Cada vez que Jeremy Clarkson habla sube el pan. Un dicho muy castizo que viene a reflejar lo que sucede cuando el polémico Clarkson prepara una nueva columna, como la última publicada en The Sun al respecto de los cambios manuales. Columna en la que reflexiona acerca de la razón que nos lleva a seguir comprando cambios manuales, comparándola con aquel que decide comprar una televisión sin mando a distancia, o que aún lava sus ropas en el río porque no quiere tener una lavadora. ¿Lleva razón Clarkson al referirse de esta forma a la devoción que aún tenemos en Europa por el cambio manual?
La razón por la cual los cambios automáticos aún no consiguen superar a los manuales, en cuanto a volumen de ventas, no es otra que la tradición, unida a la imagen que tenían las antiguas cajas de cambio automáticas. Los conductores siguen teniendo esa imagen de un cambio brusco, caro, con unos consumos elevados, etcétera, etcétera.
¿Pero de verdad siguen siendo esos argumentos de peso para descartar la compra de un automático?
Generalizar a la hora de hablar de cambios automáticos tampoco ayuda, existe una gran variedad de cambios, cada uno con sus pros y sus contras, y tan adecuados para algunos conductores, como poco recomendables para el resto. Hay cambios con muy mala prensa, como los manuales pilotados, que por otro lado son robustos, muy baratos (un Citroën C4 Cactus diésel de 100 CV es solo 300€ más caro automático que manual) y probablemente cubrirán las expectativas de muchos clientes que usan su coche para ir de casa al trabajo, algún viaje, velocidades muy moderadas, y poco más. También tenemos cambios mucho más cómodos como los CVT, no demasiado caros (un Toyota Aygo con este cambio automático cuesta 450€ más que el manual), que tampoco tienen buena prensa por ser poco intuitivos, y nada deportivos, ¿pero quién necesita un cambio deportivo en un Aygo?
Luego tenemos cajas de cambio automáticas convencionales, por convertidor de par, que aunque no tengan el tirón del marketing que rodea a los dobles embragues siguen gozando – en algunos casos – de cualidades que a nuestro parecer harán que la mayoría de los conductores no sienta en ningún caso que su funcionamiento es menos cómodo que el de un doble embrague de nueva generación.
Los dobles embragues se erigen como la tecnología puntera de muchas marcas, como los cambios más sofisticados, aunque también es cierto que hay algunos mejores que otros. Probablemente hayan sido estos últimos, y el trabajo comercial de Volkswagen para popularizar su tecnología, los que hayan contribuido más a convencer al cliente de que la alternativa automática no es una opción descabellada.
El gran problema, quizás, y la razón por la cual Jeremy Clarkson se lamenta de que haya tantos conductores que, según su hipérbole, compren televisiones sin mando a distancia, y renuncien a una lavadora, es que los prejuicios de antaño pesan mucho. Y, sobre todo, muy pocos conductores en proceso de decisión de compra habrán tenido ocasión de probar un cambio automático moderno para tener argumentos suficientes como para decidir por esta opción, en una inversión tan importante como es la de comprar un coche. Quizás no baste con la inversión publicitaria, quizás no baste con la importancia que ha ganado en los medios el cambio automático en los últimos años, quizás sea necesario ir más allá.
Muchos conductores siguen defendiendo que quieren un cambio manual, porque les gusta engranar marchas con su palanca de cambios, pero me pregunto cuantos habrán tenido ocasión de probar un cambio automático, o incluso sabrán que muchos coches ya montan levas en el volante. No digo que la opción del cambio automático vaya a ser la ideal, la que vaya a convencer a todos los conductores, pero sí que estoy convencido de que esta debería ser una opción que todo comprador debería (como mínimo) tener en cuenta a la hora de comprar un coche. Especialmente en casos en los que, ya sea por peculiaridades de homologación de emisiones, o por cuestiones puramente comerciales, la diferencia de equipar un cambio automático es de apenas unos cientos de euros.
Luego estamos los que imaginamos a nuestro coche ideal como un vehículo pequeño, ligero, potente, y con un cambio manual cortito y un pedal de embrague incluso duro. Pero seamos honestos: ¿cuántos conductores quedan como nosotros, que aún sigan disfrutando, y apreciando de verdad, el placer de engranar marchas en una carretera de montaña? ¿cuántos sufren a diario, y en silencio, el tedio de aguantar largos atascos frenando, pisando embrague, punto muerto, para pisar embrague, engranar primera, luego segunda, y reanudar la marcha?
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