“Me prometisteis colonias en Marte. En vez de eso tengo Facebook”. La demoledora frase junto a la fotografía de Buzz Aldrin, astronauta del Apolo 11, es la portada de una revista científica publicada hace un año en la que Aldrin reflexiona sobre los 44 años que han pasado desde que el hombre llegó a la Luna, y cómo la carrera espacial no ha cumplido sus expectativas a partir de ese año.
Es quizás el ejemplo más representativo de lo que algunos llaman el gran estancamiento, aplicable a muchos otros sectores, incluyendo el automóvil. Pasar de un SEAT Ibiza de 1993 a uno de 2013 es un gran avance. Pero resulta ridículo si lo comparamos con no tener coche a tener un SEAT 600, algo que vivieron nuestros padres o abuelos.
Cuando un fabricante de coches nos dice que su último modelo es, por ejemplo, “el Porsche más rápido jamás construido”, debería crearnos una sensación agridulce. ¿No deberíamos dar por hecho de que el progreso va hacia adelante y no hacia atrás? ¿No deberíamos exigir no sólo una mejora incremental, sino un avance sustancial?
La carrera espacial y la previsión de futuro
La serie Futurama se ambienta en el año 2999, es decir, mil años después del 1999, que es la fecha en la que se estrenó. Curiosamente muchos de los clichés que en ella aparecen forman parte de lo que la gente de 1950 pensaba que pdoría ser nuestro presente: coches voladores, viajes interplanetarios, gente viajando en tubos e incluso contacto con extraterrestres. ¿Eran ellos unos ilusos o nosotros demasiado conservadores? Lo cierto es que ambos tenemos razón, y hacemos el cálculo en función de la aceleración del progreso en cada época.
Lo mismo ocurre con 2001: una odisea en el espacio, de Stanley Kubrick, película del 1968 que plantea un futuro de viajes espaciales de humanos en naves con una inteligencia artificial, o no tan artificial. En vez de eso, 2001 fue el año en el que el atentado del 11-S nos convirtieron en una sociedad más a la defensiva y cambiaron incluso la forma en la que se construyen los edificios, parando la época de los grandes rascacielos al menos en el mundo occidental.
Esto no quiere decir que en 1950 todo el mundo pensase que en 2001 visitaríamos otros planeas o que en 2013 viajaríamos en coches voladores. Pero se consideraba una posibilidad que debería ser investigada. Nosotros hemos bajado tremendamente las expectativas, los retrasos son incluso mayores que los del AVE: los coches voladores de Futurama los mandamos 1.000 años más adelante, y para las próximas décadas nos conformamos con coches autónomos y quizás resolver el problema de la energía. Y con Internet, del que hablaremos más adelante.
La frase de portada de MIT Technology Review que encabeza este artículo, junto a la fotografía de un octogenario Buzz Aldrin, debería hacer sentir a nuestras generaciones algo de vergüenza. Entre 1969 y 1972, 24 personas volaron a la Luna, y 12 de ellos caminaron sobre ella. Los siete que quedan vivos, entre ellos Aldrin, tienen más de 80 años, salvo uno que está a punto de cumplirlos. En unos años quizás no quede nadie vivo que haya estado en la Luna. Es cierto que se trata simplemente de una anécdota, y que el interés científico de volver sería ahora mucho menor por el hecho de que ya hemos estado. No obstante, como sociedad debería generarnos cierta ansiedad el pensar que quizás lo estamos haciendo mucho peor que nuestros padres o abuelos.
The Great Stagnation
Tyler Cowen es el autor de una teoría llamada “el gran estancamiento”. La explica de forma muy amena en esta charla de 17 minutos en inglés. Hago un pequeño resumen no literal:
Mi abuela nació a principios del siglo XX. Vivía, como la mayoría de los americanos, en granjas, sólo el 6% se graduaba en el instituto, los coches no eran habituales, y la electricidad y los WC no se podían garantizar, y en general las piezas de nuestro mundo actual todavía no estaban en su sitio.
Yo nací en 1962. El otro día estaba viendo una película de principios de los 60, no sobre gente rica, sobre clase media, y me sorpendía ver que lo que allí aparecía sigue siendo básicamente el mundo en el que vivimos ahora. Si comparas estos dos periodos de 50 años (1900-1950 y 1960-2010), la principal diferencia en mi vida es Internet. Pero los cambios para mi abuela en 50 años fueron muchísimo mayores: electricidad, WCs, trenes, aviones, máquinas de escribir…
Tyler pone otros ejemplos como la aviación. Algunos de los aviones en los que viajamos siguen siendo diseños de los año 60, o evoluciones muy lineales. El Concorde, el avión supersónico, dejó de volar hace ya años, con lo cual en cierto modo hemos visto un retroceso más que un avance lento.
En España habría que retrasar algo las fechas para que el argumento tenga sentido, y sobre todo tener en cuenta que aquí la popularización de cosas como el coche para la clase media sí llegó más tarde. Como estábamos más atrasados que Estados Unidos nosotros sí hemos vivido cambios importantes en los últimos 50 años, pero porque veníamos de un punto de partida más bajo, no porque esos cambios no existiesen ya en otros países.
Pero, ¿qué ha ocurrido con el automóvil?
Del Ford Model T al Ford Focus: los retos de Henry Ford y de su bisnieto, Bill Ford
Se puede decir que Ford Model T fue el primer coche con la definición habitual que ahora todos tenemos de él. Quizás tecnológicamente no supuso un cambio sustancial respecto a lo que había en la época, pero sí consiguió que pasase de ser un bien de lujo a un bien que fuese accesible para la gran masa de población en 1908. Lo consiguió gracias a la fabricación mediante una cadena de montaje, técnica que no había sido aplicada al automóvil hasta aquel momento.
