Cuando pensamos en una pick-up pensamos en una desvencijada Ford F-150, cargada de balas de paja, caminando lentamente entre campos del medio oeste de Estados Unidos. Sin embargo, máquinas de altas prestaciones como las F-150 Lightning o la apoteósica Dodge Ram SRT10 vienen a romper dicha concepción quemando rueda y gasolina más rápido que muchos pura sangre. Este curioso nicho de mercado no habría existido de no ser por la GMC Syclone. Esta es la historia de la curiosa y elusiva primera pick-up deportiva.
Esta es la historia de la GMC Syclone
Los años 80 se estaban acabando, y mientras sonaba el mágico «Here I Go Again» de Whitesnake en las radios de medio mundo, Buick lanzaba al mercado su impresionante GNX. El Buick que rompía al completo con el concepto de muscle car, equipado con un potente V6 turboalimentado hasta los casi 300 CV y unas prestaciones superiores a lo mejor de Italia. Si quieres conocer su historia, te recomiendo que la leas en este artículo, para ponerte en contexto. Cuando su producción cesó – sólo se produjo un año – los ingenieros de Buick querían más.
Se dice que las altas esferas de General Motors tenían miedo que una nueva Buick más deportiva y prestacional que nunca canibalizase las ventas de los deportivos de Chevrolet, los Corvette y Camaro. Buick quiso demostrar al mundo que aún respiraban gasolina de alto octanaje y turboalimentación. Crearon una pick-up deportiva basada en la Chevrolet S10, a la que montaron el V6 de 3,8 litros del Buick GNX. Las altas esferas de GM no aprobaron su producción, al chocar en parte con la 454 SS, equipada con un V8 de 7,4 litros.
La Chevrolet 454 SS era una pick-up de tracción trasera, orientada al drag racing, fan del concepto «matar moscas a cañonazos». Sin embargo, General Motors decidió que era una buena idea lanzar una pick-up deportiva con un motor turbo experimental. Los ingenieros de Buick tenían trabajo y General Motors un experimento en marcha, con su marca GMC como protagonista. Una marca que hasta el momento sólo había producido vehículos comerciales, y que en ningún momento se asociaba a pick-ups deportivas de altas prestaciones.
El motor turbo del Buick GNX no entraba fácilmente en el vano motor de la GMC Sonoma – la hermana gemela de la Chevrolet S10 sobre la que el Syclone sería producido – por lo que los ingenieros decidieron usar una versión turboalimentada del V6 de 4,3 litros de GMC y Chevrolet. El humilde Vortec fue sobrealimentado por un turbocompresor Mitsubishi TD06-17C, y agraciado con un enorme intercooler Garrett, así como la admisión del Chevrolet Corvette de la época. Por supuesto, tanto bloque como culata fueron reforzados.
La potencia pasó de los humildes 160 CV de las GMC Sonoma de producción a unos impresionantes 280 CV a sólo 4.400 rpm y 490 Nm de par máximo a 3.600 rpm. Como era vox populi en la época, estas cifras eran muy conservadoras, siendo su potencia real superior a los 300 CV. La potencia pasaba a las cuatro ruedas del coche mediante un sistema de tracción total permanente firmado por Borg-Warner. Este sistema usaba un acoplamiento viscoso central para pasar hasta el 35% de la potencia al eje delantero, siempre dando prioridad al posterior.
Sólo se ofrecía en estricto color negro, y sólo se produjeron 2.998 unidades entre 1991 y 1992. Sólo 3 unidades fueron producidas en 1992, cuando General Motors dio orden de cancelar su producción. Su precio era de unos 25.000 dólares – variaba entre estados – que hoy en día equivaldrían a algo menos de 45.000 dólares. Una auténtica ganga que en su día se medía de tú a tú con superdeportivos. Memorable fue la comparativa de Car & Driver con un Ferrari 348ts, al que humilló sin contemplaciones en línea recta.
Las GMC Syclone tenían una estética peculiar. Sus llantas de 16 pulgadas estaban unidas a una suspensión deportiva y una carrocería carente de tonos cromados, negra como el azabache. Su interior era espartano en comparación a los turismos de la época, pero era lujoso y deportivo en comparación a una S-10 básica. Su instrumentación – procedente de un Pontiac Sunbird Coupé – y la palabra «Syclone» bordada en los reposacabezas eran los únicos detalles interiores que advertían del ciclón que se desataba al pisar el acelerador a fondo.
Su escasa producción le ha granjeado hoy en día un estatus mítico y un precio que hoy en día – 25 años después -no baja de los 25.000 dólares para unidades en buen estado. Aunque su producción apenas se extendería durante un año, al año siguiente – entre 1992 y 1993 – GMC también produjo el Typhoon, una versión SUV de la Syclone, de la que os hablaremos en otro momento. Por el momento recordemos a este héroe desconocido, que humilló a muchos Ferrari, Porsche y Corvette con su actitud arrogante y estética sleeper.
Fuente: Hemmings | Car & Driver
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