«¡Que disfrutes del paseo!» me dice James Warren con su juvenil sonrisa mientras estrecha mi mano con decisión. En el eje del patio de la fábrica de Rolls – Royce, frente a un pequeño estanque rodeado de espliego y con la verde espesura de West Sussex como horizonte me espera el Dawn. Parece una escultura que el equipo de Nicholas Grimshaw hubiera escogido al diseñar la fábrica y no cuesta entender por qué el propio Warren se refería al coche la tarde anterior con un adjetivo tan sorprendente como «sexy«. El Dawn es el único descapotable en la gama actual de la marca, el coche más emocional de cuantos produce y el modelo con el que se cierra la primera etapa de su renacimiento bajo el paraguas de BMW. Y hoy tengo la fortuna de haber sido invitado a la casa de Rolls – Royce en Goodwood para probarlo y contaros qué se siente.
Una escultura rodante
Apenas a unos kilómetros de la nueva y moderna fábrica de la marca se encuentra la Cass Foundation, un centro benéfico dedicado a la promoción de la escultura. En su interior «A beautiful disorder» reúne 17 esculturas de artistas chinos que exploran el nuevo paisaje cultural del país a través de su creatividad. Rodeado de la verde campiña de West Sussex y de obras creadas por artistas chinos para este emplazamiento, el Dawn se muestra como una obra compleja en cuya concepción la historia y la cultura visual juegan un papel decisivo.
A pesar de tener unas cotas de batalla, vías y longitud muy parecidas a las del Wraith y compartir motor y transmisión con el Ghost, el 80% de los paneles de su carrocería son nuevos y en su planteamiento el principal objetivo es emocionar. Inspirado en el rarísimo Dawn de 1950 (sólo 28 unidades construídas), este descapotable es un corolario de lo que «disfrute para los sentidos» significa en la moderna Rolls – Royce: la suavidad, sutileza y elegancia tradicionales de la marca reinterpretados astutamente en un producto completamente moderno cuyo lenguaje visual rompe la idea popular de lo que debe ser un coche de la «doble R». Una de las esculturas expuestas en la Cass es «Identity«, de Wang Yuyang, una reflexión sobre el pasado reciente y el presente de la cultura china. El Dawn a su vez, con sus escultóricas formas, refleja el intenso proceso de reinvención de la tradición al que se enfrenta Rolls – Royce desde 2003.
Como en cualquier Rolls – Royce su espacio interior es cautivador, pero no por el tamaño. Igual que algunos edificios sugieren sensaciones como calma o tranquilidad sin que sea fácil explicar la causa concreta, el interior del Dawn además de amplio es un lugar a la vez sereno y emocionante. El conductor se encuentra rodeado por el montante de la puerta, el exquisito salpicadero y la prominente consola central que definen un puesto de mando cómodo y ajustado como un traje a medida: este es un coche para disfrutar desde el asiento del conductor. Sin embargo un Rolls – Royce no puede descuidar a los pasajeros y éste presume, con una curiosa terminología, de ser el abierto «más social» de la marca. En la parte de detrás se encuentran dos plazas casi tan confortables como las de un Ghost abrazadas por el curvado cierre de la capota que, en palabras de Giles Taylor, recuerda “el cuello levantado de una chaqueta”.
La tapicería en cuero Mandarina con detalles Azul Marino tiene un acabado impecable y envuelve constantemente a los ocupantes en un brillo anaranjado como si viajasen en un atardecer de la Costa Azul. Los botones, cajones y trampillas funcionan con tanta precisión y delicadeza que siempre tenemos la sensación de haber pulsado demasiado fuerte, mientras que el logo de la «doble R» se encuentra en cada pequeño detalle para recordarnos dónde estamos. Las puertas, que se abren en el sentido de la marcha y muestran unos guarnecidos interiores dignos de un catálogo de Hermés, se cierran eléctricamente en silencio pulsando un botón. El espacio interior es un lugar sublime, pero en el Dawn es especial precisamente porque no aísla del mundo exterior como en un Ghost o Phantom, sino que se funde con él.
La Costa Azul empieza a la puerta de tu casa
Pero algo que distingue a la nueva Rolls – Royce es su afán por conseguir que sus productos no sólo estén llenos de lujo sino que sean excelentes coches, así que para valorarlo hay que viajar con él. Cerramos la puerta, insertamos la llave y pulsamos el botón de arranque. Como recordaba del Ghost, el sonido del motor al despertar llega al habitáculo como un lejano rugido, incluso con la capota abierta, y sin la más mínima vibración. El cuadro se ilumina, la tapa del sistema central de control se abre y echamos a andar sin apenas más sonido que el de las enormes ruedas de 21” rodando sobre los adoquines del patio de la fábrica.