He tenido la suerte de estar en las fábricas de Ford en Detroit y lo que allí se respira, y Ford se esfuerza por transmitir, es esa filosofía de su fundador no sólo por vender coches, sino por solucionar un problema de la sociedad: la movilidad, ya que con ella la sociedad conseguiría libertad y progreso.
¿Qué ocurre 100 años después? Si vemos el Ford Focus actual encontraremos una evolución paso a paso que ha dado lugar a un producto tecnológicamente mucho más avanzado, pero que resuelve el mismo problema. El gran salto se produjo en 1908, lo demás han sido mejoras.
En términos de progreso, el cambio de no tener coche a tener un SEAT 600 es infinitamente mayor al cambio de tener un Ibiza MK1 a un Ibiza de 2013.
Si lo aplicamos a los coches en España, la historia se repite. El SEAT 600 fue el primer coche que se acercó a las clases medias, o al menos que no era exclusivamente para los más adinerados. El cambio entre utilizar transporte público, limitado a ciertos horarios y trayectos, o usar un carro tirado por un burro o un caballo, y tener un SEAT 600 es enorme, y se produjo en un par de décadas.
El primer SEAT Ibiza cumplirá 30 años el próximo año. Muchos de nosotros hemos tenido la suerte de probar todas las generaciones de ese coche. Por supuesto el salto es abismal, sobre todo en cuanto a seguridad, confort y sistemas de ayuda a la conducción. Pero con un Ibiza actual hacemos lo mismo que hacíamos con un Ibiza de hace 30 años, sólo lo hacemos de mejor forma. Imagino que nuestros padres o abuelos con su primer 600 no dirían lo mismo.
Volvamos a la historia de Ford Motor Company. Bill Ford, bisnieto de Henry Ford, forma parte del consejo de dirección de Ford en la actualidad. Y su objetivo es buscar soluciones para seguir garantizando la movilidad. Es decir, debemos buscar otras fórmulas ya que la incluso la actual está en peligro debido al rápido crecimiento del número de coches y del coste de los combustibles fósiles. Quizás de ahí venga el siguiente salto exponencial, con coches autónomos y compartidos.
Aunque parezca irónico que la solución venga del agotamiento del modelo actual, es quizás la explicación al gran estancamiento: si todo va bien y estamos cómodos como sociedad, no hay ningún incentivo para investigar y progresar. Cuando algo deja de funcionar es cuando vemos la necesidad de dar un gran salto adelante.
Internet, la excepción que confirma la regla, y a la vez el refugio de los cobardes
Internet, y en general las tecnologías de la información y de las comunicaciones, es la excepción. El brote verde que crece sin parar en este aparente desierto de progreso de las últimas décadas. ¿Es suficiente?
“Tu teléfono móvil tiene más capacidad de computación que toda la NASA en 1969. La NASA envió un hombre a la luna. Nosotros lanzamos pájaros a cerdos” (Autor desconocido)
Para quien no termine de entenderla, se refiere al juego Angry Birds. Además de graciosa esta frase esconde dos realidades. La primera, negativa, es que no estamos aprovechando ni el 1% de la capacidad de la tecnología que tenemos entre manos. La segunda, positiva, es que posiblemente esta tecnología se vaya exprimiendo poco a poco en las próximas décadas.
Conviene diferenciar entre una tecnología que ya existe y una tecnología que resuelve problemas. En 2002 apareció el Nokia 7650: un móvil con sistema operativo Symbian cámara, conexión a internet y al que se le podían instalar aplicaciones. ¿Qué problemas de la sociedad resolvió? Ninguno. Cinco años después Apple presentó el primer iPhone, con los mismos ingredientes pero preparado para solucionar más problemas. Y unos años después Android consiguió que esos problemas se resolviesen para el gran público.
Ahora existen tecnologías para que los coches se comuniquen entre sí o para que nuestra calefacción se adapte a la temperatura. Pero ahora mismo son un “Symbian” de Nokia: les falta ser accesibles para la mayoría de la población.
Y sin embargo no todo es de color de rosa en internet. El ejemplo crítico lo pone Jerzy Gangi en su artículo Why Silicon Valley funds instagrams not hyperloops, por qué Silicon Valley financia Instagrams pero no Hyperloops, haciendo referencia a que las inversiones millonarias en empresas se basan actualmente en servicios para internet que pueden ser rentables pero no cambian nuestra vida.
Hyperloop es un proyecto de empresa para crear una red de tubos de transporte de personas – sí, como en Futurama -, que podría revolucionar la forma en la que nos transportamos. Sin embargo requeriría un capital inicial de cientos o quizás mil millones de dólares para tan siquiera ver si es viable, y es difícil que consiga ese dinero.
Sin embargo Instagram alcanza valores de mil millones de dólares, cuando el problema que resuelve no cambia nuestras vidas: compartir fotos con filtros. El artículo pone como ejemplo Buffer, una aplicación que sirve para programar mensajes en Twitter:
¿A qué nos ha llevado esto? ¿A separar nuestros tweets? ¿Qué está haciendo esta empresa por America? ¿Es esto a lo que incentivamos a nuestras mentes más brillantes?
Entonces, ¿cuándo nos transportaremos en tubos, volveremos a tener aviones supersónicos o viajes espaciales? ¿En veinte años o en mil? Desconozco la respuesta, pero cada vez que leo “el coche más potente jamás construido por nuestra marca”, o que una aplicación para publicar fotos tiene una valoración de mil millones, me vuelve a la mente la cara del octogenario Buzz Aldrin preguntándome dónde están las colonias en Marte y por qué en vez de eso le hemos dado Facebook.
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