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Camino a la perdición: la historia del White Triplex y sus 81 litros de odio motorizado

¿Os acordáis del FIAT que despertaba a la vida tras un siglo de letargo? Un infernal rugido, humo negro, fuego y rudeza en estado puro. Su motor de cuatro cilindros cubicaba más de 20 litros, pero el protagonista de nuestro historia lo deja en ridículo. Se llamaba White Triplex Special, y era un monoplaza diseñado para batir récords de velocidad. Con tres motores de aviación Liberty L-12 de doce cilindros, un total de 81 litros de cilindrada y una potencia estimada de 1.500 CV, su meta era superar las 200 millas por hora. Las arenas de Daytona Beach vivieron su gloria y su desastre. Esta es una historia apasionante, pero una historia de final trágico y doloroso. Estáis avisados.

En aquella época, la única manera sencilla de conseguir potencia bruta era instalar motores de mayor tamaño.

Corrían los últimos años 20, y el duelo Campbell-Seagrave estaba en su punto más álgido. Estos dos británicos competían por ser los hombres más rápidos del planeta, arrebatándose récords cada pocos meses. Jim White – un adinerado empresario de Philadelphia – decidió que ya era hora de llevar el récord de velocidad sobre tierra a los Estados Unidos. Y para ello, ideó y construyó un vehículo que bautizó como «Triplex by White». También conocido como White Triplex, su aproximación al récord de velocidad fue muy americana: cilindrada, más cilindrada y cero refinamiento. ¿Qué tal os suena el uso de motores decomisados de aviación y un chasis comercial procedente de un camión?

1928 fue el año en que la velocidad se volvió mortífera en las arenas de Daytona Beach, Florida. Y gran parte de culpa la tiene el White Triplex. Para conseguir una velocidad máxima de récord no había muchas alternativas a finales de los años 20: potencia era la solución. White se hizo con tres motores de aviación excedentes de la Primera Guerra Mundial, tres gigantescos Liberty L-12. Tres motores ya entonces desfasados, pero los motores de aviación eran la única manera de conseguir potencia bruta rápidamente en aquella época. Cada uno de los gigantescos V12 de aspiración atmosférica desarrollaba una potencia estimada de 500 CV, para un total de 1.500 CV.

Suspensiones de ballestas, neumáticos no más anchos que los de un utilitario y ni un sólo sistema de retención para el piloto. También era el año 1928.

Esta bestia de 81 litros de cilindrada y 1.500 CV tenía un tamaño de en torno a 5,85 metros y un peso de nada menos que 4.068 kg. Un motor se montaba delante del piloto, y los otros dos motores se montaban en la parte trasera. A finales de los años 20 no se tenía en consideración la seguridad del piloto: iba sentado entre el motor delantero y los dos motores traseros. El White Triplex no tenía caja de cambios ni embrague, sólo una transmisión directa de una única relación: el coche tenía que ser arrancado «a empujón» y no había manera de pararlo una vez los motores estuviesen arrancados. La única manera de pararlo era cortar la alimentación de combustible.

Una de las pocas consideraciones a la seguridad eran unos rudimentarios frenos de tambor. Sólo montados en el eje trasero, por cierto. El frontal del coche estaba carenado, pero no había concesión alguna a la aerodinámica, más allá de un pequeño parabrisas para el piloto. Para hacer el intento de récord en las arenas de Daytona, los jueces exigían que el coche fuese capaz de dar marcha atrás por sí mismo. Tras el intento fallido de instalar un motor eléctrico – completamente insuficiente ante la fuerza de los tres V12 – White ideó un eje adicional acoplado mediante una transmisión secundaria. Una solución realmente rebuscada y casi improvisada, pero efectiva.

No se demostró su funcionamiento y no se montó durante los intentos de récord, pero recibió el visto bueno de los jueces.

La historia de un récord que no se debería haber intentado superar

Pocos pilotos dedicados a los récord de velocidad sobrevivían durante mucho tiempo a sus hazañas en aquella época.

El 22 de abril de 1928 Ray Keech se puso al volante del White Triplex. El piloto tenía experiencia en récords de velocidad previos y un gran palmarés en la competición automovilística de la época. En las infinitas arenas de Daytona Beach, Keech realizó dos recorridos de prueba. En el primero, fue escaldado con agua hirviendo: uno de los manguitos de un radiador se soltó. En su segunda recorrido de prueba, llamas procedentes del motor delantero le produjeron quemaduras en cara y brazos. Keech tuvo que visitar el hospital antes del intento final de récord. El White Triplex comenzaba a demostrar que era una bestia difícil de domar.

En su tercer intento final, Keech logró una velocidad punta de 207,55 millas por ahora, equivalente a 334,02 km/h. Una cifra impresionante para el año 1928, pero el récord no se mantuvo intacto siquiera un año. En 1929, Henry Seagrave superó las 230 millas por hora también en Daytona Beach. Jim White volvió a convocar a Ray Keech para recuperar el récord, pero Keech se negó a conducir de nuevo el Triplex. Fue un desconocido llamado Lee Bible el encargado de pilotar el Triplex de nuevo, el propietario de un taller de coches, con una muy limitada experiencia en ovales de tierra. Lee Bible no tomó una buena decisión aquél mes de marzo.

Para Bible suponía la oportunidad de su vida, pero la vida tiene en ocasiones un sentido del humor muy negro. El recorrido de récord se componía una ida y una vuelta. A la ida Bible no consiguió superar las 186 millas por hora, y a la vuelta trató de batir su propia marca. Cruzó la meta a 202 millas por hora, pero posiblemente en un instante de miedo, levantó el pie del acelerador muy bruscamente y el coche perdió su trayectoria. El coche se estrelló contra las dunas y tardó más de 60 metros en detenerse, dando vueltas de campana y terminando al instante con la vida de Lee Bible. El coche quedó absolutamente destrozado, con sólo sus motores reconocibles.

Un fotógrafo fue víctima colateral del accidente, falleciendo al interponerse en la trayectoria del coche. Si se hubiese quedado en su lugar asignado, nada le habría ocurrido, el coche le sobrevino en su trayectoria de escape. Segundas partes nunca fueron buenas, y no fue la única historia de récords fallidos de la época. Las agallas y ganas de fama superaban el sentido común.

Fuente: Selvedge Yard
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Sergio Álvarez

Aunque es técnico en comercio internacional de formación, los coches han sido su pasión (incluso obsesión) desde que apenas levantaba un metro del suelo y sus padres le regalaron un Ferrari rojo a pedales. Su afición se ha profesionalizado en Diariomotor, donde está presente desde 2008. Seguir leyendo...

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