«Las historias están donde usted las encuentra», decía Gay Talese y hasta Lisboa me fui a buscarlas hace un par de semanas. Mi despertador, mi móvil, vuelve a sonar un sábado más a las 5 de la mañana, tal y como sonaba hace unos días cuando emprendía rumbo a Motorland con el Subaru WRX STI. Hoy el viaje es diferente, aunque claro, por otro lado, siempre es diferente. Hoy pongo rumbo a Lisboa y lo hago en compañía del último Audi R8 de una generación que ya no es saliente, sino que ya ha salido por completo. Un Audi R8, el Audi R8 LMX, más que dispuesto a conquistarme, a mí, a mí que detesto el equilibrio. Sus armas no son pocas: un V10, 570 caballos, una esbelta línea atemporal, ese bonito tono azulado que tan bien le sienta, nuevos apéndices aerodinámicos…
Y así es como 30 minutos después de ese zumbido del móvil escribo a Juanma para asegurarme de que se ha despertado, quedamos en 5 minutos a las puertas de su casa, un rápido saludo a su aún dormitado perro y cuando aún están naciendo los primeros rayos de sol respondemos con «Portugal» al interrogante de País y «Lisboa» a la demanda de ciudad de un desgraciadamente vetusto navegador. Al frente, bajo el capó, todas las cámaras, objetivos, flashes, trípodes y artilugios varios encargados de la iluminación, a nuestra espaldas, mediando entre el V10 y unos bonitos bacquets, un par de bolsas de deporte con poco más que un bañador y un par de camisetas. No van tan mal servido de capacidad de carga como la gente intuye, pienso.
Lleno el depósito en la gasolinera de siempre, paso por tercera vez en unos pocos días la tarjeta de puntos. Enfilamos la autopista y el R8 digiere con absoluta entereza cada kilómetro que le arrojamos. Nuestra cabeza no sufre por el ruido de su mecánica, todo lo contrario, el habitáculo es un excelente remanso de paz en estas circunstancias y los baquets nos acogen con una pasmosa comodidad. Badajoz está ya a tiro de piedra, nos acercamos a la frontera con Portugal.
Los precios al otro lado de la línea imaginaria del mapa nos obliga a hacer una parada para rellenar el depósito. Hasta aquí ha venido consumiendo poco más de 10 l/100 km, una excelente cifra si tenemos en cuenta el tamaño de la mecánica que llevamos a nuestras espaldas, 10 cilindros y 5.2 litros de cubicaje sin sobrealimentación alguna que medie en el desarrollo de los 570 caballos con los que cuenta este deportivo. 570 caballos que por supuesto quedan entregados a las cuatro ruedas. Poco más de 60 euros después la gasolina vuelve a rebosar. Cargamos víveres, Donettes, Red Bull y patatas al punto de sal, “desayunamos” a la sombra de un camión en un parking mientras nos interrogan tres jóvenes que se han acercado a ver el coche.
Eso de pasar desapercibido no es precisamente una opción a lomos de esta montura. Desde que hemos llegado a la gasolinera somos el centro de atención de sus trabajadores, de sus clientes. Preguntas, fotos y pulgares alzados nos despiden. Entramos en Portugal.
Días atrás, mientras cenábamos, mientras lidiábamos con un par de hamburguesas preparando esta producción, quedamos en hacer el recorrido hasta Lisboa, hasta el Atlántico, por carreteras secundarias. Cumplimos, atravesamos las calles empedradas de Evora, hierbas amarillentas, terruño seco, más pueblos de blancas fachadas y por fin, ahí está.
Ante nosotros el «ponte» 25 de abril, ante nosotros el Tajo. Bajo la ventanilla, apago el climatizador y enseguida invade el habitáculo del R8, nuestra piel, esa pesada humedad porteña, se palpa el Atlántico y la brisa se entromete con el pesado calor de media mañana. No hay tiempo que perder, una breve parada a los pies del monasterio de los Jerónimos, una foto rápida, un tuit y seguimos nuestro camino a la costa, a Cascais.
