En febrero de este año la empresa Apparcar realizó un experimento piloto en Santiago de Compostela con un sistema de aparcamiento regulado en una calle, anteriormente de aparcamiento libre. El problema era sencillo: durante las horas de la mañana en esa calle era imposible aparcar por la cercanía de un hospital, pero por las tardes estaba vacía. Este sistema permitía aparcar de forma gratuita – un máximo de 2 horas en ese horario – mediante una app. Se eliminaba además el problema de buscar sitio, ya que la app mostraba qué plazas estaban libres.
Brecha digital, generacional y económica
Para los que nos pasamos el día leyendo Techcruch, The Verge (y Tecmovia), esta aplicación parece un invento ideal. Permite la rotación de las plazas libres y convierte en más justa la utilización del espacio público de aparcamiento, además, podemos comprobar con la app si hay zonas libres de antemano. Sobre el papel, y con una visión tecnoutópica, es un sistema ideal. Pero quizá en la práctica no lo sea tanto. A este hospital suelen acudir muchas personas de núcleos rurales, generalmente de avanzada edad.
Personas que en su vida han usado un smartphone, y que con más de 70 años, no tienen ni las ganas ni la necesidad de comprar un iPhone 6S. Pienso en personas de la generación de mis abuelos, pero pensad qué haría una persona de la generación de vuestros padres cuando se encontrase con este reto tecnológico. No sólo es cuestión de edad: si una persona no está avezada en el uso de las nuevas tecnologías, será discriminada de forma tácita con respecto a los individuos más tecnológicamente avezados de la sociedad. La pregunta es, ¿es esto justo?
En las inmediaciones de dicho hospital hay un parking regulado donde podemos aparcar nuestro coche, con una tarificación horaria. El problema es que estamos dejando fuera – a nivel práctico, no a nivel teórico o legislativo – de las plazas gratuitas a quién más las necesita, ya sea por nivel de renta o por nivel de conocimientos tecnológicos. En Rasgo Latente leemos las conclusiones del estudio anual de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), la Encuesta de Percepción Social de la Ciencia.
Sus conclusiones son duras, y deben interpretarse en el contexto del estudio de la FECYT: «Cuando nos reímos de la incultura científica de la gente, nos estamos riendo de pobres, mayores y mujeres (sic).» Existe en estos momentos – y tenderá a aumentar cada vez más – una brecha digital en la movilidad del futuro. Una brecha que deja desprotegidos a grupos sociales que deberíamos estar protegiendo con especial ahínco, ya sea mediante políticas educativas – más bien formativas – o de protección social.
¿Te podrás permitir la seguridad de un coche autónomo?
Una brecha que también será económica. Pensad en la revolución de los coches autónomos. Los primeros coches que equipan tecnologías de aparcamiento autónomo son coches del calibre del nuevo BMW Serie 7. Mercedes también aplica funciones semiautónomas en vehículos de gama alta. Cae de cajón: pasarán años y años hasta que el coche autónomo sea un bien asequible para una renta media o baja. Todos los sistemas de conectividad avanzadas y realidad autónoma, aún son terreno exclusivo premium. Y premium de gama alta.
Esta brecha económica en la movilidad del futuro es real. Un estudio llevado a cabo por Sam Harper, Thomas J. Charters y Erin C. Strumpf, publicado en el American Journal of Epidemiology demuestra que la mortalidad en accidentes de tráfico en EE.UU. es muy diferente en función del nivel de renta. Aunque la mortalidad a nivel global ha descendido en EE.UU., ha aumentado en los individuos con menor nivel educativo, por norma general de menor nivel educativo. El estudio lo relaciona con el aumento de la desigualdad económica en EE.UU.
La seguridad es parte de la movilidad. Un coche autónomo es y será más seguro que un utilitario desvencijado comprado hace 25 años. No podremos aparcar el coche de forma automática si no tenemos un smartwatch. Definitivamente, debemos tener en cuenta que los más desfavorecidos de la sociedad no podrán acceder fácilmente a la revolución de la movilidad 2.0, a no ser que se haga lo posible por eliminar sus barreras culturales, educativas y económicas. Es uno de los verdaderos retos de la movilidad del futuro.