¿Merece llamarse muscle car un coche de cuatro cilindros? Lo cierto es que al pensar en muscle car pensamos en un ruidoso Ford Mustang o Chevrolet Camaro de los años 60, equipado con un furioso V8 de enorme cilindrada, devorando rectas y consumiendo reservas petrolíferas enteras. Sin embargo, no debemos olvidar que el grueso de ventas de los muscle car tradicionales se estructuraba en torno a sus versiones de seis cilindros, más asequibles y lógicas. No obstante, los fabricantes parecen haber querido olvidar que hubo varios muscle car de cuatro cilindros. En algunos casos, una anécdota triste, en otros casos una auténtica alternativa a los poderosos V8.
Dejadnos que os expliquemos la historia de los muscle car de cuatro cilindros.
Ford Mustang: érase una vez un coche a un tetracilíndrico pegado
No, no me he vuelto loco. Antes de que el Ford Mustang fuese lanzado, un prototipo llamado Ford Mustang I fue lanzado en 1962. Era un roadster biplaza con carrocería de aluminio, creado por un grupo de ingenieros de Ford liderado por Lee Iacocca. Algunos rasgos de diseño de su afilada carrocería terminarían en el Ford Mustang de producción lanzado en 1964, como la bonita toma de aire junto al paso de rueda trasero. Lo curioso, es que este prototipo estaba propulsado por un motor central-trasero de 1,5 litros y cuatro cilindros en V, extraído de un Ford Taunus europeo. Este motor desarrollaba sólo 89 CV, pero movía de maravilla el peso pluma del deportivo.
El prototipo no llegaría a ser producido por motivos de estricto márketing: el mercado demandaba un coche más grande y convencional de cuatro plazas, no un biplaza asequible de motor central. El Ford Mustang tal y como lo conocemos nació a mediados del año 1964, con una arquitectura convencional de motor delantero y tracción trasera. Empleó únicamente motores de seis y ocho cilindros, siendo estos últimos los que han pasado a la posteridad por su potencia bruta y musculoso carácter. La popularidad de los muscle car de finales de los 60 y principios de los 70 fue tan grande que se han convertido ya en leyenda. Pero fueron tiempos efímeros.
La crisis del petróleo golpeó a los muscle car con la misma fuerza que las normativas anticontaminación estadounidenses. De un año para otro, los precios del petróleo se triplicaron y la EPA – Agencia de Protección Medioambiental – puso freno a las emisiones de los vehículos, obligando a la instalación de escapes restrictivos y posteriormente, catalizadores. En este contexto nació el Ford Mustang de segunda generación, notablemente más pequeño que su predecesor y construido sobre la plataforma del Ford Pinto, un asequible compacto. Y con el Ford Mustang II llegó al mercado su primer motor de cuatro cilindros, un 2.3 SOHC conocido como «Pinto Engine».
Este motor acompañó durante toda su vida a la segunda y tercera generaciones del Mustang, debidamente evolucionado y mejorado. Fue el primer motor con especificaciones métricas en ser producido por Ford en Estados Unidos. La actual cilindrada de 2,3 litros para el Ford Mustang EcoBoost no es casual. Y aunque ahora entregue nada menos que 310 CV montado en el Mustang de sexta generación, nació como un humilde motor atmosférico de apenas 89 CV de potencia. Su potencia llegó a caer aún más en su versión catalizada: sus 83 CV han sido el punto más bajo de todos los Mustang jamás creados. El único punto positivo era un consumo homologado de apenas 10 litros a los 100 km.
Como comprenderéis, no fue un motor con buenas reviews, y el Ford Mustang II tampoco lo fue en su conjunto. Muchos periodistas criticaron su seguridad: el tanque de combustible era proclive a sufrir incendios al ser impactado por alcance y sus neumáticos Firestone 500 sufrieron decenas de fallos de calidad en la misma década. No obstante, su carácter ahorrador y el hecho de ser un coche asequible permitieron a este Mustang cosechar buenas ventas durante los años 70. El Mustang de segunda generación ha sido históricamente omitido por Ford: aprendió la lección y desarolló un brillante Mustang de tercera generación.
