Los años 80 fueron la época dorada de los turbos, sin duda alguna. A finales de los 80 cualquier coche deportivo que se preciase de serlo llevaba en algún lugar de su carrocería la palabra “Turbo” en agresiva tipografía. De acuerdo, también había atmosféricos, pero el turbo era uno de los principales argumentos de marketing. Muchos preparadores instalaban turbos en propulsores atmosféricos, elevando la potencia de los coches en varios enteros y presumiendo de ellos. Y nadie lo hacía mejor que los estadounidenses de Callaway.
A finales de los 80 no tenían la actual reputación de hierro, y por ello se propusieron batir récords de velocidad con sus vehículos, pero manteniendo la usabilidad diaria y la comodidad de fábrica de los vehículos de base. Callaway se dió a conocer con los Corvette C4, y ya a mediados de los 80 logró una punta de 231 mph – 372 km/h – con el Callway Corvette Top Gun. Su siguiente proyecto se llamó Callaway Sledgehammer y su objetivo era superar la barrera de las 250 mph, más de 400 km/h. ¿Qué tenía este Corvette tan especial bajo el capó?
El equipo de Callaway comenzó el trabajo remozando y reforzando las entrañas del 5.7 V8 de serie. Nuevos pistones, nuevo cigüeñal, nuevas tapas de válvulas y un par de turbos Turbonetic Tb04 conectados a dos intercoolers. El escape era también artesanal, pero con una nota moderada para su sonido. La suspensión se rebajó en 10 mm gracias a un sistema Koni y las llantas se reemplazaron por unas Dymag de 17 pulgadas y magnesio con neumáticos especialmente desarrollados por Goodyear.
Una parte importante fue el kit de carrocería Callaway Aerobody Package ideado por Deutschman Design. Además de dar un aspecto inconfundiblemente ochentero al coche, su diseño mejoraba la refrigeración del coche y permitía un mejor rendimiento aerodinámico del Corvette. Su frontal, con tomas de aire en la parte baja del capó, parece sacado directamente de Miami Vice. En el interior del coche apenas había cambios, a excepción de una discreta jaula antivuelco forrada en cuero y un sistema de extinción de incendios.
Porque el objetivo del Callaway Sledgehammer Corvette era batir récords de velocidad en circuito, a los que se desplazaba cómodamente por sus propios medios, impresionando a público y prensa. Para demostrar de lo que eran capaces, el equipo de Callaway se citó en 26 de octubre de 1988 con el Transportation Research Center (TRC) de Ohio (EE.UU.), que certificaría su intento de récord. Las credenciales de Callaway respondían a dos cifras: 898 CV de potencia y un par motor máximo de 1.050 Nm. Hace 25 años.
Las pruebas comenzaron y tras varios fallos previos sin importancia el coche parecía no pasar de los 350 km/h. Una pequeña modificación con cinta americana al frontal y la máquina estaba rodando ya a 399 km/h. A alguien del TRC se le ocurrió preguntar si eso era todo. El mítico John Lingenfelter se subió al Sledgehammer y completó una pasada a máxima potencia, logrando una velocidad punta de 409 km/h. Tras batir un récord de velocidad en circuito cerrado que permaneció intacto casi 20 años, el equipo condujo el coche de vuelta.
El Bugatti Veyron fue lanzado años después, con gran bombo y todo el apoyo de un gran grupo automovilístico. Entre sus características estelares, la posibilidad de ser conducido tranquila y cómodamente, para convertirse en Dr. Hyde al pisar el acelerador lo suficiente. Pero no deberíamos olvidar que 20 años antes un pequeño preparador californiano logró algo parecido con un Chevrolet Corvette C4.
Fuente: Hemmings
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