Cuando el actual presidente de los Estados Unidos llegó al poder, cometió el error (quizá uno de los más graves de su carrera) de retirar todas las ayudas gubernamentales destinadas a seguir desarrollando el hidrógeno para automoción. Un jarro de agua fría que condenaba al coche de hidrógeno a una vía muerta, dejando la pista libre para el automóvil eléctrico de baterías. Hasta el propio secretario de energía, Steven Chu, lo vió tan claro que no tuvo remilgos en afirmar rotundamente que estaba dispuesto a poner “hasta su último céntimo en el coche eléctrico”.
Sin razones técnicas medianamente sólidas que avalaran esa absurda decisión, es de suponer que Obama tomó ese camino en un torpe intento de distanciarse lo más posible de su antecesor, el inefable Bush, llevado en volandas hasta la Casa Blanca por obra y gracia de las companías petrolíferas.
Tras el desaire inicial, imagino que analizaron la situación con más detenimiento, dándose cuenta que es absurda toma de posición acabaría acercándoles demasiado a otro tipo de depredadores aún más peligrosos: las compañías eléctricas (recuerden a Enron, pero no se olviden de algunas más). Tan cerca, que posiblemente acabarían debajo de ellas.
En vista del panorama que se les podía presentar, les ha sobrevenido un ataque de cordura y han optado por restaurar las ayudas que en su día denegaron. De momento, 187 millones de dólares vuelven a la caja de donde nunca debieron escapar, la del hidrógeno. Jerome Hinkle, vice presidente de la National Hydrogen Association, se muestra satisfecho de que la administración Obama haya “hecho las paces” con los coches de hidrógeno. Una satisfacción que deberíamos compartir la mayoría.
Vía: autobloggreen
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