Supongo que todo el mundo tiene un lugar especial en el que nunca ha estado y al que le gustaría escapar en caso de tener que empezar una nueva vida. El mío lo encontré hace años en Google Maps, son las 97 millas de carretera sobre agua cristalina del caribe que separan Key Largo de Key West, el punto más al sur de Estados Unidos.
Y toda buena escapada requiere un coche acorde. Teniendo en cuenta el lugar, el Mustang Cabrio era la mejor opción. Y cómo la vida es corta y es posible que nunca tenga que empezar una nueva vida, decidí cumplir uno de mis sueños: conducir un Mustang descapotable por uno de los lugares más bonitos de la tierra.
Un vistazo al Ford Mustang Cabrio, la belleza de Estados Unidos
Quiero empezar con los elogios. Y visualmente todo son buenas palabras para el Ford Mustang. Aunque sé que la comparación no gustará, de hecho a mí mismo me duele, creo que es acertado si digo que sólo conozco un modelo que haya evolucionado a lo largo de los años sin apenas cambiar y siga siendo tan bello como el primer día: el Porsche 911. Son estilos completamente distintos, pero comparten una forma de progresar: pequeños cambios que hacen que no pierda su identidad visual.
Una cintura muy alta, líneas rectas acompañadas que recorren sus 4,77 metros de largo (en la versión convertible) y esas señales de identidad del Mustang: los faros redondos situados en los extremos, los pilotos traseros formados por tres barras verticales y el caballo que preside su parrilla. Y sin olvidarnos de ese capó elevado que sirve para marcar el músculo de su motor 3.7 V6.
Creo que las fotografías que acompañan al artículo, que por cierto están sacadas con un móvil, son una buena muestra de ello. Un Ford Mustang en Europa se ve tosco, grande y bruto. Sin embargo se integra perfectamente en la arquitectura estadounidense. Admitámoslo, resulta ridículo aparcar un Mercedes delante de cualquiera de los famosos hoteles de Ocean´s Drive (Miami), o quedaríamos como raritos con un Volkswagen delante de un cine de un pueblo americano.
Dicen que viajar es el mejor método de entender otras culturas, y desde luego a mí me ha servido con los coches. Sigo pensando que los coches europeos son objetivamente mejores en todos los aspectos, pero ahora admito que si viviese en Estados Unidos muy probablemente no conduciría un coche europeo.
Motor del Ford Mustang: mucho músculo pero poca eficacia
El motor básico del Ford Mustang es un 3.7 V6 atmosférico, que rinde 305 CV a 6.500 rpm. De serie cuenta con un cambio manual de seis velocidades, curiosamente el manual tiene el pomo exactamente igual que el Ford Focus que se vendía en Europa hasta el pasado año. Pero esto es la excepción, no la norma, de las decenas de Ford Mustang que me encontré aparcados en Miami sólo uno contaba con cambio manual.
Arrancamos el contacto y escuchamos un sonido ronco y fuerte, aplacado por el buen aislamiento acústico. Saliendo del parking empezamos a acostumbrarnos a una conducción cómoda: no demasiado precisa, ni deportiva, pero cómoda.
La comparación con un barco cobra nuevos significados: no sólo el tamaño, también la suspensión e incluso el sonido del motor, con cierto toque a hélice de barco o avión cuando se acelera. La sensación de estar conduciendo en un videojuego o en una película se convierte en realidad.
Después de más de cien kilómetros de conducción tranquila (perdón, más de 60 millas) llega el momento de comprobar sus capacidades deportivas. Generaciones de norteamericanos y foráneos han soñado durante años con disfrutar el momento de pisar a fondo el acelerador de un Mustang para ver qué se siente. Si ese es vuestro sueño inalcanzable, dejad de leer aquí.
Dicen los psicólogos que nada puede competir contra algo idealizado. Y no sé si habrá algo que pueda, pero desde luego ese 3.7 V6 atmosférico con caja automática no puede. Piso a fondo y el barco ruge a pleno rendimiento a medida que la aguja de las revoluciones sube también con todas sus fuerzas. Sin embargo el velocímetro se eleva pausadamente. Se trata de una caja automática con convertidor de par y seis marchas. Hasta que he escrito esto y mis compañeros de Diariomotor me han resuelto la duda, venía convencido de que se trataba de una caja CVT (en la que no hay una relación directa entre velocidad y revoluciones del motor en una misma marcha) por cómo ésta “resbala”.
