Como ya sabéis, AMG ha renovado su gama de motores con un nuevo V8 biturbo de 5.5 litros, destinado a reemplazar a los 6.2 V8 de aspiración atmosférica. Podríamos hablar largo y tendido sobre lo correcta o incorrecta que es esta decisión, pero la idea básica se resume en más potencia y menos consumo. Concretamente hasta 571 CV y 900 Nm de par motor con un consumo de sólo 10.4 l/100 km en el nuevo S 63 AMG, que pesa cerca de 2.5 toneladas. Impresionante. Aunque para impresionante, el show car que AMG ha construido para dar a conocer su nuevo criatura.
Bautizado como S 63 AMG “Thirty-Five”, pretende ser la moderna encarnación del mítico 300 SEL 6.8 AMG, la primera colaboración de AMG con Mercedes allá por el año 1971. En mi opinión, creo que es y será imposible recrear un coche tan mítico como el “Rotes Sau” – el “cerdo rojo” – en tiempos modernos. Aunque las intenciones y el aspecto son de lo más adecuado (jaula antivuelco, molduras de madera, decoración vintage) no deja de ser un Clase S de producciónn, no una bestia de competición, un atípico Mercedes que sentó escuela, creado con dosis ingentes de pasión e ingenuidad.
Todo empezó a finales de los años 60, de la mente calenturienta de Erich Waxenberger. Este brillante ingeniero comenzó a trabajar por su cuenta en un vehículo de competición basado en la Clase S de la época, los 300 SEL (W109). Tomó como base de partida el 300 SEL 6.3, cuyo V8 atmosférico entregaba 250 CV de serie, suficientes para que en el mejor sleeper de la época asustase a los superdeportivos con una velocidad máxima cercana a los 230 km/h. El V8, que apenas cabía en el vano motor, fue llevado hasta los 6.835 cc de cilindrada, para casi doblar su potencia tras innumerables ajustes.
Como curiosidad, era un motor de inyección, no carburado. El mismo M100 que montaba el Mercedes 600, la limusina preferida de todo buen dictador durante los años 70. La potencia lograda por Waxenberger fue de 428 CV a 5.500 rpm, con un par máximo de 608 Nm. Pero Waxenberger no estaba solo en esta potenciación, recurrió a un pequeño taller regentado por los señores Aufrecht y Melcher, conocido abreviadamente como AMG. Rudolf Uhlenhaut pronto vislumbró el potencial del proyecto, apoyándolo con todos los fondos de la división de competición de Mercedes.
Para introducirlo en competición fueron necesarios arreglos de importancia en chasis y tren de rodaje. Se destripó el interior al máximo – salvo el puesto de conductor y las molduras de madera – y se instalaron puertas de aluminio, dejando el peso final en “sólo” 1.635 kg, que aunque sea lo que hoy pesa una berlina media, en los años 70 era una barbaridad. Rivales como el Ford Capri RS o el BMW 2800 CS rondaban la tonelada. Se instalaron diferenciales y ejes de calibre industrial, una nueva suspensión y ruedas dignas del tren de aterrizaje de un Concorde.
Pasos de rueda del Mercedes C111 y el cerdo rojo estaba listo para comerse a la competencia. En las 24 Horas de Spa no tuvo un sólo problema mecánico, y era imbatible en las rectas. Uno de los problemas que citaron los pilotos – entre los que estaba Hans Heyer – era que los frenos sufrían mucho debido al peso del coche. Los frenos pertenecían al 300 SEL 6.3 de producción, y tendían al sobrecalentamiento. Sin embargo, un circuito como Spa permitía refrigerarlos en las largas rectas. Esta carencia no impidió que arrebatasen la segunda posición, con 308 vueltas giradas.
El primer puesto fue para un Ford Capri RS, con sólo 311 vueltas. Mercedes volvió al candelero, pero por poco tiempo, porque este muscle-car fue “baneado” de futuras competiciones de resistencia por la FIA, y su límite de cinco litros de cilindrada. Volvemos al presente, aunque resulta impresionante contemplar a ambos coches juntos en uno de los mejores circuitos del mundo, el nuevo S 63 AMG no tiene el carisma y la historia del 300 SEL 6.8. ¡Pero quién diría no a sentarse a su volante! No os perdáis una de las mejores galerías de imágenes, a continuación.
El Mercedes S 63 AMG “Thirty-Five” palidece frente al 300 SEL 6.8 AMG
Vía: Mercedes
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