Desde los albores de la automoción el ser humano siempre ha querido ir más y más rápido. El primer coche del mundo – no más que un pequeño carruaje a motor diseñado por Daimler – era más lento que una persona al trote. 130 años después tenemos vehículos de calle que superan los 400 km/h sin despeinarse. Los récords de velocidad parecen ser la última frontera terrestre del ser humano, que trata de superarse a sí mismo a la menor oportunidad. Incluso ha dado lugar una rica subcultura y eventos tan pintorescos como la Speed Week, en la planicie salada de Bonneville, Estados Unidos.
A medida que los vehículos de calle se iban haciendo más potentes, sus velocidades puntas crecían de manera acorde. En los años 80, superar la barrera psicológica de los 300 km/h era todo un logro técnico, hoy en día esa barrera se ha desplazado a más allá de los 430 km/h. Hay que tener en cuenta que hablamos de vehículos de producción, con todos sus componentes homologados para circular en carretera abierto. En estos momentos, la guerra por el título de vehículo de producción más rápido está recrudeciéndose. Todo comenzó hace 10 años, cuando Bugatti lanzaba el Veyron, un hiperdeportivo de 1.001 CV con una punta de 407 km/h.
Fue entonces cuando el mundo automovilístico se volcó con la velocidad, surgiendo preparadores y pequeños fabricantes con vehículos capaces de hacer frente al Veyron en velocidad punta, pero fallando a la hora de establecer el récord o presentando ofertas de mucha menor calidad. Algunos se lo han tomado en serio, y en Hennessey Performance están tratando de destronar al Veyron con todas sus fuerzas. Un esfuerzo embebido en patriotismo estadounidense y materializado en el Venom GT: un hiperdeportivo de 1.244 CV que la semana pasaba batía el récord del Veyron Super Sport por un margen de menos de 2 km/h.
Parece que la batalla está servida, porque dicho récord tiene ciertos fallos de estandarización. Nos gustaría dedicar este especial al Venom GT y la gente tras él.
El texano incansable que quiere comerse el mundo
La persona tras el Venom GT tiene nombre y apellido: John Hennessey. Este texano comenzó su carrera profesional en una empresa de servicios medioambientales, aunque su verdadera pasión siempre fuesen los coches y la velocidad. A primeros de los 90 participó en la Speed Week de Bonneville con su Mitsubishi 3000GT – modificado por él mismo – logrando una velocidad de récord de 278,4 km/h. Hennessey decidió arriesgarse y cambiar de sector: la preparación prestacional de deportivos, comenzando con vehículos de importación. Las modificaciones se centraban en el motor, sin descuidar la dinámica.
Pero su verdadera especialidad eran las turboalimentaciones. Tras modificar con éxito uno de los primeros Dodge Viper de Estados Unidos – al que llamó Hennessey Venom 500 Viper – su pequeño taller en Houston se vió desbordado, llegando a tener más de 35 Viper al mismo tiempo. Esta fama se debió a la altísima calidad y fiabilidad de su trabajo, unida a la atención que los medios especializados estadounidenses le prestaron. Más de una década después, Hennessey Performance retoca todo tipo de vehículos de altas prestaciones, y sus kits de turboalimentación son sin duda los más reconocidos de Estados Unidos.
La clave de su éxito consiste en adelantarse al mercado y las demandas de sus clientes, de manera que es muy rápido en tener kits de preparación listos para los vehículos que más preparaciones reciben. Aunque el Viper ha sido la espina dorsal de su negocio – con brutales kits de hasta 1.000 CV – también se ha prestado atención a vehículos como el Cadillac CTS-V, Chevrolet Camaro o las Ford F-150 SVT Raptor. El crecimiento ha ido acompañado de nuevas instalaciones a 45 minutos de Houston (Texas) con circuito y drag strip propios, una escuela de preparación de coches y un nuevo taller destinado a dar servicio al sur de California.
Su proyecto más ambicioso hasta la fecha es el Hennessey Venom GT: un vehículo de producción propia que aspira a ser el más rápido del mundo. Conozcámoslo más a fondo.