Me duele pero debo admitir que la sensación del Mustang es de agilidad, pero no deportividad. Y a pesar de poner mi vida en peligro por ello, debo afirmar que la sensación de aceleración se parece más a la de un 1.6 gasolina de 100 CV que no a un coche de su potencia. No podemos esperar la sensación de pegarnos al asiento, ni tampoco las recuperaciones al adelantar son espectaculares. Digamos que es un medio de transporte más que digno para circular por carretera, pero si tengo que elegir entre un Clio Sport 1.6 y un Mustang para competir en circuito me quedo con la opción europea.
En cuanto a consumos, el Ford Mustang homologa 19 mpg (millas por galón) en ciudad (12,38 litros a los 100 km) y 29 en autopista (8,11 litros). En autopista mi record de consumo reducido se acercó al homologado, con 8,71. Lo bueno de circular en por los cayos de Florida es que están al nivel del mar y no hay que medir la ida y la vuelta para compensar. Aunque es un trayecto favorable para el coche, también es cierto que la mayor parte del tiempo iba descapotado. El consumo final fue de unos 20 mpg, 11,76 litros a los 100 km. Teniendo en cuenta que la gasolina cuesta la mitad que en España, gasté el equivalente en euros por kilómetro a lo que aquí serían 6 litros a los 100 km. ¡Para que luego digan que los coches americanos consumen mucho!
Dinámica: la prueba del alce con una iguana
La prueba del alce, como muchos sabréis, consiste en esquivar un obstáculo situado en la carretera, invadiendo el carril contrario y volviendo de forma rápida a nuestro carril. Debe su nombre a la probabilidad que existe en ciertos países de encontrarse un tranquilo alce en medio de la carretera. En otros, sin embargo, el alce se sustituye por una iguana.
Circulando de vuelta desde Key West hasta Miami tuve la (mala) suerte de poder probar la dinámica del Mustang en una prueba del alce. Debo decir que no tengo claro si era una iguana grande o un cocodrilo pequeño, pero por su color y tamaño se disimulaba bastante bien con el asfalto, lo que hizo que no la viese hasta estar muy cerca. Por suerte la velocidad no era elevada, me mantenía dentro de los límites legales en una carretera con un arcén amplio.
Un segundo después del primer volantazo a la derecha (la iguana estaba entre ambos carriles) todo un circuito de mis neuronas se encendió, como una revelación divina, asimilando que efectivamente todo lo que nos han contado sobre la suspensión de los coches americanos es verdad. Pero en ese instante toca mantener la cabeza fría y contravolantear para devolver el coche a la carretera. Es cierto que el coche lleva ESP y eso ayuda mucho, pero la sensación de un coche ladeado y sobrevirando no es fácil de asimilar. Por suerte, debo decir, en caso de haberlo hecho mal hubiese ido a parar a un amplio arcén de gravilla, con lo cual el riesgo era sólo para el coche. Finalmente susto para mi acompañante, sonrisa en mi cara e indiferencia para la iguana.
Conviene recordar que en estos casos, si existe la más mínima duda, es preferible atropellar al animal en vez de esquivarlo. No por despreciar la vida del animal, sino porque la alternativa puede ser un accidente más grave que implique su muerte y potencialmente la nuestra y la de otro coche que venga de frente. En este caso yo no invadí el carril contrario, por lo que el riesgo era para el animal o para el coche (repito, además de arcén había una escapatoria con gravilla), así que la iguana no tiene por qué pagar mis errores. Asumo la filosofía estadounidense de que alguien siempre es el responsable último de cualquier error, y ya que a la iguana no la podemos culpar, el único que queda soy yo.
La conclusión es que el Mustang es un coche para pasear, no para correr. Y en general los europeos que viajamos a Estados Unidos debemos contener nuestro exceso de confianza al coger un coche, por mucho músculo aparente que tenga.
