La escalada de los precios del combustible en Europa parece no detenerse, hasta el punto que el propio ejecutivo francés ha decidido tomar cartas en el asunto y atendiendo una de sus promesas electorales, reducirá la tasa impositiva de los carburantes para revertir o al menos apaciguar esta situación. Pensemos que en algunas estaciones de servicio parisinas ya se está pagando más de 2€ por el litro de gasolina de 95 octanos. La culpabilidad tendremos que seguir buscándola en la inestabilidad en Oriente Medio y la debilidad del euro frente al dolar, así como el aumento de precio del barril de Brent experimentado en el último mes.
La medida tiene tintes de brisa fresca en una calurosa tarde de verano, y no de revulsivo que solucione el problema al que como nosotros se enfrentan nuestros vecinos los conductores franceses. Según el primer ministro Jean-Marc Ayrault la reducción de impuestos será una “medida temporal, modesta y provisional” que se irá haciendo efectiva progresivamente para lograr una pequeña reducción paulatina en todas las gasolineras del país.
¿Por qué razones España no seguirá el modelo francés en este caso?
Viendo lo sucedido en Francia, no es de extrañar que el conductor español ya se esté preguntando en qué momento nuestros dirigentes se darán por aludidos para seguir el ejemplo francés. Por desgracia, aunque los precios aún no hayan escalado hasta los 2€, la situación en nuestro país se tercia aún más complicada.
Pensemos que en España estamos soportando un precio en los combustibles antes de impuestos superior al del resto de la Unión, tan sólo superado por países como Dinamarca o Italia. Por si no fuera poco el panorama que nos espera, lejos de reducir la presión fiscal, apunta a que la subida del impuesto de los carburantes es inevitable y desde Europa ya se nos ha conminado a ello para equipararnos con el resto de países vecinos. En definitiva, que el problema no es únicamente fiscal sino en su mayoría debido al propio negocio de las petroleras y a un déficit tarifario (entre el precio de venta al consumidor y el del producto en si mismo) que también tiene que asumir el Estado.
Parece que apenas nos quedan soluciones, más allá que la de prescindir de combustibles fósiles, lo cual para la amplia mayoría de los conductores es inviable. Y es que, por muchas razones que no entraremos a detallar en este momento, ni tan siquiera el vehículo eléctrico a corto plazo supondría una solución, puesto que nuestra dependencia energética depende de muchísimos factores más allá del precio al que adquirimos la gasolina o el diésel para nuestro automóvil.
Mientras tanto el único consejo que podemos dar a nuestros lectores es que reduzcan su consumo (mediante técnicas de conducción eficiente u optimizando los trayectos en coche) y seleccionen las gasolineras en las que repostan. ¿Qué otro remedio queda?
Fuente: La Vanguardia
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