Pensadlo por un momento. Una ciudad es per se un ente ineficiente. Consume recursos y genera toneladas de desechos. Los humanos tenemos la manía de vivir en ciudades – el 75% de la población mundial vivirá en ciudades en 2030 – y además tenemos la mala manía de usar nuestro coche para desplazarnos. El tráfico ya es uno de los principales problemas en urbes como Beijing o Sao Paulo, y también causa grave contaminación en Madrid o Barcelona. El Big Data se nos presenta como la solución del futuro, un arma para crear urbes más inteligentes.
¿Qué es el Big Data?
Es la pregunta clave para desarrollar el artículo que se despliega ante vosotros. Se trata de un conjunto de datos generados a partir de interacciones en redes sociales, nuestras interacciones con nuestros smartphones y la multitud de sensores ubicados en dispositivos conectados a Internet. Este conjunto de dispositivos conectados – como por ejemplo las cámaras de tráfico o los sistemas de vigilancia de la contaminación mediante sensores de calidad del aire – forman el «Internet of Things», o el Internet de las cosas.
Lo que antes eran sistemas aislados, cuya información tenía un único propósito, hoy reciben una segunda vida gracias a su conexión a Internet. Toda la información y datos recogidos forman el Big Data, un conjunto de datos que las ciudades deberían usar para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Las ciudades deben dejar de ser un ente reactivo, y pasar a ser un ente proactivo. Un ente que pueda anticipar las necesidades de la ciudad, antes de que se produzcan. Serán necesarias grandes inversiones, que serían recuperadas con creces.
Pensad por ejemplo en el tráfico.
¿Cómo nos puede ayudar el Big Data?
El Internet de las Cosas puede ser una herramienta maravillosa si se usa correctamente. Pensad en una manifestación que se esté organizando por Twitter. Una ciudad inteligente advertiría la formación de esta manifestación y establecería cortes de tráfico con antelación, para que a nadie le pille por sorpresa al girar una esquina en su coche. Otro ejemplo: una ciudad inteligente despachará un camión de basuras a una zona en la que se esté acumulando más basura de la cuenta, por un evento cercano.
Son dos ejemplos tontos, que hoy en día consumen cientos de horas-hombre, y podrían automatizarse al completo, sin margen para el error humano. La idea básica tras el Big Data es la eficiencia, tanto energética como en tiempo, para los habitantes de la ciudad. Un sistema conectado de gestión del tráfico podría salvarnos de decenas de horas perdidas al día por atascos, despachando unidades de policía allá donde son necesarias o programando restricciones de tráfico en zonas que no perjudiquen al conjunto de la ciudad.
Los semáforos estarán dotados de sensores y las cámaras de tráfico pueden ser más inteligentes, detectando volúmenes crecientes de tráfico. Esto es una utopía en muchas ciudades, pero en Glasgow (Escocia), ya se están tomando el Big Data en serio: las cámaras de vigilancia – antes usadas sólo para prevenir el crimen – ya son capaces de monitorizar el tráfico y la iluminación de las calles (Forbes). Es sólo una de las mejoras que convertirán Glasgow en una ciudad más eficiente y conectada.
De esta manera, nadie se quejará de que una luz lleva semanas fundida o de que constantemente se producen atascos en una calle debido a que una obra está ocupando parte de la calzada. Pensad también en las mejoras para la seguridad ciudadana o el aprovechamiento energético. ¿Por qué no apagar las luces de zonas en las que no pasa ninguna persona o vehículo, y encenderlas sólo cuando se aproxime? ¿Por qué no analizar el sentimiento de la ciudadanía y prevenir episodios de descontento con un gran coste social?
¿Y qué hay de la movilidad?
La infraestructura conectada es vital para la implantación de proyectos de futuro, como el coche autónomo, pero hay mucho trabajo por delante. En un mundo utópico, pero no lejano, la infraestructura se comunicará con el coche, por ejemplo para transmitirle información acerca del tráfico. Los semáforos enviarán su señal al coche, diciéndonos cuánto tiempo permanecerán en rojo. También podrá redirigir las rutas de transporte público en función del tráfico o aumentar la frecuencia de las rutas ante picos de utilización.
En un futuro que se plantea cargado de restricciones a la movilidad en grandes ciudades, es vital una buena gestión de la movilidad y las infraestructuras. La interconexión con los vehículos será vital para el uso masivo del coche autónomo. Hoy por hoy, los coches autónomos necesitan estar atentos de todo lo que sucede a su alrededor. En un futuro, podrán conectarse a una red urbana, una smart grid que guiará su navegación y movimientos. Una implantación para la que aún quedan años, pero que llegará.
No estará exenta de retos y quebraderos de cabeza – incluso corremos peligro de caer en una distopía social – pero hará que nuestras ciudades sean parecidas a la ciudad del año 2030 que mi compañero Luis Ortego describía en su brillante artículo.
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