El puesto de conducción condensa el espíritu de la marca. Como en todos los coches de Goodwood el volante es muy grande y su aro es fino, algo que de entrada sorprende. Sin embargo al rodar con él se entiende que este volante es una sugerencia al conductor: un Rolls – Royce, incluso uno tan emocional como éste, se conduce con tres dedos, no agarrándose al volante con fuerza. El coche responde con la rapidez y precisión de uno de mucho menor tamaño, pero este conjunto de dirección y volante invita a guiarlo con dulzura, algo que además ayudará a tener bajo control sus 2500 kg. De alguna manera parece que es el Dawn quien nos conduce a nosotros y no al revés. Detrás del volante, la palanca que gestiona el cambio tiene sólo 4 posiciones: Párking, Atrás, Punto Muerto y Adelante. No hay ningún mecanismo manual para gestionar la marcha en la que circulamos porque la caja de 8 velocidades guiada por satélite se encarga de escoger siempre la mejor opción disponible y, como veremos después, lo hace muy bien. La promesa de este coche es llevarnos adonde sea rápido, sin esfuerzo y con un estilo inigualable.
Sin embargo el mundo real no siempre tiene glamour suficiente para un Dawn. Inspirado por el lenguaje con el que la marca presentó el coche me dirijo hacia el litoral pensando en la «Dolce Vita» y la Costa Azul, pero en pocos kilómetros me veo en la A27 rodeado por un tráfico denso y ralentizado por las obras. ¿Y cómo es eso de conducir un Rolls – Royce descapotable en el mundo real? pensaréis. Lejos de resultar angustiante creo que el Dawn es, como máquina para desplazarse, casi perfecto.
No, no es que esté trastornado por las emociones de una prueba tan especial, hay una razón más mundana: esta fue mi primera vez conduciendo con volante a la derecha y, además de los consejos de mi amigo Miguel García Puente, fue el coche el que hizo que la solventase con dignidad. Todo está pensado para ayudar al conductor. La mecánica, con un motor tan dulce como un eléctrico, una dirección extraordinariamente suave y una caja de cambios que parece monomarcha, hacen que la atención en la conducción se pueda concentrar en guiar el coche, el cual además tiene una excelente visibilidad con la capota abierta. Los sistemas electrónicos de ayuda a la conducción (control adaptatitivo de crucero, frenada automática, asistencia de cambio de carril…) cuidan de nosotros constantemente, algo que ayuda especialmente en las estrechas carreteras inglesas dado que el Dawn mide 1’95 m. de ancho sin contar los espejos. En el 103EX la marca imaginó para el futuro una inteligencia artificial llamada Eleanor que conduciría el coche. Buena parte de esa Eleanor ya nos acompaña en el Dawn y da mucha tranquilidad.
El espíritu de C. S. Rolls
Al cabo de pocos kilómetros en el habitáculo del Dawn comenzamos a relajarnos y sentir que esa sutil propuesta para los sentidos se filtra por nuestros poros, el tráfico parece menos pesado, el paisaje inunda el habitáculo y en una intersección un lejano bramido nos recuerda la existencia del motor. A pesar de sus 563 CV y 820 Nm el V12 6’6 biturbo no pretende advertirnos de su presencia constantemente con un tono que podría ser demasiado para el exquisito patrón de gusto de la marca.
Su funcionamiento es de una discreción que agota los adjetivos y la respuesta al acelerador está tan bien calibrada que las aceleraciones son inusualmente suaves a menos que pisemos el acelerador con una brusquedad a la que el coche no invita. La caja guiada por satélite hace los cambios imperceptibles y el apabullante par motor permite circular en las marchas más largas aunque se ruede a baja velocidad. El motor es simplemente un servidor discreto y eficaz como un mayordomo de novela. Hasta que se lo solicita.
Al acelerar con decisión desde baja velocidad el V12 responde con un lejano rugido que pronto se convierte en un aliento metálico cuyo timbre envuelve los oídos y añade una dimensión sensorial genuina. El volumen es suave pero el bramido es tenso y poderoso, manteniendo un empuje implacable con absoluta delicadeza mientras parece que es el mundo el que huye a tu alrededor como sucedía en el Ghost. Con la capota bajada el ejercicio de acelerar el coche resulta embriagador y buscamos cualquier excusa para repetirlo una y otra vez: el tono del motor inunda el Dawn y el coche se lanza hacia delante con tal serenidad que cuesta creer lo que se lee en el velocímetro hasta que, con el coche lanzado, el viento terminar por enmascarar el sonido del motor que sigue empujando como si pudiese anular la fuerza de la gravedad. El Dawn no sólo es un descapotable para recorrer el paseo marítimo, es además un coche rapidísimo capaz de devorar cualquier carretera.
Con el lanzamiento del Wraith (el coche del que deriva este Dawn) Rolls – Royce hizo todo un ejercicio lingüístico para no emplear la palabra “deportivo”, algo que podría parecer estéril en una industria donde los elaborados discursos de márketing son tan protagonistas. Tras probar el Dawn aprecio mucho más ese ejercicio de precisión verbal porque en la región inexplorada entre la deportividad y la rapidez la marca ha encontrado un nicho propio.
