Todos deberíamos aprender de alguien como Peter Giacobbi. Este ingeniero mecánico trabajó durante años en altos cargos de desarrollo de vehículos, acumulando décadas de experiencia. Su sueño era emular a los pilotos de los años 50, aquellos que surcaban las carreteras italianas a lomos de los preciosos Ferrari 250 Testa Rossa. Desgraciadamente, el precio de los 250 TR es prohibitivo para los mortales. La solución de Giacobbi fue construir su propio 250 TR. Un Ferrari perfecto que los puristas no pueden ver ni en pintura.
El esnobismo de los coleccionistas de clásicos es algo con lo que Giacobbi no puede. No concibe que un coche no pueda ser conducido para que no pierda su valor. Una noción absurda en una máquina hecha para su disfrute. Giacobbi logró adquirir una carrocería de aluminio construida en Italia para un 250 TR, una carrocería que llevaba 50 años olvidada en una nave industrial. Con la carrocería en sus manos se propuso construir desde cero una réplica perfecta de un 250 Testa Rossa, para poder emular a sus héroes.
El chasis fue recreado en base a documentos oficiales y fotografías, al igual que el interior del coche. La instrumentación del coche fue encargada a un especialista, que la fabricó tomando como modelo la instrumentación original del coche. Uno de los mayores problemas que Giacobbi tuvo mientras construía su coche fue el suministro de piezas originales. Nadie vendería a Giacobbi un motor o una caja de cambios de un Testa Rossa, ya que las unidades existentes son limitadas y todas tienen dueño. Nadie vende despieces de Testa Rossa.
Giacobbi hizo lo mejor que pudo: montar un motor 4.4 V12 procedente de un Ferrari 365 GTB/4 Daytona. Un enorme V12 capaz de desarrollar 357 CV, alimentado por seis carburadores Weber. Un propulsor que el propio Giacobbi puso a punto, junto a su caja de cambios transaxle de cinco relaciones. El resultado es una máquina tan ligera como un Testa Rossa de producción, pero notablemente más potente – los Testa Rossa llevan un 3.0 V12 de 300 CV. Una máquina hecha para el disfrute personal de nuestro nuevo héroe.
Ni siquiera se molestó en pintar la carrocería, su aspecto plateado es mucho más auténtico, desnudo. Y lo mejor de todo es que Giacobbi suele conducir su Ferrari regularmente, sin importarle el número de kilómetros que le haga o el estado inmaculado de su pintura. En definitiva, disfruta mucho más que los puristas, con un Ferrari «impuro», un Frankenstein mucho más genuino que las reinas de garaje. Quizá eso es lo que no soportan los puristas, que denostan su esfuerzo y dedicación. Ellos se lo pierden.
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