Carlos Ghosn, el máximo mandatario de la alianza Nissan-Renault, ha puesto toda la carne en el asador para ser el primero en poner el coche eléctrico al alcance del gran público. Sus baterías de litio están a punto, la producción en serie de los coches comenzará en breve; su estrategia para ser el primero y descolgar a la competencia podría darle buenos resultados, pero no está exenta de riesgo.
Renault daba la campanada en el pasado salón de Frankfurt al presentar, de golpe, cuatro prototipos de coches eléctricos. En el salón de Tokio, Nissan hacía lo propio on su modelo Leaf, un coche eléctrico que ya está prácticamente en los tacos de salida para iniciar su comercialización. Mientras el resto de las compañías aún debaten sobre la conveniencia de empezar a interesarse por el coche eléctrico, Renault-Nissan se ha embarcado en una carrera contrarreloj por hacerse con la cabeza del pelotón. ¿Una jugada maestra o una peligrosa temeridad?
“Como pueden ver, vamos en serio”, afirma Ghosn con una rotundidad que, más que a la clientela, parece dirigida a la competencia. Y es que mientras los demás siguen con flotas experimentales o series reducidas, Renault-Nissan ha pisado el aceleador convencida de que, en 2020, el 10% de los coches que se vendan en el mundo serán eléctricos. De momento, las primeras 100.000 unidades eléctricas que fabrique Renault ya están apalabradas para el proyecto “Better Place”.
El liderazgo buscado por Ghosn le ha supuesto al consorcio una gran inversión: más de 4.000 millones de euros se ha tragado hasta ahora el sprint eléctrico de Renault-Nissan. En el consorcio no hablan de una apuesta de futuro, sino de una estrategia perfectamente planeada. Un gasto enorme para unos beneficios que solo llegarán a medio y largo plazo.
Un futuro que algunos expertos ven dudoso: Renault-Nissan también se está viendo afectada por la crisis, y cualquier contratiempo importante podría poner a la alianza en una situación financiera comprometida. Ghosn, por el contrario, confía en que la futura subida del precio del petróleo le dé el espaldarazo definitivo a su plan. Además, cuenta con un último cartucho: si el negocio no se desarrolla a la velocidad prevista, siempre podrá contar con ayudas gubernamentales.
Ayudas que pueden ser justificables al principio, pero que tampoco se podrán mantener eternamente. El propio Ghosn reconoce que lo existe ningún motivo técnico para que un coche eléctrico sea más caro que uno convencional. A lo que yo añadiría que no solo no han de ser más caros, sino que, sobre el papel, son más baratos que uno normal. Más baratos de fabricar (y por tanto de adquirir) y, sobre todo, por sus características constructivas, más baratos de mantener.
La competencia parece observar la estrategia de Renault-Nissan con recelo. En la batalla por el coche eléctrico se muestran muy cautelosos, como si tuvieran miedo a un posible calambrazo (y no olvidemos que estamos hablando de “alta tensión”). El tiempo dirá si Ghosn gana por la mano o si el órdago fue una jugada demasiado precipitada.
Vía: spiegel.de
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