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Crónica de cómo un Trabant puede atravesar Europa... no sin problemas

Tengo al menos un par de amigos que deberían leer (puesto que están interesados en un Trabant) el siguiente relato que me han enviado por mail hace unos días. Se trata de un chico español que se va por motivos de trabajo a Berlín, y decide emprender la vuelta a nuestro país a bordo de un flamante Trabant 601, coche al que en Diariomotor tenemos un especial cariño. El texto es largo pero merece la pena, hace que te sientas cómplice de la ilusión y problemas que puede llegar a ocasionar un Trabi. De todas formas, ni se os ocurra comprar uno teniendo pocas dotes para la mecánica. Por cierto, si alguno de vosotros conoce a este héroe, nos gustaría poder charlar amigablemente con el acerca de su experiencia.

“Pues sí, como ya había predicho cientos de veces sin convicción alguna, acabé comprando uno de esos enrevesados aparatos comunistas y el resultado difícilmente se podría resumir en unas pocas frases, de manera que quien tenga intención de leer este e-mail entero sepa que se expone a un laaargo relato de mis andanzas durante la última semana.

Empecemos por el principio:

Mi situación económica no permitía grandes planes de futuro en aquella adictiva urbe, mi cabeza desbordaba ideas imposibles que se mezclaban con grandes sueños, esperanzas e incluso algún resquicio de obra maestra en un vano intento por encontrar una solución plausible para alargar mi estancia. No pudo ser. El retorno a la cruda realidad se acercaba de forma irremediable y mis esperanzas se iban diluyendo al compás de los últimos días del año que parecían amontonarse pasando de dos en dos. No hay más solución, con resignación decido darme por vencido y poner en marcha la maquinaria para volver a casa. Comienzo por llamar a mi antiguo jefe y aceptar la jugosa oferta que unas semanas antes me había lanzado, empiezo a dar a conocer mis intenciones de volver y no sin gran trabajo logro mostrarme firme antes las suplicas e intentos de todos por lograr que me quede (Gracias a todos, yo también quería quedarme).

Por el momento me resisto a poner una fecha y a buscar una forma de volver, pienso apurar todos los cartuchos. La realidad acaba por atizarme un nuevo golpe de cordura recordándome que el tiempo se me acaba, esta bien, lo sé, agacho las orejas ante la falta de razones que alegar en mi defensa. Pero no
pienso abandonar esta vida berlinesa sin un último acto de destreza. Haciendo acopio de todos los medios a mi alcance, comienzo la búsqueda de lo que será mi forma de volver. Un Trabant. Es viernes 16 de diciembre y comienzo a buscar, tengo bastante claro lo que quiero, un Trabant 601 de al menos 25 años, Tüv (ITV) al día y a un precio accesible para mi más que degradada economía.

No hay suerte, tras largas horas buscando en Internet, demasiados € invertidos en revistas, periódicos, etc. no logro encontrar nada que se acerque en absoluto a mis exigencias; con decepción comienzo a descartar la idea.
Por una vez, la providencia juega a mi favor y deja caer ante mi un italiano despistado con una revista bajo el brazo y… ¡BINGO! Ahí está lo que busco.
A partir de ese momento todo adopta un ritmo frenético, tras localizar al dueño consigo quedar al día siguiente (lunes) a las 19:00 horas El anuncio no tiene foto así que no sé lo que voy a encontrarme.

Trabant

El coche resulta estar en perfecto estado, el precio es bueno pero no tiene Tüv. La buena apariencia del coche merece el riesgo y salgo allí montado en mi nuevo Trabi. Paso el martes preparando un poco el coche y pasando el Tüv (la
racha de suerte sigue imparable y lo pasa a la primera). Dedico toda la mañana del miércoles a hacer los papeles y la tarde a preparar el equipaje. Es jueves 23 y a las 7:30 de la mañana salgo disparado en dirección Frankfurt, llevo a Andrea hasta su pueblo que se encuentra a 600km de Berlín, Tener compañía al menos durante el primer cuarto del viaje es de agradecer debido a la ausencia de radio, cassete o cualquier otro dispositivo de sonido, cuya instalación resulta de extrema dificultad debido a la extraña constitución del vehículo.

