La retención es larga, pero por fin llegamos a la rotonda y a partir de ahí el tráfico será más fluido en nuestro recorrido a casa. Es lo malo de la hora punta. Nos acercamos a la incorporación y toca esperar: los coches circulan a gran velocidad y muchos de ellos invaden los tres carriles de la rotonda en un intento por salir cuanto antes de la misma. Llegan como misiles y uno aguanta pacientemente su oportunidad de salir, acelerando con frecuencia y en plan pole-position. Pero no hay manera. Cuando se está a punto de salir llega otro coche a gran velocidad que además nos cierra las opciones con un hábito cada vez más extendido y con consecuencias devastadoras para el tráfico: no señalar la salida de la rotonda. Pasan dos, tres y hasta cuatro coches sin indicar la salida y nos lamentamos con el hecho de haber podido incorporarse antes del primero si éste hubiera indicado su maniobra. La cola detrás de nosotros es cada vez mayor y la paciencia del conductor de detrás se agota y empieza el “acoso”. El resto de la historia lo puede terminar cada uno con su experiencia diaria.
Este mal uso de las rotondas se está extendiendo para nuestra desgracia, y lo peor es que está invalidando la eficacia del mejor método de gestión del tráfico en las intersecciones. Las rotondas aportan todo ventajas, sobre el papel:
* Registran una siniestralidad notablemente inferior a la de los cruces, incluso a los regulados por semáforos. Para hacernos una idea de la magnitud de los accidentes producidos en las intersecciones, sólo en Estados Unidos mueren una media de veinte personas al día en las colisiones que se producen en los cruces, con independencia de que estén regulados semafóricamente o no.
* Gestionan de una manera mucho más eficiente el flujo de tráfico, ya que los vehículos no se ven obligados a detenerse y la circulación es más fluida que en los cruces con señal de stop o semáforos, en los que siempre en algún momento los vehículos se detienen.
* Como consecuencia de lo anterior y no menos importante, el impacto en el medio ambiente es inferior, ya que los coches no están obligados a permanecer detenidos con el motor en marcha.
* Son mucho más baratas que el coste a medio y largo plazo de los cruces con semáforo.
La fobia al intermitente
Buenas, bonitas, baratas… y sin embargo estamos dinamitando poco a poco su eficacia. Sí, nosotros, los conductores. Basta un par de minutos como observadores en una rotonda, sobre todo si ésta tiene más de dos carriles, para comprobar lo que sucede. Esta brillante herramienta para la gestión del tráfico está siendo atacada y desde varios frentes de forma simultánea por actitudes al volante que al final anulan su eficacia y el tráfico, en consecuencia, se resiente:
* Normas de uso: parece mentira, pero en pleno 2015 todavía hay muchísimos conductores que no sólo desconocen abiertamente cómo se circula por una rotonda, sino que además no dudarán en amonestarte con ira creyendo que eres un dominguero cuando giras la misma por el carril externo. Una buena parte no tiene ni idea del código de circulación al respecto, y la parte restante se ve obligado a incumplirlo para salvaguardar su propia seguridad. Sólo un reducido grupo de valientes se atreve a circular por el carril más cercano a la salida y ello le cuesta bocinazos, frenazos y toda clase de improperios, y todo eso si no termina estampado por alguno de esos misiles con ruedas.
* El intermitente: Se trata posiblemente de uno de los mayores problemas en la gestión del tráfico a los que se enfrentan las rotondas. Como hemos apuntado al abrir el artículo, el conductor que se incorpora no puede hacerlo hasta que no tenga la seguridad de que el vehículo que circula por ella va a abandonarla. Sin embargo, un número considerable de vehículos nunca indica la salida de la rotonda, con lo que los coches que entran no pueden hacerlo hasta que ésta no esté totalmente vacía. Y si esto sucede en una rotonda de tres carriles, realmente se están administrando fatal los recursos.
¿Y si la usáramos correctamente?
Parte de los expuestos se solucionarían con las conocidas como turbo rotondas: unas rotondas hackeadas de tal forma que los carriles exteriores se emplean únicamente para efectuar las salidas y de esta manera se fuerza al conductor a utilizar el carril interior para girar y evitar las temidas cruzadas. Este formato facilita la entrada en las mismas y las maniobras de salida son más claras, pero cuenta con el inconveniente de ser complejas y con excesiva señalización, y si algunos ya se lían con las convencionales, con estas nos podemos esperar lo peor. Sin embargo, en una situación ideal en la que los conductores utilizaran correctamente las rotondas ¿qué sucedería? No nos queda sino especular, pero en la propia especulación comenzamos a adivinar lo que nos estamos perdiendo.
En una situación ideal en la que los conductores aplicaran a rajatabla el código de circulación, los conductores emplearían el carril externo tanto para circular como para efectuar las salidas, mientras que el interior se reservaría únicamente para girar. En cualquier caso, toda maniobra sería señalada convenientemente. Pues bien, con esta configuración, sucederían varias cosas:
* Las rotondas vivirían un mejor aprovechamiento de su caudal, ya que los conductores harían uso de ambos de una forma previsible, y por ello, circularían más vehículos en su interior de forma simultánea, lo que aligeraría el tráfico.
* La incorporación a las mismas sería mucho más rápida y segura puesto que sabríamos que un coche que señala su salida desde el carril exterior, nos despeja la entrada y podríamos incorporarnos antes de que éste saliera. Por otro lado, los vehículo que circulan por el carril interior nunca cambiarían de carril sin antes indicarlo, así que no temeríamos las peligrosas cruzadas.
Una situación idílica que, por desgracia, sería real si cada uno hiciera lo que debe tras el volante. Pero por desgracia, parece utópica.