Mucho más que “un Lotus Exige con esteroides”
En 2007, John Hennessey estaba en la base naval de Lemoore en California. El motivo era un evento organizado por la revista americana Road&Track, en la que diversos superdeportivos se daban cita para batir récords de aceleración. Entre el Bugatti Veyron, un 9ff y un SLR McLaren estaba un Hennessey Venom 1000 Viper. Una víbora de 1.000 CV de potencia que batió a todos sus rivales – y al Veyron por un margen de 4 segundos – al hacer un 0-320 km/h en sólo 20,3 segundos. Fue entonces cuando John Hennessey se preguntó que podría hacer el V10 Twin-Turbo del Venom 1000 Viper montado el chasis de un Lotus Exise.
La idea del Venom GT empezaba a tomar forma, aunque fuese sólo como idea vaga, plasmada en unos bocetos. El excelente rendimiento financiero de Hennessey Performance permitió acumular fondos suficientes para el desarrollo del Venom GT: un hiperdeportivo de motor central-trasero y tracción trasera, diseñado con el objetivo de machacar todos los registros prestacionales habidos y por haber. Al mismo tiempo, el coche debía inspirar con su conducción, además de comportarse como un kart en la pista y fuera de ella. Uno de los objetivos claves del proyecto: arrebatar el título de coche de producción más rápido del mundo a Bugatti, y llevarlo de vuelta a Estados Unidos.
Un objetivo patriota sobre el que un equipo especializado se puso a trabajar intensamente. La base pudo haber sido un Lotus Exige, pero en el coche final apenas queda parte del esqueleto monocasco que formaba el habitáculo original. Hennessey sabía que necesitaba muchos refuerzos para soportar la relación peso-potencia deseada: 1 Kg/CV, una cifra a la que sólo llegaban algunas motos superdeportivas y apenas ningún vehículo de producción. Por ello, se han acoplado al núcleo Lotus dos subchasis – delantero y trasero – de fibra de carbono, combinada con una mezcla de aluminio y material compuesto. Una solución ligera sobre la que se monta un cuerpo de fibra de carbono.
¡Y qué cuerpo! Un sexy envoltorio con pasos de rueda anchísimos – no olvidemos que este coche mide 1,96 metros de ancho – y un gigantesco spoiler trasero activo. Splitters, difusores y una aerodinámica muy estudiada ayudan a que este misil tierra-tierra no despegue al superar los 400 km/h. Porque es capaz de superarlos con creces. Inevitablemente, el motor del Hennessey Venom GT es todo un portento de potencia. Partiendo de un bloque LS2 V8 de origen General Motors – preparado de fábrica para soportar potencias de 1.500 CV sin refuerzos – Hennessey ha llevado su cilindrada hasta los 7.0 litros, y le ha acoplado dos gigantescos turbocompresores refrigerados por agua.
El resultado son 1.244 CV a 6.600 rpm y 1.566 Nm de par máximo a 4.400 rpm. Cifras que hacen palidecer al mismísimo Veyron Super Sport, y que toman una dimensión aún más escalofriante al saber dos pequeños detalles: el coche sólamente pesa 1.244 kg y no tiene ni control de tracción, ni sistema ABS. El Venom GT ha pasado de ser una máquina intimidamente a ser totalmente terrorífica. Su tracción es exclusivamente trasera, y toda la potencia pasa a través de una caja de cambios manual Ricardo de seis relaciones, igual a la montada en el mítico Ford GT. No me extraña que el calzado tenga que ser del más alto nivel, unos Michelin Pilot Super Sport con una exuberante medida 345/30 ZR20 en su eje trasero.
Opcionalmente, puede llevar unos Michelin Pilot Sport Cup ZP, directamente sacados de los circuitos. Lo mejor de todo, es el ingenio y simplicidad del Hennessey Venom GT. El motor podría desarrollar más potencia aún, al igual que los turbocompresores. La electrónica se ha relegado al mínimo indispensable y no se complican la vida con enrevesadas cajas de cambio de doble embrague. Potencia de la vieja escuela, en un envoltorio capaz de usarse en el día a día, y mucho más barato que la competencia. Un millón de dólares compran un Hennessey Venom GT, cifra que hay que doblar si se quiere un Veyron o un Koenigsegg…
Un millón de dólares compra un 0 a 96 km/h en 2,7 segundos, un cuarto de milla de menos de 10 segundos o un 0 a 300 km/h de 13,63 segundos, récord Guinness de aceleración en coches de calle. La guinda del pastel es una velocidad punta que deja atrás a cualquier otro vehículo de producción… palabras mayores.