El plan pasa por elegir ya algunas localizaciones en nuestro camino a Cascais donde, paralelos al mar, buscaremos una carretera en la que explayarnos con la conducción de la bestia de Ingolstadt. Juanma va apuntando en una vieja libreta de Subaru fachadas, calles, escenarios en los que horas más tarde plantaremos el R8. No hay tiempo siquiera de comer decentemente, de buscar alguna recomendación, de escribirle algún tuit a @Nadaimporta para pedirle algún consejo gastronómico en la capital lusa e improvisamos en la sagrada hora del aperitivo unos bocadillos a pie de acantilado. Es la hora de rodar de verdad.
Un buen tramo de montaña pegado a la costa, la oportunidad de comprobar la dinámica de este Audi R8 LMX:
De las gigantes dunas de la playa do Guincho a un verde paisaje pocos kilómetros más allá por el que discurre una revirada carretera secundaria. El mar de fondo. La hora, en plena siesta, propicia además que no nos topemos con ningún coche, no hay siquiera ciclistas, habituales de esta zona. Deslizo mi dedo hasta el botón «Sport«, situado a unos escasos milímetros de la palanca del cambio y bajo una marcha con la leva izquierda. Enseguida el rugido, un solo de escape.
Hundo el pie en el acelerador con temperamento y con temperamento me responde instantáneamente el V10. Los 570 caballos hacen que este R8 acelere con una increíble presteza, es rápido, muy rápido. La entrega de potencia se hace sin apenas virulencia. Sí, estamos transmitiendo 570 caballos, se dice pronto, al asfalto y en ese proceso no se aprecia una brusquedad excesiva, lo que no quiere decir que en unos pocos segundos los árboles pasen a nuestro alrededor a una velocidad de vértigo.
Una nueva curva, reduzco, acciono la leva, bajo una marcha y la caja de cambios me responde con una gran celeridad, con suavidad, brindándome de paso un bonito sonido. No hay un gorgoteo demasiado extremo, no es la filosofía de este coche.
La frenada de los grandes discos carbocerámicos se resuelve sin tacha alguna, contundentes, muy contundentes. Giro de volante, peso de dirección y un excelente tarado, una configuración realmente buena, directa, comunicativa, genial.
Sus suspensiones, la puesta a punto de su chasis, me deja con una muy gratificante experiencia en el paso por curva, más aún si tenemos en cuenta que estamos tratando con todo un superdeportivo de motor central, de grandes cotas. No tiene la agilidad de un pequeño GTI, es obvio, está un pequeño punto por detrás de lo que nos puede ofrecer, cuando de agilidad se trata, un 911 GTS, pero es una maravilla como se desenvuelve nuestro azulado compañero, se siente, lo siento, diferente a los R8 V10 que he tenido la oportunidad de probar, siento como si, desde su chasis, se me estuviera pidiendo involucrarme más con una conducción espirituosa. Accedo.
Las rectas las digiere a un ritmo increíble acompañado de una espectacular melodía en cada ascenso de marcha. El V10 te pide que ruedes alto, que ruedes a ese régimen al que las mecánicas sobrealimentadas se están encargando de dejar en el olvido. Nosotros no vamos a ser quienes que digan que no a semejante exigencia. El sonido invade el habitáculo, invade la carretera y las montañas de alrededor.
Si buscamos el límite, aventura que de primeras impone, nos encontramos con un leve subviraje, comprensible por otro lado si volvemos a tener presente con el tipo de coche que estamos tratando. Corregimos, enlazamos la siguiente recta, gas a fondo y de nuevo esa excelente melodía desatada, natural, del cambio de marchas, una marcha más arriba, otra…
¡Qué empiecen las fotos!
La luz empieza a caer y cada vez más válida para las primeras fotos volvemos a la playa do Guincho para emprender nuestro camino de vuelta a Lisboa. Empezamos con las primeras fotos con un agitado Atlántico como fondo. El viento se ha encargado de hacer que no haya demasiados bañistas, demasiados coches, y nos lo pone fácil para aprovechar 3 o 4 localizaciones que ya habíamos elegido a la ida.
Creo que ya debemos ser famosos por la zona. La gente levanta el pulgar al cruzarse con nosotros, se paran a hablar con nosotros… e incluso aparece algún que otro spotter a retratar el coche. Siempre he dicho que una de las mejores cosas que te da un coche deportivo, un coche especial, uno de esos trastos con alma, es la gente que te encuentras, que conoces, por el camino.