El coche va como un rayo y a excepción de un par de detalles sin importancia parece que va a estar a la altura del viaje que hemos comenzado. El cansancio acumulado de los últimos días se hace notable durante el primer día de viaje, las últimas noches de despedidas con sus únicamente 2 horas de cama pasan factura. Al llegar a su destino, Andrea y su familia me invitan a comer, lógicamente tras mas de 7 horas de viaje, acepto de muy buena gana. La exquisita comida y su correspondiente digestión, no hace más que incrementar la sensación de fatiga que se ha vuelto ya casi insoportable. Con la seguridad como razón, acepto la propuesta y me quedo a dormir unas horas, al ritmo de viaje de esta jornada tengo tiempo más que suficiente para este descanso.

Tras una reconfortante siesta de unas 5 horas me despido para continuar mi ruta a través de Francia, son las 12:30 de la noche y estoy totalmente despejado como para conducir durante prácticamente toda la noche. La alegría dura poco y tras cruzar la frontera, unos 200km desde que reemprendiese la marcha, los ya escasos 26 CV de mi maquina parecen reducirse a la mitad. Paro a echar un vistazo y decido rápidamente que se debe a que las bobinas se han humedecido, está lloviendo a mares y las cortinas de agua que levantan los camiones inundan todo el motor. Las aíslo con una bolsa de plástico; a partir de ahora la comida que había comprado para el viaje campara a sus anchas por el asiento trasero del coche.

La reparación parece efectiva, el coche marcha a la perfección. A la perfección…. sí, pero sólo durante 70km. El Trabi parece haber perdido la ilusión por avanzar y me desplaza a unos ridículos 50km/h. La seguridad de que el sólo recuperará la fuerza si me mantengo alejado del agua que levantan los camiones me hacen circular en ese estado durante casi 2 horas, tras la cuales me dispongo a echarle un nuevo vistazo. Media hora de investigación e intentos de devolverle los caballos perdidos me hacen llegar a la conclusión de que el problema es que el cable de una de las bujías no funciona orrectamente. Paso las siguientes horas apostado en mi coche delante de una tienda de repuestos que casualmente he encontrado; abren a las 8 así que tengo 2 horas para descansar.

El intento de dormir en pleno diciembre en un coche de tan escaso aislamiento térmico sólo me sirve para despertarme tiritando; el ligero entresueño en el que he logrado sumirme me ha hecho recapacitar y ya no tengo tan claro el diagnóstico de la noche anterior, no obstante decido entrar a la tienda para buscar un nuevo cable de bujía y descartarlo. La tienda resulta tener únicamente repuestos de camión, así que cuando salgo, echo mano de las pocas herramientas que tengo (no creeríais que iba a bajar sin comprar una caja de herramientas…) y me dedico a soltar repetidas veces el carburador. El fallo tampoco está ahí.

El coche parece fallar más esta mañana, a trompicones me dedico a vagar por la ciudad en busca de un taller. Finalmente encuentro un minúsculo taller con una también minúscula tienda de recambios. Con imaginación, consigo encontrar un cable que puedo adaptar a mi enfermo coche (obviamente nadie vende recambios de Trabant en Francia). Tal y como sospechaba, el coche apenas mejora.

Es imposible seguir viajando así, me dedico durante varias horas a investigar y descartar todo cuanto se me ocurre que puede fallar, nunca he tenido entre manos un engendro semejante, razón esta que dificulta mi tarea. Cuando casi estoy al borde de la desesperación, descubro el que parece ser el origen del problema. Monta un arcaico sistema de encendido de platinos que parece haberse desajustado. Necesito varias horas para descubrir su funcionamiento y lograr con mis escasos medios un ajuste impreciso, el motor no va totalmente bien pero permite que el coche alcance los 80km/h.