El advenimiento del turbo: aquellos maravillosos años 80
Comenzaban los años 80, y la segunda crisis del petróleo azotaba Occidente con crudeza. El motor 2.3 «Pinto» del Mustang II continuó estando presente en el Mustang de tercera generación, pero acompañado de uno de los motores más interesantes de la época: una versión turboalimentada del 2.3 de cuatro cilindros. Este motor fue lanzado al mercado con sólo 132 CV de potencia, pero su ligereza y una potencia sólo 8 CV inferior al 4.9 V8 de la época hizo que pronto fuese el motor más prestacional de la gama. Aunque tuvo unos inicios repletos de problemas mecánicos, supuso una fuerte apuesta por parte de Ford, que lo mantuvo en cartera hasta el final de la tercera generación.
Es más, durante un par de años, fue el motor más potente de la gama Mustang mientras se modernizaba el vetusto 4.9 V8, reemplazado temporalmente por un 4.2 V8 de sólo 120 CV y bajo consumo de combustible. Su verdadera popularidad llegó con la versión SVO del Ford Mustang. Con una arquitectura reforzada y sus problemas de fiabilidad solucionados, el motor 2.3 Turbo llegó a desarrollar nada menos que 205 CV en el año 1985: sólo 5 CV menos que el nuevo 4.9 V8 en su versión más potente. Dejando a un lado diferencias estéticas, los Mustang SVO tenían de serie transmisión manual, suspensión deportiva Koni y eran aproximadamente 100 kg más ligeros que los V8.
Los V8 evolucionaron aún más y pronto dejaron atrás al cuatro cilindros, a pesar de ser evolucionado en 1987 con inyección electrónica de combustible. Sin embargo, su estátus como motor prestacional al que nadie hacía ascos en un muscle car ya estaba consolidado de cara al futuro. Curiosamente, – tras el lavado de cara sufrido por el Mustang en 1987 – durante unos pocos años antes de cesar en 1993 la producción del Mustang III, la gama Mustang se apoyaba únicamente en el motor 2.3 Turbo y el V8 de 302 pulgadas cúbicas, sin opciones V6 intermedias. Situación muy similar a la actual en Europa, ya que el Ford Mustang sólo se ofrece con un motor 2.3 EcoBoost y un 5.0 V8.
Chevrolet Camaro Iron Duke: un punto oscuro en la historia de los Camaro
Mientras Ford supo dar al Mustang una alternativa a motores de mayor cilindrada con su 2.3, Chevrolet desperdició su oportunidad con el infame Camaro «Iron Duke». Este sobrenombre hace referencia al motor equipado por el Camaro de acceso, que estrenaba su tercera generación al mismo tiempo que el Ford Mustang. Este motor era un simple 2.5 de cuatro cilindros, dotado de inyección de combustible, con dos válvulas por cilindro y una potencia final de sólo 90 CV. Comúnmente conocido como el peor muscle car de la historia – de forma quizá algo injustificada, era el más lento – el Camaro Iron Duke supuso uno de los puntos más lúgubres en la historia del muscle car de GM.
El propulsor Iron Duke no era en absoluto potente – se decía que tardaba en torno a los 20 segundos en hacer el 0 a 100 km/h en su versión automática de tres relaciones – y tenía que tirar de un coche pesado y bastante más grande que el Mustang. Era un motor fiable y robusto, que se montó en decenas de coches General Motors. Rudo y ruidoso, pero cumplidor. Quizá el problema de General Motors fue no desarrollar una versión prestacional de este cuatro cilindros, y relegar el cuatro cilindros a una mera versión de acceso que nunca fue evolucionada. Los Camaro de tercera generación son recordados por diferentes motivos, pero el Iron Duke no es uno de ellos.
El Camaro de sexta generación estrena un cuatro cilindros como motor de acceso, pero se trata de un 2.0 turbo con 270 CV de potencia. Los tiempos han cambiado.
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