Sed de velocidad: el récord de los 435,3 km/h
El pasado 14 de febrero de 2014, los chicos de Hennessey Performance se dieron un regalo de San Valentín muy especial. Un regalo que les hizo el Kennedy Space Center en Florida: el derecho a usar la pista de 5,5 kilómetros de largo en la que normalmente solían aterrizar los transbordadores espaciales. Ya que no están en activo, ¿por qué no usarla para un cohete con ruedas? En línea recta, y con una salida parada, el Hennessey Venom GT ha sido capaz de alcanzar una velocidad máxima de 435,3 km/h. Velocidad que quizá podría haber sido aún mayor si la pista no se estuviese terminando, entre otros motivos porque un coche necesita algo más que 100 metros para frenar desde más de 400 km/h.
Las condiciones en las que el Venom GT ha batido el récord de velocidad, no obstante, no son admisibles por Guinness World Records. La vara estándar de medir falla con el Venom GT por varios motivos: sólo se hizo una pasada en lugar de realizar una pasada de vuelta – el Kennedy Space Center no les dió permiso – y para ser considerado un coche de producción tienen que haberse producido 30 unidades del Venom GT. Sólo se han producido 11 unidades, contando los prototipos. Por tanto, “oficialmente” el Veyron Super Sport sigue siendo el coche de producción más rápido del mundo. Pero seamos sinceros, el Venom GT posiblemente sea aún más rápido en unas condiciones como del Bugatti en Ehra-Leissen.
No es mi intención causar una guerra con esta afirmación, pero es una pista con un firme perfecto y que permite hacer una salida lanzada a una recta de 9 kilómetros de longitud…
La competencia no se duerme: Bugatti y Koenigsegg siguen al acecho
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El récord del Hennessey Venom GT no ha pasado desapercibido, ni mucho menos. La competencia está más que enterada, y por parte de Bugatti y Koenigsegg puede haber más de un as guardado en la manga. En lo tocante a Bugatti, saben que su Veyron sigue siendo una de las mayores maravillas de ingeniería en jamás surcar las carreteras. A pesar de ser sólo 1 km/h más lento que el récord no oficial del Venom, el Bugatti es un coche mucho más refinado, construido a un coste cercano a los seis millones de euros por unidad y vendido a pérdida. El capricho definitivo sobre ruedas, el Stradivarius del automóvil.
Bugatti podría ya estar desarrollando un nuevo Veyron, del que sólo se han oído rumores. Pero si esos rumores son ciertos sería un megadeportivo con unos 1.500 CV capaz de alcanzar los 470 km/h, cifra nunca antes vista en un vehículo de calle. Por supuesto son sólo rumores, pero tienen lógica: el Grupo Volkswagen tiene los recursos para lograrlo y quieren mantener el estátus de absoluta élite de su buque insignia. No obstante, en Hennessey deberían estar más preocupados por las noticias que llegan de la fría Suecia. Koenigsegg – un pequeño fabricante de impronunciable nombre – acaba de anunciar el lanzamiento del nuevo One:1, una tirada de seis unidades basadas en el ya de por sí impresionante Agera R.
El niño mimado de Christian Koenigsegg ha sido diseñado bajo la misma premisa que el Hennessey Venom GT: 1 Kg/CV. El azote sueco lo consigue con un 5.0 V8 de desarrollo propio doblemente turboalimentado. Su potencia final es de 1.341 CV, con un peso de 1.341 kg. 100 CV y 100 Kg más que el bólido texano, con una velocidad punta anunciada de más de 440 km/h… cifra aún por certificar. No obstante, Koenigsegg ha lanzado un órdago para que la competencia se vaya ablandando, y es el tiempo que su máquina tarda en acelerar hasta los 400 km/h. Una cifra que muy pocos coches logran, y que el bestial One:1 bate en sólo 20 segundos. Más o menos el mismo tiempo que tu ascensor tarda en subir al cuarto piso.
Neumáticos Michelin de especificación exclusiva, suspensión avanzada TripleX, aerodinámica activa, un megawatio de potencia y cientos de piezas de fibra de carbono para otra obra maestra de la ingeniería de automoción. Parece que la batalla no acaba más que empezar…