La prueba que en esta ocasión os ofrecemos es un tanto especial. No se trata de un coche moderno, al contrario, se trata de un coche del año 1996, con 18 años a sus espaldas. No es un coche cualquiera, se trata de un auténtico 1996 Buick Roadmaster Collector’s Edition. Esta gigantesca berlina fue fabricada en el año en que General Motors dejó de producir sedanes full-size como los de antaño: chasis de largueros y travesaños, cotas cercanas a los 5,50 metros, tracción trasera y un enorme motor V8 acoplado a una caja de cambios automática.
Producidos en Arlington (Texas), junto a los Cadillac Fleetwood y Chevrolet Caprice/Impala, los Roadmaster portaban orgullosos una denominación en uso desde 1936: tiempos anteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando los motores eran de ocho cilindros en línea en lugar de tener una disposición en uve. Por vicisitudes de la vida, he tenido acceso a un Roadmaster edición especial Collector’s Edition, durante bastantes días. Esta máquina tiene en su haber más de 140.000 millas, unos 230.000 kilómetros aproximadamente.
En este tipo de coches, está completando su rodaje. No es una unidad ni mucho menos perfecta: presenta óxido en diferentes partes de la carrocería, la pintura no está presente en algunos pilares y el interior tiene diversas piezas rotas. Sin embargo, mecánicamente funciona a la perfección y su estado ajado le da aún más personalidad. Voy a intentar transmitiros las sensaciones que esta ballena varada en las calles nos ofrece al volante, en una prueba que desde luego va a resultar diferente a lo que estáis acostumbrados…
¿Qué hace una ballena varada en mi plaza de garaje?
Lo primero que llama la atención del Buick Roadmaster es su ingente tamaño. Su longitud es de 5,48 metros. Básicamente, es mayor que cualquier turismo a la venta en España. Es 22 centímetros más largo que un Audi A8L y 24 centímetros más largo que un Mercedes Clase S de batalla larga. Existe una versión familiar que es aún más larga, superando los 5,53 metros. Su anchura es de 1,98 metros, así que olvidad navegar con una bestia así por las callejuelas del centro de Madrid… o más bien de cualquier ciudad española.
Mi plaza de garaje tiene un tamaño grande bajo estándares españoles, pero en Estados Unidos es de tamaño normal y tengo serios problemas para aparcar el Roadmaster en ella. Es un vehículo donde todo es grande, como si fuésemos protagonistas de «Super-Size Me»: su peso en orden de marcha es de exactamente dos toneladas, y es capaz de arrastrar más de 2,5 toneladas con el pack de remolque opcional que nuestra unidad instala. Cifra muy notoria, lograda a base de dosis muy sanas de par motor procedentes de su motor 5.7 LT1 V8, del que os hablaremos próximamente.
Su diseño no es muy elaborado: líneas rectas de gran longitud y en general poco riesgo en el diseño. Por una parte necesario para que el público objetivo de estos coches no saliese asustado: cuerpos gubernamentales, ancianos y comerciales fueron tres de los principales clientes del Roadmaster. Los paneles cromados están repartidos con gusto por la carrocería, aunque algunos se han caído en nuestra unidad. Un enorme capó es replicado en la zaga mediante un gran maletero, cuyo voladizo es imposible hoy en día.
La rueda trasera está parcialmente carenada, dando al coche uno de sus rasgos más distintivos. Además los neumáticos son «white walls», neumáticos en los que se pinta una franja blanca. Un detalle completamente anacrónico, que hoy en día no se ve de serie en ningún vehículo, sólo como accesorio en lo que casi siempre son Cadillac exclusivamente. Decididamente, el Buick Roadmaster no es un vehículo moderno, pero tampoco lo era cuando su octava generación – la probada – fue lanzada en el lejano año 1991.
Como en el salón de la abuela
Me encanta visitar a mis abuelos. Su salón está repleto de mobiliario de los años 70 y 80, con un aspecto kitsch, pero realmente cómodo. Es un mobiliario que realmente se usa, tras la copiosa comida que mi abuela suele cocinar. En el interior del Buick Roadmaster no me siento en absoluto fuera de lugar. Su disposición ya no existe en ningún vehículo: tres personas delante y tres personas detrás, ambas en bancos corridos de la anchura del coche. El ya desgraciadamente difunto Ford Crown Victoria fue el último sedán americano en tener esta disposición.
Cuero de color gris claro y madera falsa adorna el habitáculo hasta donde la vista alcanza. La amplitud es algo que se da por hecho en el Roadmaster. Seis personas viajan muy cómodamente, sin constricción alguna. No hay más que ver que los asientos son literalmente butacones, en los que nuestro cuerpo se hunde sin remisión. El salpicadero no tiene consola central, y en la columna de la dirección se monta la palanca de la caja de cambios automática de cuatro relaciones. Es realmente un viaje en el tiempo trasladarse a este vehículo.
La instrumentación sólo cuenta con un velocímetro, temperatura del agua y cantidad de combustible. No hay ninguna complicación electrónica a la vista, y sólo un botón para encender y apagar las luces. Sin embargo, en la puerta tengo todo tipo de reglajes eléctricos para el asiento del conductor. Las únicas botoneras que hay en la consola central son un sencillo – pero potente – equipo de audio y los controles del climatizador. El volante es sólo regulable en altura. Un emblema reza Roadmaster y otro Dynaride, refiriéndose a la suspensión del coche.
Las calidades son las esperadas. El Buick Roadmaster fue un coche de segmento medio-alto en su momento, pero fabricado en los noventa en EEUU. Es decir, hay plásticos duros por todas partes, acabados muy flojos y piezas que se han ido rompiendo con el paso del tiempo. Es algo común, que en la época ocurría desde Chevrolet hasta Cadillac, pasando por Oldsmobile y Pontiac. Aún hoy en día – con ciertas excepciones – la calidad interior de los vehículos estadounidenses deja que desear en comparación con el triunvirato premium alemán.
Si los asientos delanteros son grandes, los traseros lo son aún más. Nuestro salón rodante se completa con un maletero en el que es posible guardar cuatro o cinco cadáveres frescos, en el que una enorme rueda de repuesto ocupa parte del espacio. La cifra de carga es desconocida para mí, pero a tenor del espacio disponible no me extrañaría que superase los 800 litros, con más de un metro de profundidad. Curiosamente, la boca del depósito de gasolina está ubicada tras la matrícula del coche en lugar de en uno de los laterales del vehículo.
Mañana arrancamos el motor, y sacamos este barco a navegar por las carreteras estadounidenses.
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