Interior del Mustang: Regreso al futuro
Los principios de diseño en Estados Unidos distan mucho de parecerse a los europeos. Mientras que aquí tratamos de ser minimalistas, el planteamiento allí es todo lo contrario, el concepto de calidad equivale a grande y robusto. Un gran ejemplo son los tiradores de la puerta del baño y armario del hotel en el que me alojaba. Por su tamaño y aspecto, parecían más propios de una caja fuerte que de un hotel.
Esa misma filosofía se aplica al diseño del interior del Mustang, todos los elementos transmiten la sensación de ser grandes y robustos, aunque no necesariamente perfectos al tacto o ajustados de forma precisa. Y sin embargo, al igual que he dicho sinceramente que la dinámica me decepcionó, he de admitir que su interior me sorprendió gratamente.
Quizás el diseño sea más tosco de lo que estamos acostumbrados, pero la calidad en general no es inferior a la de un Ford Europeo. De hecho comparte muchos elementos con los Ford de aquí, como partes del equipo de sonido o el pomo de la palanca de cambio en la versión manual. La armonía de su diseño es una buena evolución de un diseño clásico que conserva su encanto sin renunciar a la funcionalidad ni a un diseño moderno.
En el caso del Ford Mustang cabrio cuenta con un techo de lona retráctil que se pliega de forma automática, pero con cierre manual, una solución que conocemos de modelos como el Mazda MX-5. La diferencia es que en el caso del Mustang hay dos palancas que debemos cerrar en vez de una, y además requiere algo de fuerza para hacerlo, algo que tiene encanto en un coche del que vas a disfrutar un día pero me imagino que no es confortable si lo utilizas durante décadas.
Los guiños a lo retro no sólo los encontramos en el salpicadero muy horizontal, tanto como el volante, o en sus botones cuadrados, también en las esferas de velocidad y revoluciones. Su disposición y su tipografía nos recuerdan que estamos ante un clásico americano que conserva la esencia de las primeras generaciones de mitad de siglo pasado. Y una vez encendemos las luces, la iluminación de tonos pastel verde, azul y naranja del salpicadero nos transportan imediatamente a ese diseño norteamericano de hace décadas, como si estuviésemos en la cafetería de Regreso al Futuro.
Precio del Ford Mustang
Hemos visto sus puntos fuertes y débiles, pero para valorar un coche siempre debemos tener en cuenta su precio. El Ford Mustang tiene un precio de partida en Estados Unidos de 22.310 dólares en su versión básica (mismo motor V6 pero carrocería coupé), lo que significaría al cambio 16.172 euros. Éste es el precio de catálogo que no incluye impuestos (varían según los estados) y otros extras, aunque tampoco incluye descuentos. Por lo que he podido comprobar en algunas webs de precios, el precio final está por debajo de estas cifras (recordemos, para la versión básica).
Comprar el valor absoluto sólo nos llevaría a decir que en Estados Unidos los coches son mucho más baratos que en Europa, aunque esto no es nada nuevo. Lo interesante me parece comprarlo con el precio del Ford Fiesta (desde 13.200 dólares) y el Ford Focus (16.500 dólares), ya que estos precios son similares a las versiones europeas. Es decir, en Estados Unidos comprarse un Mustang en vez de un Focus supondría una diferencia igual a la que nos supondría a nosotros 5.800 euros, realmente menor si escogemos un Focus con ese motor.
El Mustang de nuestra prueba posa en Ocean Drive junto al Beacon Hotel, donde se grabó la escena de la película Scarface
Conclusión
Me vuelvo con un buen sabor de boca del Mustang, a pesar de sus limitadas capacidades como deportivo, se trata de integración cultural. De la misma forma que en Europa resultaría frustrante tener uno de estos coches, viviendo allí serían mi primera opción, como ya dije en la prueba del Mercury Grand Marquis.
El sueño americano es barato, tosco y resultón pero, sobre todo, divertido. Y al final eso es lo que importa, ¿no? Al menos para mí no, pero disfrutarlo durante un día, un mes o un año es algo que todos deberíamos probar al menos una vez en la vida.
En Diariomotor: Mercury Grand Marquis, probamos el último sedán americano