No nos libramos del atasco de acceso a Lisboa. Las charlas con los vecinos de atasco se suceden, nos preguntan sobre el coche, el precio, la potencia, el consumo (el “¿traga mucho no?” es internacional) e incluso nos preguntan que si somos famosos. No, no es apto para vergonzosos. Paramos para limpiar el coche, para quitar todos esos mosquitos que se agolpan en el paragolpes y el cristal y un señor, británico y con el coche cargado de niños, imaginamos que sus nietos, nos mira con cara extraña cuando le felicitamos por el magnífico estado de su 2cv.
Entramos en la hora crucial. Empieza el atardecer y no podemos perder el tiempo. Tanteamos los alrededores de la Torre de Belém, los Jerónimos, buscamos alguna de esas características fachadas de Lisboa cubiertas de relucientes y añejas cerámicas, una de esas fachadas que tan bien reflejan la característica luz de esta ciudad… terminamos en el barrio alto, nos cruzamos con un tranvía, Juanma se baja a toda prisa del coche con el trípode a cuestas, sobre los hombros, vemos la foto.
El atardecer da paso a la noche, nos servimos de algunas zonas en obras para unas fotos de corte más urbano. En ciudad su consumo medio se está saldando con unos 12-14 l/100 km, no me parece desmesurado. Las estrechas calles de Lisboa ponen en algún que otro aprieto a la anchura del R8, una anchura que recordemos supera el “metro noventa”, también, durante estos días, nos hemos visto las caras con rampas de garaje imposibles, es bajo, realmente bajo y el peso de su dirección no ayuda en ciertas maniobras. Sabíamos donde nos metíamos y como siempre digo con este tipo de coches: para mí esas incomodidades son parte del encanto.
Juanma fotografía algún que otro detalle mientras terminamos de ver la composición de la siguiente foto. Aprovecho siempre esos momentos para repasar algunos de los rincones más recónditos en busca de detalles y este Audi R8 LMX está bastante bien servido de anecdóticos añadidos. Los umbrales de las puertas nos recuerdan que estamos ante una versión limitada, que sólo hay 99 en el mundo y que el nuestro es la unidad 42. Acuérdense, quizá dentro de 20 años nos lo encontremos en alguna millonaria subasta. En su interior se prodiga la alcántara excelentemente regada de costuras azules, un azul que se repite en el respaldo de los asientos y que combina a la perfección con el azul de su carrocería. Este tono, este azul bautizado por Audi como “Ara Blue” es fruto del departamento de los caprichosos, de Audi Exclusive y no le podía sentar mejor al R8.
Sigo recorriendo su carrocería. La fibra de carbono se encuentra muy presente. Está en las aletas laterales, en el alerón fijo posterior, en el splitter delantero, en los canards del frontal… Mi recorrido sigue, me paro en las llantas de 19 pulgadas, multiradio, antracita, acompañadas por unos Pirelli Pzero Rosso y los frenos carbocerámicos asomando tras ellas.
La noche, entrada ya la madrugada, la 1, quizá las 2 de la mañana, se salda con una anécdota más. Preparando la última foto la policía hace acto de presencia. Le contamos que estamos haciendo una sesión de fotos, hablamos sobre el coche, se lo enseñamos, nos piden que lo arranquemos, que aceleremos un poco… y acto seguido nos dicen que le sigamos, que tenemos que hacerle una foto al R8 a los pies de la torre de Belém. Todavía sorprendidos por eso de que hayamos ido desde Madrid a Lisboa para hacer una sesión de fotos se despiden de nosotros.
Ahora sí, última foto por un hoy convertido ya en mañana, comemos rápido unas hamburguesas a pie de carretera, nos quejamos de no poder estar degustando como se merece la gastronomía local y ponemos rumbo a una lista de alojamientos que llevábamos apuntada. La idea era haber llegado antes a la cama, como siempre no ha sido posible llegar antes y así es como poco después de las 3 de la mañana nos encontramos con que en todos los alojamientos que teníamos seleccionados están o bien cerrados o bien completos. Bromeamos con tener que dormir en el coche… y la broma se cumple. A pie de duna, de nuevo en la playa do Guincho y ya cerca de las 4 de la mañana, dormitamos.
