La estética del automóvil se mueve por modas y tendencias, como la estética de casi todo. En los últimos años, estamos asistiendo a una corriente de diseño que, si bien genera vehículos indudablemente atractivos para el gran público, de los que entran por los ojos hasta el subconsciente para quedarse allí, también podría estar llevándose por delante cualidades básicas y deseables en cualquier vehículo y para cualquier cliente.
Basta echar un vistazo a las cifras de ventas y a las listas de novedades para ser consciente de esto. Todas las marcas han sacado su propio SUV o su propia línea SUV en los últimos años y resulta que hay cada vez más mercado para todos. El problema se presenta cuando echamos un vistazo frío a la compra siempre emocional de un coche, y nos damos cuenta de que, tras una línea “robusta” y “atractiva” se esconden problemas no siempre tan evidentes. El “lifestyle car” tiene un precio.
Que sea alto y pesado, después ya intentaremos arreglarlo
Toda decisión de diseño es una relación de compromiso. Si hacemos que un coche sea más bajo para mejorar su centro de gravedad y su aerodinámica, posiblemente se vuelva más pequeño interiormente y menos accesible. Si hacemos un coche más potente para mejorar sus prestaciones, posiblemente incremente su consumo… y así sucesivamente. A partir de aquí, cualquier modelo de coche representa una solución de compromiso, una especie de punto de equilibrio al que se ha llegado buscando ciertas cosas y renunciando a otras.
Normalmente, los coches suelen (solían) tener un objetivo claro y una configuración acorde con ese objetivo. La cosa se empieza a torcer cuando necesitamos que un coche parezca un buen todoterreno y, al mismo tiempo, necesitamos que tenga un buen comportamiento sólo dentro del asfalto. Entonces lo equipamos con botas de montaña y mochila y lo ponemos a correr los 100m lisos.
Supongo que hasta aquí no descubro nada nuevo, y tampoco lo hago si digo que un coche alto y pesado, en igualdad de condiciones, es más lento, más torpe y más contaminante que otro equivalente más bajo y ligero, si bien a cambio nos ofrece un espacio interior que puede ser mayor y sobre todo una determinada estética, que es el quid de la cuestión. Las aptitudes todo-terreno no suelen estar entre la lisa de prioridades, como demuestra la proliferación de versiones 4×2 con éxito creciente.
Así, por muy bien diseñados que estén (y lo están, en general) y por muy buen trabajo que hayan hecho con chasis, suspensiones, dirección y frenos (y lo hacen, cada vez mejor) al final se llega a un coche que podría ser mejor en casi todos los apartados si no fuera porque está lastrado por su estética aventurera. Pero últimamente, las cosas han ido aún un poco más lejos, y ya no nos conformamos con pagar carísimos neumáticos y desplazar cierta masa innecesaria: lo que han empezado a recortar es la superficie acristalada, aportando robustez visual y sensación de seguridad al mismo ritmo al que se reduce la visibilidad de conductor y pasajeros.
Hummer: el paradigma del marketing
El caso extremo de superficie acristalada reducida probablemente fue la marca Hummer, y la chispa que prendió la mecha, con toda probabilidad, fue su enorme éxito televisivo. El Hummer “de verdad” salía todos los días en el telediario, asociado a valores de fuerza, dureza, justicia y patria, con lo que el “Branded content” estaba servido en horarios de máxima audiencia.
Por supuesto, en Estados Unidos no se puede desaprovechar esa oportunidad caída del cielo, y todo acabó en una gama de coches militares de calle con tres sabores a elegir: H1, H2 y H3.
Pero volvamos a lo que nos traía hasta aquí. El problema de esos Hummer (uno de los problemas, quiero decir) era que tenían la obligación de mantener la estética original y recordar a sus clientes el coche de la tele. En la versión militar, la superficie acristalada era ridícula comparada con el tamaño del coche, y lo era por razones obvias (francotiradores, metralla y esas cosas) pero trasladado a la versión de calle, era como viajar en una caja fuerte con ranuras. La sensación de robustez y seguridad era directamente proporcional a lo poco que veías hacia fuera.
Haciendo un pequeño inciso, se dice que el neumático es el elemento de seguridad más importante de un coche, porque es el único punto de contacto con el suelo. Probablemente esa es una gran verdad, pero seguro que quien inventó la frase estaba pensando en un coche cuyo conductor tuviese una buena visión hacia el exterior. Con un conductor ciego, ríete tú de los neumáticos. En fin, la conclusión es que quitarle cristal a los coches podría cruzar la frontera de la moda y, llevado al límite, entrar en el terreno de la estupidez.
Menos mal que en Europa, con nuestros gustos refinados y nuestro milenario acervo cultural, jamás caeremos en la burda trampa de reducir los cristales a los coches, para que parezcan más robustos y seguros…
… hasta ahí podríamos llegar.
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