El motor V10 TDI del Grupo Volkswagen es de todo menos fiable. Y es que por norma general nos invita a huir despavoridos cuando nos encontramos en el mercado de ocasión con un modelo que lo equipe. Su mala fama ensombrece por completo a su peculiar configuración y a sus prestaciones, que no eran ni muchísimo menos despreciable. Pese a todo, el Volkswagen Touareg V10 TDI que hoy nos ocupa quiere callar bocas mostrando su fino rodar por la Autobahn, incluso a prácticamente 240 km/h.
Y es que ya no solo era la poca fiabilidad de este motor, sino también la complejidad de cambiar prácticamente cualquier pieza debido a que el acceso que dejaba el V10 era nefasto. Esto encarecía cualquier reparación -y no eran pocas-, provocando que más de un propietario decidiese malvenderlo en el mercado de ocasión y que otro se ocupase de los quebraderos de cabeza que el Touareg V10 TDI provoca.
Poco fiable pero con un fino rodar por la Autobahn: el doble rasero del Touareg V10 TDI
Pero vamos a obviar por un momento que el turbo moría solo con mirarlo y vamos a centrarnos en todo lo bueno que debería dar un motor de diez cilindros diésel. Lo primero es que el Volkswagen Touareg de primera generación nació no solo como un SUV con buenas capacidades off-road, sino también como un candidato idóneo para recorrer miles y miles de kilómetros.
El V10 TDI es de rodar suave y placentero, siendo poco ruidoso y fino, además de erogar 313 CV y la friolera de 750 Nm de par a tan solo 2.000 revoluciones, convirtiéndose en un misil tierra-tierra con todas las de la ley. El 0 a 100 ocurría en 7,8 segundos, nada mal teniendo en cuenta que estamos hablando de un coche que superaba las dos toneladas y media de peso.
La velocidad máxima era de 225 km/h y, aunque el Touareg V10 TDI protagonista demuestra que es capaz de superarlos, es una cifra más que suficiente para rodar con agilidad por la Autobahn alemana. Así y pese a todos los problemas que supuso este V10 diésel, el Toaureg y su temido motor demuestran que cuando las cosas funcionan como deberían se convierten en el binomio perfecto para devorar kilómetros.