Año 1955. Clifford Robins, dueño de una tienda en Yeovil, Inglaterra, se pasea por su barrio con un artilugio de lo más exótico. No tiene techo, no tiene transmisión, no tiene caja de cambios, ni embrague, por no tener no tiene ni tan siquiera un motor conectado a sus ruedas. Clifford tuvo la brillante idea de diseñar un coche casero recurriendo a una técnica nada habitual, la de utilizar un propulsor de hélices para obtener movimiento.
Lo más interesante de este artilugio estaba, sin duda, en la simplicidad técnica que implicaba, que lo convertía en un coche económico y sencillo de mantener. Según la revista Popular Science, de enero de 1956, sus hélices estaban conectadas a la salida del cigüeñal de un motor V8 de origen Ford. La British Pathè apunta más bien a un motor V4, derivado del V8 Ford, con el que conseguiría alcanzar una velocidad de 70 mph, unos más que aceptables 112 km/h, gracias a un motor de solo 15 CV.
Por increíble que resulte, el caso del coche casero de Clifford Robins no era anecdótico. A lo largo del siglo XX fueron muchos los inventores que exploraron la posibilidad de crear coches con hélices en su frontal (ver reportaje en io9), con creaciones increíbles, a la par de escalofriantes.
Desconocemos por qué razón no llegaron a prosperar. En cualquier caso nos alegramos de ello. En los tiempos de la seguridad vial, de la protección de los pasajeros, y los peatones, no puedo hacerme una idea (o sí) de lo peligroso que debía ser sufrir un atropello contra uno de estos coches.
Fuente: British Pathè
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