Levanto el teléfono y marco el número del concesionario en el que podría estar mi próximo coche. Un coche cualquiera en un concesionario cualquiera. Me responde un vendedor cualquiera. Pregunto varios detalles, entre ellos el color de la iluminación del tablero, ya que cambia según el año de fabricación y con los datos del anuncio no lo puedo saber.
Me responde que es el color antiguo. Lástima, el cambio había sido para mejor, la nueva iluminación es más elegante y moderna. Respuesta del vendedor: “eso no tiene importancia, total eso sólo lo ves tú”. Inocente frase que esconde tras de sí una reflexión interesante. La respuesta, para mis adentros, es contundente: precisamente eso es lo que me importa del coche, lo que yo veo, no lo que ven los demás.
En los coches deportivos, o de corte deportivo, la consola central está orientada hacia el conductor. Lo abriga, lo recoge, lo invita a acceder a sus mandos de forma cómoda. Los botones y las pantallas están mirando hacia él, no simétricos hacia el acompañante. Acompañante al que queremos o con el que simpatizamos, pero no es él el que conduce. El coche no tiene amor para dos, debe entregarle todo al conductor.
Esos ingenieros y diseñadores han pensado, de forma muy correcta, que en un coche deportivo el protagonista es el conductor. Seguro que muchos compradores pagarán para que los demás los vean subidos a ese coche. Pero creo, y quizás me equivoco, que los que realmente amamos los coches no tenemos eso en la cabeza. El coche es para nosotros. La emoción de verlo en el garaje por la mañana es nuestra. Si pudiésemos, lo disfrazaríamos de cualquier otro coche para que nadie lo mire, nadie lo toque.
Por supuesto que la iluminación del cuadro es algo que me atañe a mí, y sólo a mí. Y precisamente por eso es un factor importante. Porque no estoy comprando un disfraz que me haga parecer lo que no soy. Estoy comprando una máquina capaz de hacerme sentir sensaciones agradables.
El dilema de la fachada
Supongamos que quieres alquilar un piso. Encuentras dos, uno delante de otro, desde la ventana de uno se ve el otro y viceversa. Mismas características, mismo precio. La única diferencia es que la fachada de uno es horrible, la de otro es preciosa. ¿Eligirías vivir en el de la fachada bonita, o en el de la fachada fea? Piénsalo bien, las vistas son mejores desde el de la fachada fea.
No es una cuestión sencilla. Y personalmente yo me quedaría con el de la fachada fea. Pero precisamente esa discusión nos hace ver que sentirnos dentro de algo bonito puede ser más interesante incluso que ver algo bonito. El único motivo no es que los demás nos vean dentro, es saber que lo estamos y verlo cuando entramos en él. De lo contrario muchos modelos podrían centrarse en hacer un interior espectacular y descuidar el exterior.
Es mi opinión, desde luego no pretendo que sea compartida ni única. Pero yo lo tengo claro, lo que yo veo y siento es lo que yo valoro en un coche. ¿Y vosotros?
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