Durante los últimos días y por motivos ajenos a Diariomotor, he estado informándome sobre Arabia Saudí. Dejando a un lado su riqueza petrolífera y una gasolina literalmente más barata que el agua, se trata de una monarquía absoluta en la que el Islam es la ley más importante y en el que las libertades están absolutamente restringidas. El alcohol o las fiestas son elementos desconocidos en la cultura saudí, y la vía de escape de muchos jóvenes parece ser la locura del drifting.
El drifting árabe se llama “Hagwalah“, y consiste en alterar el reparto de masas del coche – que suele ser una berlina japonesa o coreana de tracción delantera – y hacerlo bailar al borde de la pérdida de control. Se realiza en enormes rectas de asfalto ardiente, cubierto de una fina capa de arena que hace que sea muy deslizante. Sobra decir que es ilegal y muy peligroso, con muchos accidentes mortales. No obstante, el Hagwalah ha subido de nivel: ahora se practica con autobuses llenos de gente.
Como suena, aunque parezca alucinante. Un vehículo diésel, poco potente y con un centro de gravedad muy alto también puede bailar la danza del desierto. Los pasajeros no llevan cinturón de seguridad y van animando al conductor a que lo haga derrapar más y más. He visto el vídeo varias veces y sigo sin salir de mi asombro. Aunque no vuelca, un par de maniobras hacen que los espectadores reculen ante un potencial desastre que tendría suelte de saldarse sólamente con heridos.
El documento gráfico se encuentra sobre estas líneas, y resulta estremecedor, por decirlo suavemente. El autobús parece escoltado por una comitiva de todoterrenos y coches que van grabando la escena.
Fuente: Jalopnik
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