Andy Palmer, capo máximo de Aston Martin, sale al ruedo del Salón de Ginebra. Los medios de todo el mundo nos damos codazos —vale, no literalmente— para ser los primeros en ver los coches tapados con sábanas. El tamaño del stand es mucho menor que el tamaño de la expectación generada.
La cosa empieza bien. Con el siempre elegante acento inglés nos habla de los valores de la marca: reputación, lujo, sostenibilidad (ejem). Afirma que quieren ser *la marca creadora de coches de colección del futuro*. Las 100 unidades del Aston Martin Lagonda o las 24 unidades del Vulcan los convertirán automáticamente en coches de colección.
Todo iba perfecto hasta que la lona destapó un Peugeot RCZ elevado.
Su discurso cambió hacia la rentabilidad. Al escenario salieron representantes de trabajadores, accionistas, directivos y así hasta un total de unas diez personas. Andy Palmer recalcaba que tratan de buscar clientes más jóvenes a los que atraer con la elegancia y lujo de la marca. Pero que estos clientes tienen un nuevo concepto de Gran Turismo, de cuatro asientos y eléctrico.
Un crossover deportivo que, según Aston Martin, es un GT en un nuevo formato que tiene la misma alma que el Vanquish. Lo que obliga a decir el marketing.
Entiendo que cualquier marca debe ser rentable. Me parece bien que sean transparentes al respecto. Acepto totalmente que se diseñen coches en función de la demanda de los compradores, no de los que los criticamos pero no los compraremos.
Pero, habiendo amado Aston Martin desde que tengo uso de razón, no pude evitar cierta decepción al ver un Peugeot RCZ crossover salir de debajo de esa sábana.
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