la actividad los equipos de mediados de los 80 del siglo pasado con respecto a las que puede barajar una de las integrantes de la parrilla de 2013, por poner un sencillo ejemplo que entendemos todos.
Dicho esto, lo mejor que podríamos hacer sería evitar la tentación de hacer comparativas, pero como esto resulta en la práctica imposible, convendría que las hiciésemos desde la consciencia de que cada momento de la disciplina suma o resta a esa comparación.
En este sentido, jamás deberíamos tratar de establecer paralelismos (es una opinión) entre un Fangio y un Vettel. El primero corría en solitario durante bastante más tiempo del que corre en la actualidad el segundo, después de haber recibido las instrucciones de su equipo y viéndose obligado a gestionarlas tras haberlas interiorizado. La radio, esa gran aliada de los pilotos modernos, no existía, y el conductor era el auténtico rey sobre la pista, pero un rey sordo. Debía entender cada señal que le daba su monoplaza y atender a resolverla o acentuarla según fueran las posibilidades del coche.
¿Quiere esto decir que Vettel es peor que el chueco? En absoluto. Seguramente el de Balcarce se habría vuelto loco intentando controlar todas las variables que tiene que satisfacer Sebastian durante una prueba. El argentino manejaba un auto, Seb forma parte indispensable de un sistema que exprime un monoplaza.
Abría esta entrada aludiendo a la manía que nos entra de hacer comparaciones cuando termina una temporada y al riesgo que conlleva ese ejercicio, y no quiero terminar este artículo sin mencionar que en mi humilde opinión, lo bonito de la Fórmula 1 radica en entenderla, pero no como fenómeno exclusivo y a la vez excluyente para los profanos, sino como un todo poliédrico en el que cada etapa dispone del nombre de un piloto para reconocerla.
El hombre, el conductor, supone la firma de un recorrido que pasa por entender que hay un reglamento que cumplir sobre unos circuitos determinados, con una máquina concreta que lucha con otras más o menos similares, y vence o fracasa batiendo de paso tal o cual récord. Sebastian Vettel es el nombre que sustantiva este inicio de década. Dejémosle estar, veamoslo en estado puro y si hace el caso, comparemoslo con lo que puede ser comparado pero atendiendo al marco que le ha tocado vivir, porque la Fórmula 1 no tiene por qué ser mejor ni peor, le vale con ser distinta.
No sé lo que opináis, pero en todo caso, la valoración de la temporada 2013 pasa inevitablemente por entender que como consumidores legítimos del espectáculo que supone la F1, también tenemos mucho que decir y mucho sobre lo que comparar, siempre y cuando la valoración pase por comprender que hay cosas que son sencillamente distintas y que por tanto, entre ellas no caben comparaciones.
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