Todo esta aventura comenzó con un reportaje titulado “Nissan GT-R, cinco razones para odiarlo… o para amarlo”, donde intentaba averiguar los puntos débiles del superdeportivo japonés, que tanto interés despierta entre el público joven, por ser un mata-gigantes de precio contenido. La razón de dicha crónica era sencilla: las ventas del GT-R han caído en picado en los últimos años en España… pero la crisis no ha sido el único factor y si no que le pregunten a Porsche.
Fue entonces cuando critiqué las razones por las que creía que el Nissan GT-R estaba muriendo: acabados interiores que desmerecen, diseño exterior que pedía un lavado de cara a gritos, problemas de fiabilidad y garantía, falta de placer de conducción y precio. ¿Precio?… ¿no habíamos quedado que era el “mata-gigantes de precio contenido”? Sí, pero en 2008 se vendía por 79.900 euros y, ahora, hablamos de 103.500 euros; eso sí, prestaciones acrecentadas inclusive, al pasar de 480 CV a los actuales 550 CV.
Poder tener un Nissan GT-R en casa durante una semana, no sólo ha sorprendido a mis vecinos… además me ha dado la oportunidad de ver qué de cierto tenían mis afirmaciones y en qué me había equivocado. No iba muy desencaminado. ¿Comenzamos?
Mi experiencia con el GT-R comenzó cuando lo recogí en el centro de Madrid. Me ofrecen las llaves, el coche tenía un aspecto soberbio. Tocaba sentarse en ese puesto de conducción tan alto –casi como el de una berlina-, ajustar el cinturón y espejos, pulsar el botón rojo de encendido en el centro de la consola y comenzar un viaje de 400 kilómetros. Pero un sonido muy poco inspirador (aquí tienes un vídeo) y una brusca caja de cambios automática que sonaba en ciudad como los autobuses que antaño me llevaban al colegio, consiguen quitarme gran parte del entusiasmo.
Es sencillo de manejar en ciudad por la elevada posición de conducción, con buena visibilidad en todas direcciones, pero con gran ángulo muerto en los laterales traseros. Además, algunos carriles del centro de Madrid se quedan cortos para el metro noventa que arquea el GT-R de ancho.
Madrid estaba tranquila, el tráfico despejado y, en pocos minutos, ya estaba enfilando la autovía. Me quedaban más de tres horas y media en un vehículo que da la sensación de ir superando los 150 km/h y que, cuando miras el velocímetro, te desconcierta circulando por debajo de 120 km/h… Hay mucho ruido dentro del habitáculo, si la carretera está mal pavimentada como es el caso de la A4, aún más… por lo que las conversaciones en el habitáculo se mantienen a duras penas. El consumo acorde con lo esperado no es su fuerte, ni se espera; circulando a 120 km/h éste sube a 10 litros/100 km.
El cambio, con 6 relaciones, pide de forma imperiosa una séptima marcha, para disminuir la algarabía interior. Además, la suspensión Bilstein es bastante seca –incluso en el modo más confortable-, hacen que estas tres horas de viaje se me hayan hecho eternas. La autovía no es el hábitat del GT-R, ni de lejos. No es un coche para viajar ni ir de paseo. Además, el pedal del acelerador está colocado en una posición muy vertical y hace que lleves el pie muy flexionado todo el tiempo, lo que cansa mucho, muchísimo.
Al bajarme del GT-R me sentí como Bernie Ecclestone después de ser apaleado en la puerta de su casa cuando le expoliaron su reloj unos asaltantes y le propinaron unas cuantas patadas en la cabeza. No quiero más.
Al menos, durante el viaje unos “canis”, en un Seat León, se pusieron paralelos a nuestro GT-R pidiéndonos que le pisásemos para que pudieran oír ese sonido de aspiradora que emite Godzilla…
A buen entendedor, pocas palabras…
El Nissan GT-R siempre era un rival a tener en cuenta. No era el más cómodo, ni el más bonito, ni el más potente… sin embargo desde su origen ha sido bueno. Pero, como el vino, ha mejorado con el paso del tiempo. De 480 CV pasó a 486, luego 530… pero fue el presente Nissan GT-R 2012 quien dio un puñetazo sobre la mesa con sólo tres datos de su ficha técnica: una potencia de 550 CV y una aceleración de 0-100 km/h en sólo 2.8 segundos, todo por un precio de poco más de 100.000 euros. Con estas prestaciones sólo se acercan superdeportivos de la talla del Bugatti Veyron (2,5 s.) o el Lamborghini Aventador (2,9 s.).
Entonces, por imperativo, se convirtió en un auténtico coche de culto… ¿Podemos llamarle superdeportivo? Por supuesto, aunque no encaje en su definición tradicional, ni tenga el glamour de los italianos… pero, sin duda, puede con ellos por prestaciones.
Diseño japo, manga. En búsqueda de un aire fresco
Godzilla le llaman. Monstruo japonés de ciencia ficción, con aliento atómico… una especie de dinosaurio mutante enorme y con halitosis que genera el caos en Tokio. ¿Cómo puede gustar eso?
El coche es sencillamente llamativo, no se me ocurre otra palabra. Por proporciones y voluptuosidad impresiona. Es incluso demasiado alto para ser un deportivo. Esas llantas de 20 pulgadas con frenos en color dorado sobrecogen con sólo mirarlas. Y la gente alucina con su diseño, con su alerón, con cada elemento del mismo…
Vas por la calle y te hacen fotos. Un coche te adelanta y te hacen fotos. Haces tú fotos… ¡y la gente se para a hacerle más fotos! Por lo menos, en carretera nadie se picará contigo, saben que no pueden seguir tu ritmo y te tratan con respeto. Hasta echando gasolina te miran con envidia, excepto cuando pagas…, obviamente ahí te miran con una sonrisilla malévola.
He de reconocerlo, pocas veces he conducido un coche que llame tanto la atención como el Nissan GT-R. En la zaga encontramos un alerón de proporciones desmesuradas, junto con cuatro enormes tubos de escape y otros cuatro pilotos de forma circular, tan clásicos de la saga Skyline. Me gusta.
Yo era de los que pensaba que el diseño exterior no era apto para cualquier persona que no fuese de la “generación Play-Station”. Pero cuando mi padre, que tiene 60 años, reconocido y ferviente devoto de los 911 me dijo que le gustaba, caí en la cuenta del cebollazo que tenía encima.
No es mi tipo, lo reconozco, pero encanta. Muchos estamos de acuerdo que va necesitando un restyling de forma urgente, pues apenas ha habido evoluciones significativas desde que se presentase en 2007… Y es que, según cuentan, hasta 2018 no habrá una nueva generación del GT-R.
Pero, aunque por fuera parece el mismo coche que el modelo inicial de 2008, podemos afirmar que es uno totalmente diferente, porque se ha modificado casi todo… vamos, que es como un GT-R nuevo. Respecto al primero, ahora monta nueva suspensión, se ha revisado el “launch control”, la programación de la centralita, la admisión y la distribución del motor, los escapes, los parachoques, las entradas de aire, la presión de soplado del turbo o incluso la configuración del diferencial de la tracción total… y así un listado interminable.
Ya puedes continuar leyendo la segunda parte de la prueba del GT-R donde lo enfrentaremos en el lugar que mejor se desenvuelve: en conducción deportiva. Intentaremos sacarle jugo a los 550 CV, a ver si nos sorprende, seguro que no será difícil.
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