Me he despertado nostálgico. Mis abuelos fallecieron hace ya años, pero siguen muy presentes en mi día a día. Mientras divagaba, me he puesto a recordar aquellos viajes que hacíamos toda la familia en su coche, desde mi Asturias natal hasta un pueblo de Zamora en el que veraneábamos. Los años 90 estaban recién estrenados, y quizá es la distancia temporal, pero todo parecía más auténtico. Los bares de carretera, las gasolineras con cintas de Camela… y aquellos maravillosos accesorios «viejunos» de coche.
Indudablemente eran otros tiempos, no sé si para bien o para mal, pero más sencillos. Mi abuelo tenía un gran coche, un Saab 9000, pero como muchos otros españoles de la posguerra, no pudo estrenar coche hasta bien entrados los años 60 – un Renault 8, concretamente. Con autopistas recién estrenadas y una total ausencia de radares, recuerdo ir de pie en el asiento trasero del coche, mientras mi abuelo lo ponía a 160, 170, 180… para mi algarabía. No sé, quizá fue una de las cosas que me convirtió en un petrolhead, en un adicto a todo lo que tuviese motor y ruedas.
Aquél Saab tenía cinturones de seguridad en todas las plazas, pero nunca nadie era muy exigente con su uso. Si estaba incómodo, me tumbaba en el asiento y me lo quitaba. Si el sol me molestaba, mi abuela ponía una manta en la ventanilla y la atrapaba contra el marco de la puerta a modo de cortina. Visto en retrospectiva, y con la información que hoy en día tenemos acerca de los sistemas de seguridad de un coche, muchos de aquellos comportamientos eran imprudentes. En aquél momento, a nadie parecía importarle.
Los bares de carretera eran todo un espectáculo. Llenos de camioneros, sucios, y siempre atractivos para un niño que apenas había vivido la carretera. Un pincho de tortilla y un batido de chocolate era el mejor de los manjares cuando estaba lejos de casa. Recuerdo que me perdía en aquellas torres metálicas repletas de cassettes, de grupos patrios, de éxitos de la ruta del bacalao o del más puro gitaneo. Por supuesto, todo el mundo fumaba, vociferaba palabras malsonantes y bebía en plena ruta – no, no precisamente cafés.
Recuerdo también los viajes en el destartalado Ford Fiesta del año 1977 que tenía mi padre por aquél entonces, y la multitud de averías de aquél cacharro. Mi otro abuelo tenía un Renault 11, y estaba mucho más «customizado» que el impecable Saab 9000 de mi abuelo materno. Aquél Renault 11 era un escaparate de ese mundo automovilístico ya extinto, al que he querido rendir un sencillo homenaje con este artículo. Comenzamos con un clásico: San Cristóbal, en forma de estampita pegada al salpicadero, pero también como pomo de la palanca de cambios.
Tampoco puedo olvidarme de aquellos cubre asientos, hechos de bolitas de madera. De pequeño creía que eran sólo para los mecánicos, porque mi abuelo había sido mecánico de camiones en su juventud. Hasta que comprobé que muchos coches y profesionales del transporte los llevaban. ¿Cuándo es la última vez que los has visto?
Muy típicos de la época eran los parasoles, en multitud de ocasiones publicitarios, y hechos de cartón, nada de materiales reflectantes de alta tecnología. Además, estaban presentes en todas las ventanas del coche. Delante, detrás, en los laterales. Aquél coche parecía un anuncio andante de Fanta Naranja y Coca-Cola.
En todos los asientos traseros de la época había al menos un par de cojines – normalmente los más gastados y raídos de casa – y en ocasiones una manta. Por si alguien quería dormir en el coche o hacía frío en invierno. Como no había sistemas de entretenimiento infantil a bordo, tenías suerte si en la bolsa del asiento había un periódico atrasado, un libro para colorear, un libro de crucigramas o… ¡una revista de coches!
Era muy común que los coches de la época tuviesen el lema del fabricante en su ventana trasera. Aquél mítico «Contigo al fin del mundo» del Peugeot 205, o aquellos emblemas que rezaban «5 velocidades» en la parte trasera de los Renault. Las pegatinas de destinos vacacionales de la costa del sol eran también comunes y al menos en Asturias, la mítica referencia a la Virgen de Covadonga: «Yo conduzco, ella me guía».
Tampoco me he olvidado de la multitud de cassettes desparramados por las puertas del coche, de aquél pesado radio cassette extraíble que mi abuelo se llevaba siempre en su funda por miedo a los «cacos», de aquél trapo roñoso para limpiar el parabrisas cuando se empañaba, de las tiras de plástico que colgaban de las ruedas y de aquellos deflectores de plástico situados en la parte superior de las ventanas. Todo por recibir un poco de aire en aquellos trayectos sin aire acondicionado, y evitar las turbulencias. ¿Sabías que siguen siendo opcionales en el actual Toyota Prius?
Estoy seguro que me dejo en el tintero más cosas. Os animo igualmente a que nos contéis vuestras experiencias automovilísticas de aquella época pasada, cargada de recuerdos y de sensaciones. Si me disculpáis, me voy a comer unos gusanitos y a ver en YouTube la ceremonia de apertura de Barcelona ’92. Qué dura es la nostalgia.
Imágenes: Yofuiaegb | Magnet | Testanello2