“Vive intensamente, muere joven y deja un bonito cadáver”. James Dean acostumbraba a afirmarlo, y tristemente lo cumplió, ¿accidentalmente? El actor estadounidense – todo un icono en los años 50 – era un gran amante de los vehículos deportivos, la fama y el dinero obtenido en sus películas le daban los medios para permitírselos. Tras el rodaje de “Gigante”, Dean vendió su Porsche 356 para comprarse el exclusivo y caro Porsche 550 Spyder, un deportivo ligero que fue apodado “Little Bastard”.
Fue bautizado así por Bill Hickman, – uno de sus compañeros de trabajo – quizá por un comportamiento que exigía buenas manos de piloto o por su intimidante relación peso-potencia. Concebido casi exclusivamente para la competición, era un coche extremadamente ligero y esbelto: su motor 1.5 bóxer con doble carburación entregaba 110 CV, que movían a sólo 550 kg de chasis y carrocería de aluminio. Para un coche lanzado en 1954, una velocidad máxima de 225 km/h era el equivalente actual a un Bugatti Veyron.
Nota: esta historia fue publicada por primera vez en 2010 y ha sido actualizada a viernes 31 de octubre de 2014.
Aunque James Dean apenas pudo disfrutarlo una semana, el coche había sido personalizado por el actor. Acudió a su amigo George Barris – el famoso creador de multitud de coches de película – para que le fabricase unos nuevos asientos y pintase el número 130 en sus puertas. Dean Jeffries, un conocido preparador de hot-rods y muscle cars, grabó a mano el sobrenombre del Porsche en su carrocería. Unos pocos días antes del accidente que acabó con su vida, Sir Alec Guiness advirtió a Dean acerca de su coche.
Había algo de ese coche que no le gustaba, decía que tenía un aspecto siniestro que no inspiraba confianza. “Si te montas en ese coche te encontrarán muerto en una semana”, advirtió a Dean. Cualquier persona quitaría hierro a una advertencia así, tomándola como una invitación a tener cuidado al volante. Sin embargo, siete días después James Dean se mató en su 550 Spyder, casi como si de una oscura profecía se tratase. Una oscura coincidencia que ha dado lugar incluso a una aparición en Cuarto Milenio.
El 30 de septiembre de 1955 James Dean acudía junto a su amigo mecánico Rolf Weutherich a una carrera que se delebraba en Paso de Robles, cerca de localidad de Salinas, en el estado de California. Iba siguiendo la Ruta 446, lejos de las autopistas, en las que llamaría la atención y no podría disfrutar de su coche. Un policía de la patrulla de carreteras les retuvo unos instantes por exceso de velocidad. No les multó, pero les recomendó que bajasen la velocidad, una advertencia que deberían haberse tomado más en serio.
En la intersección con la Ruta 41, colisionó contra un Ford Tudor, conducido por un estudiante. Se cree que ambos coches circulaban con exceso de velocidad, aunque nunca se ha adivinado con certeza quién fue el culpable del accidente. Las heridas sufridas por James Dean le provocaron la muerte de camino al War Memorial Hospital, el centro médico más cercano Su acompañante pudo contarlo, se fracturó un brazo y la clavícula. Sólo desgracias acompañaron al Porsche desde ese fatídico día.
En el accidente y como podéis ver en las imágenes, el coche quedó completamente destrozado. El impacto contra el pesado Ford deshizo gran parte de la carrocería, pero aún muchas piezas eran aprovechables. George Barris compró los restos del coche por 2.500$ para intentar hacer algo de negocio. Ignoraba que el bastidor número 2Z77767 más que un donante de piezas fue un donante de desgracias. Al bajarlo de la grúa, las cuerdas se rompieron y el coche cayó, partiendo las dos piernas a un mecánico.
Rápidamente despiezado, el motor y partes de la transmisión aún en buen estado fueron vendidas a Troy McHenry y William Eschrid, uno de ellos médico. Ambos competían entre sí en una carrera en circuito. McHenry perdió el control y se mató al chocar contra un árbol. Eschrid volcó al “bloquearse” su coche en una curva, pudo salir por su propio pie de los restos del accidente. George Barris vendió dos ruedas de Little Bastard a otro aficionado a la competición unos días después, tampoco corrió mejor suerte.
Se dice que las dos ruedas reventaron al mismo tiempo, causando un accidente al corredor. No se mató pero estuvo en coma durante varios días. En una noche cercana a estos incidentes, dos ladrones que conocían de la existencia del deportivo de Dean, intentaron robar piezas del coche colándose en el garaje de Barris. Su intención era vender las piezas, pero el plan salió mal ya que el primero se abrió el brazo al intentar extraer el volante, el segundo resultó de alguna manera herido al ir a quitar un asiento manchado de sangre.
Barris ya sospechaba que ese coche no le iba a traer nada nuevo. Decidió deshacerse de lo poco que quedaba del Porsche, pero la California Highway Patrol le convenció para que se lo donara. Tal y como Dean hizo en vida promocionando la conducción segura – aunque él mismo no la practicara – los restos de su coche serían el vivo ejemplo de lo que no había que hacer al volante. Sin embargo, las exposiciones para la seguridad vial se convirtieron en exposiciones contra la seguridad ciudadana.
La primera de ellas no llegó a celebrarse. El garaje donde se iba a exponer la muestra ardió antes de la inauguración, adivinad cual fue uno de los pocos coches que apenas sufrió daños. La segunda muestra, con motivo de uno de los aniversarios de la muerte de Dean, se celebró en un instituto. El coche se desplomó del expositor y cayó sobre un estudiante, rompiéndole la cadera. El público estaba cada vez más enterado de lo que acompañaba a los restos de aquella máquina, así que se decidió devolverla a Barris.
En la autopista, un coche perdió el control e impactó contra el camión que transportaba los restos del Porsche de vuelta a Barris. El 550 Spyder – o lo poco que quedaba de él – volvió a caerse del camión y aplastó al conductor del coche, que encontró su muerte bajo el bastidor número 2Z77767. A partir de aquí las historias difieren, unos dicen que el coche desapareció misteriosamente, otros que Barris aún tiene en su poder los restos. Unos pocos, dicen que el coche se partió en 11 trozos, que se repartieron por EEUU.
Esta última ya me suena a “El Señor de los Anillos”, pero bueno. Sea como sea, ¿puede un coche estar maldito? La cabeza me dice que las maldiciones no existen, sólo la aleatoriedad y las coincidencias. Aunque también son bastantes malas coincidencias. Simplemente una historia interesante para terminar la semana.
Vía: Jalopnik, Historias del Motor, Masquecars
En Diariomotor: La carrera más dura de la historia