La semana pasada la Canciller alemana Angela Merkel dió luz verde al proyecto e-mobility Berlin, una experiencia piloto que instalará 500 puntos de recarga para vehículos eléctricos en la capital alemana. El proveedor de energía RWE se encargará de instalar las estaciones de carga, mientras que Daimler, partner del proyecto, pretende que a finales de 2009 más de 100 Smart fortwo eléctricos circulen por Berlín de forma limpia, emitiendo 0 g de CO2 en conjunto.
Alemania es el mayor productor mundial de energía eólica, por tanto Daimler publica una fotografía de su Smart eléctrico bajo un gran aerogenerador en movimiento, parte de la energía consumida por estos Smart procederá de fuentes totalmente renovables. El proyecto está financiado en su mayoría por fondos públicos debido a su potencial para el estudio de infraestructuras sostenibles y respetuosas con el medio ambiente.
RWE y Daimler también colaboran entre sí, desarrollando un sistema inteligente de cobro. Un protocolo de comunicación entre el punto de recarga y el Smart asegura el pago automático de la electricidad a repostar. Dado que estas estaciones de energía cuentan con una mayor potencia que una red eléctrica casera, el proceso de recarga de los vehículos eléctricos rondaría los 10 o 15 minutos de media.
Este proyecto también tiene detractores, cuyo núcleo principal de protesta se halla en la sostenibilidad a gran escala de esta infraestructura. Asociaciones ecologistas como Greenpeace ya han calificado esta elogiable iniciativa y al Smart eléctrico como Klimaschweine, “cerdos climáticos”, de manera similar a como hicieron en su día con algunos tragones SUV. ¿Paradójico? Todo tiene su explicación, y esta se encuentra en la fuente de la energía eléctrica suministrada por RWE.
Como la mayoría de proveedores de energía, RWE obtiene parte de su energía de fuentes renovables, pero la gran mayoría de electricidad procede de la combustión de carbón en enormes centrales térmicas. Greenpeace alega que simplemente estamos sustituyendo gasolina por carbón, y que la red eléctrica de un país como Alemania se vería saturada de tener que alimentar todos los días a millones de vehículos eléctricos.
Éste es precisamente el mayor reto al que se enfrentan los vehículos eléctricos tras la falta de infraestructuras de recarga. De nada vale que nuestros coches no emitan un gramo de dióxido de carbono si tenemos que incrementar de manera muy importante la carga en un sistema eléctrico que, como el de la mayoría de países desarrollados, obtiene electricidad de combustibles fósiles como el carbón, el gas natural o el petróleo.
Lo ideal sería proveer a estos vehículos de energía procedente de fuentes totalmente renovables. En España, con la gran cantidad de horas de sol que disponemos al año, lo ideal sería crear una instraestructura sólida de energía solar, complementada con energía eólica y la actual dotación de energía hidráulica. E inevitablemente nos damos de bruces con la lentitud administrativa, operativa y burocrática de estos procesos.
Sin embargo, como ocurrió en California con la Clean Air Act y los coches eléctricos, si la necesidad aprieta, el proceso se acelera. Quiero pensar que la situación se resolverá sin tener que recurrir a este tipo de infraestructuras de forma brusca y repentina por una necesidad imperiosa de energía, en lugar de una transición ágil y escalonada.
Otro problema de los coches eléctricos es su proceso de fabricación y reciclado al fin de su vida útil. Las baterías de un eléctrico se compondrán de litio fundamentalmente (por suerte hemos abandonado las baterías de plomo-ácido y las Ni-Cd) y este metal requiere de un proceso de fabricación que no es rentable a menos que se efectúe a gran escala. A más producción, menor coste unitario de cada batería individual.
Ello abarata el precio final del producto y mejora el proceso de fabricación, más eficiente. A la vez, masifica el producto. Por tanto surge la necesidad imperiosa de empezar a establecer protocolos de reciclaje, para desensamblar las baterías al final de la vida útil de los vehículos e impedir que contaminen el medio ambiente. No me quiero imaginar los graves problemas que tendríamos de contaminarse ríos y mares con baterías desechadas, y no precisamente de un tamaño teléfono móvil.
En resumen, los eléctricos tienen un enorme potencial, y a lo largo de la próxima década la balanza se inclinará hacia estos últimos o hacia la propulsión por hidrógeno. Ambos tienen ventajas claras (cero emisiones) y desventajas patentes. ¿Qué opináis? ¿Será finalmente un triunfo para los eléctricos o un triunfo para el hidrógeno?
Vía: treehugger
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