De cuando en cuando nos encontramos con auténticos sleepers. Un sleeper es un coche que en apariencia poco potente e inofensivo esconde unas capacidades mecánicas capaces de humillar a máquinas mucho más caras y a priori superiores. Un caso de producción era el Lancia Thema Ferrari, que bajo una apariencia casi idéntica a la de cualquier otro Thema escondía un motor 3.0 V8 de origen Ferrari. Sin embargo, los verdaderos sleepers son preparaciones tan inesperadas y locas como el genial Ford Model A Cosworth, que estuvo en nuestros premios al mejor tuning de 2009.
Podíamos haber llamado al vetusto Ford el sleeper definitivo, pero su corona poco ha durado. Johnny Smith de Fifth Gear compartía con nosotros un enlace a Hot Rod Mag en el que aparece un Pontiac Tempest LeMans de lo más normal, el típico coche que muchos tacharían de viejo, feo e inútil. Craso error, muy, muy craso error. Pero antes de nada, conozcamos al Pontiac Tempest LeMans. Se trataba de un coupé de acceso a la gama Pontiac, de dimensiones compactas, ligero y propulsado, que ya empezaba a aventurarse en la era muscle car.
Su segunda generación fue mucho más grande y dió lugar al mítico Pontiac GTO, pero el Tempest del artículo es de la primera generación, del año 1963. En dicho año la mayoría de comprador dejaron de lado el 3.2 de cuatro cilindros y 155 CV en favor de un buen 326-ci 5.3 V8, que podía entregar hasta 260 CV. Con unas ventas anuales de más de 130.000 unidades, fue todo un éxito para Pontiac, aunque no olvidamos que su suspensión parecía salida de una fábrica de flanes y su calidad de construcción no estaba a un nivel alto, como el resto de las marcas de GM.
El Tempest de las imágenes es el capricho de Rob Freyvogel, que lo compró hace años por 400 dólares. Estaba en el desierto californiano, llevaba años a la intemperie e incluso se uso como blanco para que algún local practicase la puntería con su escopeta. Estaba a un nivel muy bueno en el habitáculo, pero su pintura estaba desconchada y quemada. Junto a un amigo se puso manos a la obra para crear un monstruo de más de 1.000 CV idéntico a cualquier Tempest cascado, que apesta a espíritu street-rod de los años 50. Así se hacen las cosas.
En primer luagr, compraron un big block de origen Chevrolet, un 427 de 7.0 litros de cilindrada. Tras montar algunas piezas baratas compradas en mercadillos, como inyectores, carburador o bomba de combustible, decidieron añadir un par de turbocompresores. En los años 50, los que experimentaban con esta tecnología usaban turbos de camiones o equipamiento industrial. Siguiendo la tradición, pertenecen a una excavadora Caterpillar y han sido montados artesanalmente en la parte trasera del coche, porque no cabía en el vano motor. Se compraron en eBay por 300 dólares.
Pensaron que iba a tener un lag tremendo, pero han obtenido un resultado muy satisfactorio. Con algunos refuerzos al bloque logran 1.007 CV fiables (en banco, compensando un 15% por fricción) con los turbos soplando a 22 psi, pero si el setup se fija a 27 psi, la potencia sería de 1.162 CV a 5.800 rpm. La mayor locura es que el chasis no tiene modificación alguna, y debe retocerse de lo lindo al acelerar a fondo. Al menos el eje trasero es de un calibre fuerte y los neumáticos son unos Hoosier de drag racing montados sobre llantas personalizadas de 15 pulgadas y estilo retro.
La transmisión es automática, y completamente electrónica, al estilo de las Ferrari F1, que se accionan por botones. Desde un portátil, su orgulloso dueño puede cambiar los ajustes sobre la marcha: presión de turbo, encendido, etc. En cuanto al interior, todo está de serie, salvo por el volante se respira un ambient muy kitsch típico de los años 60. Otras modificaciones incluyen una nueva suspensión trasera y la bomba de frenado de un Buick Grand National desguazado, que aplica su fuerza a frenos Wilwood Super Lights.
Un sleeper que continuará su evolución de locura, desayunando superdeportivos y quemando rueda como si no hubiera un mañana.
Vía: Hot Rod Mag
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