Quizá lo hayáis oído contar. En una húmeda y montañosa zona cruzada por carreteras tan anchas como la palma de una mano, en medio de un espeso bosque se encuentra un viejo castillo rodeado por una larga muralla, y en su interior se custodia un tesoro de valor incalculable: la colección privada de Rolls-Royce más grande de Europa. ¿Hablo de las Highlands de Escocia? No. ¿Quizá un rincón de la Selva Negra? Nada de eso. Me refiero a la Colección Torre Loizaga – Miguel De la Vía, en la comarca de Las Encartaciones, apenas a 20 kilómetros de Bilbao. Hemos estado allí, y lo que os contamos no es leyenda, sino muy real. Una fabulosa torre medieval en cuyo interior se encuentra todo un tesoro automovilístico.
Un paseo por la belleza clásica
Uno piensa de un Rolls-Royce que es el paradigma de lo clásico e inmóvil, tanto que en 1995 el historiador del arte E.H. Gombrich, escribió un artículo en el que, en un divertimento erudito, afirmaba que la forma del radiador de los Rolls-Royce emparentaba directamente con la arquitectura más clásica de Inglaterra desde el siglo XVI. Seguramente el hecho de que esta colección se conserve dentro de un recinto de origen medieval, en un entorno idílico como un cuadro de Caspar Friedrich, añade valor a ese aire de templo griego rodante que parecen tener los Rolls-Royce. Sin embargo recorrer en apenas cien metros de visita los 80 años de historia que van desde el Silver Ghost de 1910 hasta el moderno Silver Spur de 1990 ofrece una visión más dinámica y sugerente de la evolución en el diseño de estos coches, y la del propio concepto del lujo en el siglo XX. Pero ¿qué coches son esos?
Los Rolls-Royce de Torre Loizaga
La colección Miguel de la Vía se compone de 75 automóviles y se encuentra en la Torre Loizaga, en el barrio de El Concejuelo de Galdames, en la comarca de Las Encartaciones, apenas a 20 km de Bilbao. El núcleo de la colección es el conjunto de 45 Rolls Royce, que recogen al menos un ejemplar de cada uno de los 22 modelos que la marca fabricó desde 1906 hasta 1998 en que fue adquirida por BMW.
Los más antiguos Silver Ghost se exponen en una sala que tiene algo de santuario, con los coches rodeados de muebles, lámparas y retratos de los fundadores de la marca. En ella se encuentra un ejemplar tan antiguo que no tiene en su morro el “Espíritu del éxtasis” de Charles Sykes (que se empezó a instalar en 1911 y no fue “de serie” hasta los años 20), un Tourer ganador del concurso de elegancia de Pebble Beach, o un “Alpine Eagle” que ha celebrado su centenario hace unos meses.
Hasta la Segunda Guerra Mundial los Rolls se servían símplemente como un motor con un chásis, y los clientes carrozaban cada coche a su medida haciendo de cada unidad una pieza única.
Una de las salas de la Torre permite ver el elegante trabajo de estos carroceros, como el de Brewster sobre un Silver Phantom procedentes de la planta de Springfield en Estados Unidos (única de la marca fuera de Europa) o en las curvas características del Art Decó del Phantom II Coupé Continental de 1932 por Martin & King. Y como ejemplo máximo del valor de representación de un Rolls-Royce, el Phantom IV del Emir de Kuwait que preside la sala, muy parecido a los que Patrimonio Nacional conserva para las ocasiones de gala en la casa real.
Si una profusión de Rolls como esa no es suficiente, en la sala contigua se puede entender la fascinación que produjeron estos coches en los años 50. Los tres Silver Wraith y cuatro Silver Cloud (I, II y III) de la colección despliegan un gran catálogo de curvas para alcanzar un teatral refinamiento en sus carrocerías, tan genuinas como para seducir a John Lennon.
¿Por qué estos y no otros? Porque en la década de los 50 el resto de los fabricantes comenzaron a fabricar berlinas de lujo más ligeras y estilizadas, como Mercedes que abandonaba sus “Adenauer” en favor de los más discretos 300 SE (W112). Mientras tanto los Rolls mantenían unas proporciones y una escala que remitían a dos décadas antes, y su éxito fue tal que cuando en los años 60 presentaron el Silver Shadow, continuaron fabricando durante un tiempo el Silver Cloud III para satisfacer a sus clientes más conservadores.
¿He dicho Silver Shadow? El Silver Shadow fue el coche con el que la marca modernizó su imagen, lanzándolo en 1965 como el primer monocasco de su historia.
Por un lado representaba un paso atrás en exclusividad, porque sería más difícil individualizar la carrocería (de ahí que aún fabricasen el Phantom V durante un tiempo). Pero por otro lado sus proporciones eran completamente nuevas, y de repente los solemnes coches de representación se convirtieron en algo más fluído y actual, sin perder su distinción. En pocas palabras, el Shadow tiene, como casi todo en los años 60, un toque sexy.
Este nuevo lenguaje del diseño se aprecia en la sala donde se reúnen este coche y sus variantes (Shadow II, Wraith II y Corniche) con el Spirit y Spur, últimos de la empresa antes de pasar a manos de BMW. Y donde se encuentra una de las joyas de la colección, el hermoso y controvertido Camargue, único de la historia de la marca diseñado por el genio Pinifarina, y en el que a pesar de su gran lujo se adivinan rasgos que lo emparentan con sus contemporáneos Fiat 130 o Lancia Beta.
Pero ¿Aún hay más?
Pero ¿Y los otros veintitantos coches? las piezas que escoltan a los Rolls Royce en las salas de Torre Loizaga dan, en cierta manera, la perspectiva que una abrumadora experiencia como esta requiere. Ofrecen la imagen de lo que sucedía en el diseño de coches, casi década a década, mientras los Rolls seguían encarnando el ideal de clasicismo. El raro Delaunay Belleville 10HP de 1907 (un “Rolls antes del Rolls”), el escultural Isotta Fraschini Tipo 8 de 1925 que rezuma estilo italiano, y el español Hispano Suiza K6 de 1936, con una fluída carrocería firmada por Van Vooren representan otras visiones del lujo hasta la Segunda Guerra Mundial. El Lancia Aprilia “Berlinetta aerodinamica” diseñado por Pinifarina en 1937 muestra la llegada de la aerodinámica a los coches populares en paralelo al Escarabajo y el 2CV. Los Jaguar XK de 1950 y E-Type de 1961 encarnan la moderna interpretación de los deportivos, al igual que el Mercedes 280 SL “Pagoda” o el Porsche 911 (aunque en su versión SC de 1979). Por último, dos expresiones sublimes del diseño sin compromisos, como el inverosímil Lamborghini Countach (5000 S, con el enorme alerón) y el minimalista Ferrari Testarossa, cierran un círculo que, como la estatuilla de los Rolls, encierra al espíritu del éxtasis (automovilístico).
La Colección Torre Loizaga puede visitarse todos los domingos, y muchos de ellos es posible ver algunas de estas joyas del automovilismo paseando y rugiendo por sus jardines. Visitarla no sólo es una lección de historia del automóvil, sino una experiencia casi irreal que se puede comparar con pocas cosas.
Fuente: TorreLoizaga
Fotos: Diariomotor