Sobre sus faros láser:
El audi R8 LMX ha sido el primer coche de producción en llevar a las calles las ópticas láser, marcándose así un tanto ante el BMW i8. Estas ópticas, un paso por encima del xenón, prometen un haz de luz mayor, más cómodo para la vista y un consumo energético menor. En la práctica sentí que sí, obviamente estoy ante un buen sistema de iluminación, un haz blanco y eficaz, no cansa, alumbra bien, pero tampoco me pareció una revolución palpable.
Apurando las horas en Lisboa:
Son poco más de las 7 de la mañana y el sol nos despierta. El R8 solitario en el parking, la niebla de la mañana y la duna nos dejan con una nueva fotografía. Unas tostadas, un baño en el Atlántico con la única presencia de alguna que otra escuela de surf y volvemos a la acción, en esta ocasión lejos ya del centro de Lisboa, buscando paisajes más naturales.
Suena Metronomy, suenan los Troggs, California Sunrise de Dirty Gold, los Kinks, gran parte del Bankrupt! de Phoenix y I Am a Man de los Parrots. Hablamos de la escena musical que se está gestando en Madrid, de lo humano y lo divino, de que tenemos que volver, ya de vacaciones, a Cascais, que si tempus fugit, que si el verano y las noches que se avecinan…
Comemos en Lisboa, agotados pero enormemente satisfechos, con la sesión, con la experiencia. Todavía nos queda una foto más con el puente que un día antes nos vio llegar de fondo, un último paseo por las calles del centro de Lisboa y enfilamos la carretera, el “road to Lisboa” se convierte en un “Road to Madrid”. De nuevo las carreteras secundarias de camino a la frontera con España, las largas rectas de viejo asfalto, los pequeños pueblos…
Adiós a una generación:
Llega la hora de despedirse. Bajamos los bártulos del coche, chequeo su consumo, poco más de 9 l/100 km y repasamos antes de despedirnos algunas de las fotos de la sesión.
Aparco muy convencido de la dinámica del R8. Me gusta la puesta a punto de su chasis, su equilibrada alma, por mucho que no me gusten habitualmente este tipo de enfoques, la respuesta del V10, veloz y sin sobre saltos, jugando arriba, con un sonido natural, auténtico. Dirección y suspensión también son dignas de elogio. Por el peso, tacto y capacidad de comunicación de la primera, por lo polivalente y efectiva de la segunda.
Ahora queda conocer al nuevo Audi R8, queda ver cuanto queda del concepto original, si se han buscado nuevos caminos, si sigue teniendo esa vocación de superdeportivo apto para el día a día. Desde luego el Audi R8 LMX me parece una excelente despedida, un adiós por todo lo grande.
La gente me dice que la línea, que su diseño, ya adolece de cierta edad. No me lo parece, creo que su diseño ha envejecido realmente bien, algo que no ocurre con su interior, de excelentes calidades y ajustes pero de vetustos detalles, como su sistema multimedia, como algunos de los botones o el ordenador de a bordo. Se nos olvida rápido a golpe de alcántara, esos baquets (que permiten la regulación de las “orejas” inferiores e intermedias para aumentar la sujeción o hacerlos más confortables) o las filigranas con las costuras azules.
Llamativo, bonito, rápido, divertido e incluso muy utilizable, siempre que entre en nuestra plaza de garaje y no frecuentes calles excesivamente estrechas. Quizá le falta ser más exagerado, más exuberante, más “problemático”, caprichoso… pero entonces no sería un R8. En Audi lo saben y me parece perfecto, genial, que le hayan querido dar ese enfoque a su superdeportivo.
Han sido cerca de 2.000 kilómetros juntos, muchos litros de gasolina, muchas horas en pie recorriendo Lisboa en busca de rincones en los que retratarlo, muchas anécdotas y vivencias ultra concentradas, música, paisajes. Ha sido, en definitiva, un adiós inmejorable a una generación, la del primer R8, que ha marcado un importante hito en la concepción de los superdeportivos. Seguro que el nuevo está a la altura, ahora sólo queda comprobarlo.
Si te has quedado con ganas en twitter puedes ver un poco más del trasfondo de este viaje en el hashtag #roadtoLisboa. La fotografías, claro, son cosa de Juanma Garcia Cámara.