A diferencia de las hiperberlinas alemanas (y los convertibles que derivan de ellas), el Dawn pretende ser emocionante sin trasladar al conductor sensaciones que recuerden a la competición. Su propuesta, rendimiento superior con un confort y facilidad de uso exquisitos, proviene de un tiempo casi olvidado en la industria llena de retos entre «gentlemen», fuese el Alpine Trial, el Blue Train o el ascenso al Everest, en los que el estilo importaba casi tanto como el rendimiento. La combinación del arrojo y el espíritu deportivo de C. S. Rolls con la ingeniería obsesivamente perfeccionista de Henry Royce dio lugar a unos coches, los Rolls – Royce, que a principios del siglo XX eran protagonistas de toda clase de retos. Aquellas temeridades no tienen cabida en nuestro tiempo, pero circulando con viveza por las estrechas carreteras de West Sussex se percibe esa filosofía. El coche corre de un modo sereno pero apabullante, el motor llega sutil pero contundente a nuestros oídos. Los giros son suaves y el trabajo de la amortiguación soberbio. Sólo sorprende la firmeza con la que hay que emplear el pedal del freno, al igual que sucede en el Ghost, pero si se piensa que nos movemos en un coche de más de 5 metros y 2500 kg resulta un buen recordatorio para mantener la cordura. En conducción por carretera abierta y rodeados por un paisaje único el coche transmite un tipo de emoción en la conducción que la marca ha sabido capturar genuinamente y en la que la deportividad no se echa de menos.
Un gentleman con sombrero
“Con la capota cerrada es tan silencioso como un Wraith. No es una forma de hablar, es lo que hemos medido” me decía Warren minutos antes de entregarme el coche, y seguramente es cierto. También lo es que el coche se transforma al «ponerse el sombrero»: el ángulo del pilar A con el parabrisas y las estrechas ventanas forman una silueta de techo bajo que recuerda a las carrocerías Art Decó de los años 30 y adquiere un aspecto algo más agresivo que, además, es sustancialmente diferente del Wraith.
La capota se cierra (o abre) en sólo 22 segundos con un silencio tan inquietante que estando en la calle hay que mirar hacia atrás para comprobar que se está moviendo. Con ella puesta el Dawn devuelve esa sensación genuina de burbuja y aislamiento tan familiar del Ghost y Phantom, y se puede viajar en completo silencio y sin vibraciones. Pero esa atractiva línea del techo también reduce la superficie acristalada y la luminosidad en el interior, donde la visibilidad disminuye y el cuero naranja de la tapicería destaca menos. Se transforma en un atractivo coupe (o «two door saloon» en lenguaje de la marca) pero el coche no tarda en convencernos de que la mejor forma de conducirlo es con el cielo como techo.
Con él abierto no llegamos hasta la Costa Azul, pero sí a la del Canal de la Mancha, hasta la pequeña Bognor Regis, donde miebros de la familia real solían acudir a curar sus enfermedades en la primera mitad del siglo XX. Aparcamos junto al paseo marítimo, delante del antiguo Carlton. Con la capota abierta la tapicería naranja del Dawn parece dar a la playa un tono diferente. La línea horizontal que recorre el coche desde el morro hasta los pilotos traseros se alinea con el horizonte y de verdad parece que es un coche pensado para contemplar junto a la costa. Pronto se acercan algunas personas que paseaban por la zona “¿Es este su coche señor? ¿Podemos hacernos una foto con él?” Un Rolls – Royce causa expectación incluso a unas pocas decenas de millas de su fábrica, y este no es uno cualquiera. “He oído que ahora la “señora” se esconde a veces debajo del capó, no como cuando yo era pequeño que siempre iba al viento”, me dice un octogenario que se ha acercado a hablar conmigo. “Así es caballero, este es el último modelo de Rolls…” le digo como si fuese mi abuelo. “Es un coche precioso ¿no le da miedo aparcarlo en la calle?”, me dice él meditabundo.
Vuelvo a contemplarlo entre el mar y los viejos edificios de Bognor. Rolls – Royce es todavía hoy sinónimo de la máxima expresión del lujo en cualquier vertiente y el coche es una pieza de la que apenas se fabricarán unos centenares: que se encuentre aquí aparcado es tan improbable como ver a alguien con unos Louboutin en un supermercado. Pero desde su renacimiento, Rolls – Royce también ha trabajado obsesivamente para que sus coches vuelvan a merecer el título otorgado hace más de un siglo al Silver Ghost de «mejor coche del mundo». Este es un vehículo casi perfecto, una máquina para desplazarse con el máximo confort y rendimiento posible y construído buscando la perfección en cada detalle, desde la gestión de la caja de cambios a la apertura del compartimento de la guantera. Lo miro y, más allá del icono del lujo, el Dawn me parece un coche absolutamente deseable y con el que disfrutar de cualquier ruta.
«Bueno, es que a la «señora» también le gusta pasear de vez en cuando…«, le digo sonriendo al anciano, y tomo camino de vuelta a Goodwood. Después de tocar el cielo, debo volver a poner los pies en la tierra.
Fotos: Cass Foundation: Wang Yuyang, Identity, 2016. With thanks to Cass Sculpture Foundation and the artist / Eva Rothschild, This and This and This, 2013. With thanks to Cass Sculpture Foundation and the artist | Diariomotor
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