Desde que los escombros del estallido de la burbuja inmobiliaria salpicaran la vida de la mayoría de nosotros en forma de crisis, las cifras de ventas de automóviles son noticia obligada en la mayoría de los medios, no solo en los relacionados con el automóvil. Todos los principios de mes se cumple el rito de transcribir los comunicados en los que se da cuenta de la cantidad de vehículos de turismo que se venden en España.
Algunos, con más iniciativa, se atreven incluso a mirar con sus propios ojos los datos que aportan los organismos que se encargan de contabilizar la buena o mala salud del mercado automovilístico nacional. Tras el análisis de rigor (que no necesariamente riguroso) sobre la evolución del paciente, la vida sigue y otras nuevas acaparan el interés de medios y lectores. Ya no habrá más noticias al respecto hasta el mes siguiente.
El ejemplo más sangrante lo hemos sufrido a comienzos de este mes de septiembre: se echaban las campanas al vuelo porque las cifras de ventas de vehículos de turismo (muchas veces acompañada por la absurda coletilla de “y todo terrenos”) se habían disparado hacia el firmamento nada menos que un 18%. En realidad, una limosna si tenemos en cuenta el nivel real de ventas en el que nos encontramos tras las caídas de estos últimos dos años. Y sin perder de vista que el acumulado anual respecto al año pasado se sitúa en un -28,6%.
Unos datos que aportan muy poco a la visión económica global del país si tenemos en cuenta que están sesgados por el mal traido y pero llevado Plan 2000E; mejor dicho, por la posibilidad de que el plan de marras se quede sin aliento antes de lo previsto.
Pero, ¿qué ocurre si revisamos los datos una vez pasados sus “15 minutos de fama”? Transcurridos unos días nos encontramos con la desagadable sorpresa de las cifras de ventas de vehículos comerciales, y el panorama que empezaba a teñirse de verde (un poco pálido, eso sí) vuelve a pintarse gris y sombrío. Y es que las ventas de este tipo de vehículos registró el pasado mes de septiembre un descenso del 20,8%, contribuyendo a un acumulado anual de -44,6% respecto al año pasado, que ya de por sí resultó nefasto.
Números terroríficos que no hablan de coches, sino más bien de herramientas de trabajo y que, muestran, de forma más fidedigna, el desastre económico en el que cierta clase de indiviudos (muy aficionados a coches de gama alta, de los que aparecen en la otra estadística) han sumido a España.
Cuando estos guarismos subían como la espuma (augurando el desastre en el que ahora nos encontramos) se recurría a ellos para demostrar un crecimiento económico fulgurante que, tal y como avisaron algunos entendidos, difícilmente se podía sujetar por mucho tiempo. Ahora que han perdido brillo, resulta más tranquilizador esconderlos tras datos que resulten políticamente más vistosos. Esperaremos a los nuevos datos de principos de cada mes, que van a resultar de lo más interesantes cuando se acaben las ayudas estatales.
Vía: Anfac
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