Trabant

No podía ser tan fácil la cosa, por alguna extraña razón que aún no he logrado comprender, el encendido se desajusta constantemente a intervalos entre los 30 y los 50km. Empiezo a perder la paciencia, estoy perdido en medio de Francia, son las 19:00 y llevo todo el día ajustando una y otra vez el encendido, el coche se empeña en pararse en los peores sitios autovías, cruces, carreteras muy estrechas…

Es día 23 de diciembre y sólo he logrado hacer algo menos de 300km, llevo 2 días en el coche, sin calefacción, sin música, con averías constantes… Mi moral está por los suelos, apenas he comido por la angustia y los nervios y me siento totalmente agotado y desilusionado. Parece ser que tras no haber aceptado varias invitaciones para pasar la Nochebuena en Berlín, Bayern y algún sitio más finalmente voy a pasarla solo en carreteras francesas muerto de frío y cenando bocadillos de mortadela.

En estas situaciones, cuando sabes que sólo tú puedes sacarte del apuro, es cuando realmente sacas todo tu potencial, no hay tiempo ni lugar para la depresión, la angustia sigue ahí, el nudo en el estómago y las lágrimas en los ojos, la sensación de desamparo tampoco te abandonan, pero sigues luchando. Tal vez la suerte, la casualidad o la mayor concentración, hacen que
el coche comience a responder de forma mas duradera tras la última reparación, cuando estaba pensando en tirar la toalla. Llevo casi 200km seguidos y son las 2 de la mañana, el coche anda, pero llevo horas sin encontrar una gasolinera abierta. Es el momento de volver a acampar, pero esta vez frente a una gasolinera. El frío hoy es mayor, pero mi cansancio extremo me permite dormir casi del tirón a pesar de las temperaturas bajo cero.

Es ya día 24, me quedan aún aproximadamente 1000km y no tengo gran confianza en la respuesta de mi travieso compañero de aventura. Son las 7 de la mañana y la gasolinera acaba de abrir, el reparador sueño me ha despejado y la lucidez llega a mi cabeza, tal vez con gasolina de 98 octanos…

El precio es algo mayor, pero el resultado es más que satisfactorio, este combustible con una mezcla algo más alta de aceite parece ser mucho más estable, las explosiones son más controladas, el motor suena más fino y llega a alcanzar los 100km/h. Lo mejor de todo es que recorre otros 200km antes de fallar de nuevo. Cada kilómetro que me acerco a casa es como una pastilla de valium, a pesar de la tensión acumulada y el estrés de tener un ojo en la carretera y el otro en el mapa, un oído en el ruido del motor y el otro en los
ruidos exteriores y la cabeza congestionada por mil pensamientos enredados. La siguiente reparación me desvela que además del condenado encendido, también la dirección esta haciendo de las suyas, la alineación no es buena y en menos de 1500km me he merendado las ruedas delanteras hasta el punto de suponer un grave riesgo para mi seguridad. Por suerte, llevo en el maletero dos ruedas que aunque en un estado bastante malo, están mejor que las que llevo montadas. Si el desgaste sigue a este ritmo tendré que pasar las ruedas de atrás a la parte delantera antes de salir de Francia.

El asunto mejora y mi estado de ánimo lo hace a su vez, aunque sigue fallando esporádicamente y elige los peores sitios para hacerlo, las reparaciones duran más tiempo y el rendimiento es casi perfecto entre una reparación y otra. Estoy llegando a Burdeos y con sorpresa descubro que las lágrimas resbalan por mis mejillas, la tensión que tengo acumulada se esfuma lentamente y comienza a aflorar junto con la alegría de acercarme a casa la inmensa pena de saber que mi aventura en Berlín ha terminado. Los recuerdos de todo lo vivido me asaltan, las caras de los amigos que quedan allí, todos los proyectos que han quedado atrás…

