Alejado de la liturgia más rancia de la Fórmula 1, Adrian Newey, el ingeniero más famoso y popular del paddock, lidera con mano firme el rumbo de la escudería que ha impuesto su ley sobre los circuitos durante las cuatro últimas temporadas, de manera que la saga compuesta por el RB5, RB6, RB7 y RB8, continuada actualmente por el RB9, lleva su nombre y sus éxitos íntimamente ligados al cerebro y las manos de este británico de 54 años de edad. Lógicamente, los tres campeonatos mundiales consecutivos de Sebastian Vettel, también.
Newey, que nació el 26 de diciembre de 1958 en Stratford-upon-Avon (Warwickshire, al sur de Birmingham), atesora una dilatada experiencia en competición que sin duda está en los cimientos del enorme respeto que concita su figura, y por supuesto, en los de su triunfal carrera en Milton Keynes, el cuartel general de Red Bull, escudería a la que llegó en 2006 cuando ésta proyectaba ya dar un giro radical a su participación en F1 tras haber iniciado su trayectoria en la máxima disciplina el año anterior, previa adquisición del equipo Jaguar Racing a Ford, su propietaria.
El ingeniero británico, que se había iniciado en Fórmula 1 en 1986 en el pequeño equipo Force tras venir de la CART americana, y que aquel mismo año se obligaba a encontrar trabajo tras la desaparición de la escudería, recalaba en 1987 en Leyton House (March), donde sorprendería a propios y extraños desde su puesto de diseñador jefe, con el March 881, el primer monoplaza de la historia que aplicaba la aerodinámica como un beneficio global para el vehículo, y que a través del ligero alzamiento que presentaba la parte inferior de su nose, abría de par en par las puertas para que esta disciplina comenzara a imponerse en la parrilla a partir de la década siguiente.
En Williams desde 1990 hasta comienzos de 1997, en McLaren desde finales de ese mismo año hasta su paso a Red Bull, Newey siempre ha destacado por su fe ciega en la importancia que tiene la aerodinámica en el proyectado de monoplazas, por su capacidad para la exploración de las lagunas y posibilidades del reglamento técnico de la FIA, y por su contrastada capacidad para experimentar con modernos materiales en la construcción de vehículos, lo que le ha granjeado fama de ser un ingeniero muy arriesgado en sus planteamientos.
Pero Adrian también destaca entre sus colegas por su permeabilidad con el mundo exterior. Así, y sin temor a errar demasiado, se puede decir que el ingeniero británico es el que más transparencia muestra en el paddock, de manera que a pesar de confesarse como reacio a conducir cotidianamente, sabemos de su amor por los coches de carreras y la competición fuera de los circuitos del mundial y sus labores dentro de la escudería austriaca, ámbito de ocio donde ha sufrido incluso accidentes, como el que tuvo en agosto de 2010 durante la disputa de una prueba en la Ginetta G50 Supercup británica, que terminó con sus huesos en el hospital, o como el que le llevó a destrozar un GT40 a 290 km/h. en el transcurso de las Le Mans Classic de 2006.
También conocemos sus flirteos con la navegación a vela, concretamente con lo atractivo que le resulta el diseño de veleros para la America’s Cup (Copa del América), o que comparte con el propietario de Red Bull, Dietrich Mateschitz, el interés por los aviones. Y por supuesto, es de sobra conocida su contribución al mundo de los videojuegos con el diseño para Polyphony del Red Bull X1 Prototype para el archiconocido Gran Turismo 5 de la japonesa (2010), vehículo virtual que decora el final de este artículo y cuya versión para 2011 aparece en su cabecera.
Y la verdad es que esta imagen de inquietud constante que muestra Adrian Newey sin ambages, encaja perfectamente, casi de manera simbiótica podríamos decir, con la que traslada la marca Red Bull a su público objetivo, una imagen que como sabemos está labrada en los deportes de riesgo y en una actitud en apariencia, profundamente positiva frente a la vida, en base a potentísimas inversiones, cabe recordarlo.
Fuera del espinoso ámbito de la publicidad y sus trampas, lo cierto es que hoy por hoy, debido al incuestionable éxito de sus creaciones en Fórmula 1, se podría decir que Adrian Newey es Red Bull y que ésta es el primero, de forma que resulta complicado imaginar un escenario en el cual no convivan el ingeniero británico y la de Milton Keynes, y sencillo de entender que en la actualidad, el de Stratford-upon-Avon sea tratado en Red Bull casi como una vedette, y disfrute por tanto de un trato preferencial y un abultado sueldo que le ponen a una distancia complicada de salvar por las escuderías rivales que le pretenden (Ferrari entre ellas).
Sea como fuere, Adrian Newey también supone un bonito exponente de las bondades que arroja sobre una actividad concreta la permanente apertura de miras, ese mirar alrededor para encontrar soluciones complejas o sencillas, pero en todo caso aplicables al entorno de trabajo, lo que convierte al ingeniero que consiguío su título en la Universidad de Southampton en un genio peculiar del que se dice que sigue elaborando las ideas básicas de sus diseños a la vieja usanza, con lápiz y papel sobre un tablero de dibujo, antes de pasar a trabajarlas en el ordenador junto a sus colaboradores, y que a buen seguro también se larvan cuando el Adrian que no lleva publicidad encima, camina como un ser normal, en zapatillas.
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