Las largas horas de soledad y extraños pensamientos de los últimos días han derivado en complejas conversaciones con el cocodrilo de peluche que me acompaña, ya incluso le oigo hacer los coros de las canciones que canto constantemente para vencer al aburrimiento. Como en casi la totalidad de los pueblos y ciudades que he cruzado durante estos últimos días, también en Burdeos me pierdo, la pésima señalización de las carreteras francesas resulta a veces desquiciante, el encontrar una salida en la dirección deseada se convierte a veces en una compleja tarea. La ventaja de llevar un coche como este, se me muestra en esta ciudad, cuando un nostálgico alemán de la DDR me para para hacerme algún comentario sobre el coche, aprovecho la ocasión y le pido indicaciones, por fin alguien me habla en un idioma en el que puedo entender algo.

Consigo encontrar la salida, pero el tiempo se me echa encima, ya casi huelo el turrón y sería una pena llegar demasiado tarde estando a tan relativamente pocos kilómetros. Opto por tomar la autopista, aunque mi presupuesto para el viaje ya ha sido sobrepasado con creces no puedo vencer las ganas de llegar cuanto antes. Con frecuentes paradas para revisar el estado de los neumáticos (no quiero matarme a estas alturas del viaje) el avance continua imparable, ya sólo me quedan 100km para cruzar la frontera, ¡VOY A LLEGAR!

No podía ser tan bueno, el corazón me da un vuelco cuando de pronto el motor de mi vehículo se queda totalmente bloqueado, como a cualquier persona que entienda un poco, se me cae el alma a los pies ya que inmediatamente comprendo lo que ese ruido significa. Aunque tengo claro que no va a hacer ni mención, insisto con la llave en el arranque, efectivamente, un ahogado ¡Klack!” confirma mis sospechas. Empujo el coche unos 10 metros sin gran esfuerzo, el escaso peso del coche y la práctica adquirida en los últimos días lo hacen una tarea fácil. De un sólo gesto salto del coche con la herramienta en la mano y suelto las bujías llenando los cilindros de aceite en un desesperado intento por lograr enfriarlos y que recuperen la movilidad.

Cuando la nube de humo se hace menos densa, descubro que tan sólo uno de los 2 cilindros se ha quedado gripado y un resquicio de esperanza aparece cuando descubro que el motor gira de nuevo al accionar la llave. El motor arranca soltando una nueva nube de humo que hace desaparecer la carretera, manipulo el hueco del motor para lograr una mayor ventilación y me pongo en ruta con la esperanza de que al menos conserve la mitad de la potencia.

Aunque el rendimiento es ligeramente inferior, el coche parece haber sobrevivido y a una velocidad cercana a los 100km/h me lleva hasta la frontera. Lo he logrado, aunque la cosa se torciese ahora, siempre podría llamar a alguien para que me recogiese. Un comentario gracioso sobre mi coche y una amable respuesta por mi parte parecen convencer a la policía fronteriza de que no vale la pena registrarme. Un registro metódico hubiese supuesto la posibilidad de no llegar a cenar, después de tantas aventuras. Son más de las 7 de la tarde y tengo el tiempo justo para llegar al pueblo.

No puedo evitar hacer algunas llamadas para avisar de mi llegada ya que nadie sabía de mi vuelta, aún así, me encargo de que el asunto siga siendo más o menos secreto. Son casi las diez de la noche cuando por fin aparco delante de casa, el Olentzero está a punto de venir con sus habituales harapientos ropajes, pero mi llegada casi eclipsa su aparición y la atención que se centra en mi extraño coche casi hace a la gente olvidarse por un momento de sus materialistas adquisiciones envueltas en coloridos papeles.

Lo he logrado, por fin estoy en casa. Solo quiero cenar y olvidarme de todo hasta la mañana siguiente.”

En Diariomotor: El Trabant, del orgullo a la decadencia, Buscando coche barato, El Trabant más largo del mundo, Triple Trabant: El Trabant autobús.

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Jorge Freire

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