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¿Por qué nos parece tan genial tener F1 de 1.000 CV?

Me lo pregunto muchas veces desde que sé que hay planes para volver a los 1.000 CV de potencia en los monoplazas de 2017, que tendrán, además, ruedas más anchas. Me pregunto, además, qué tiene eso de bueno y por qué la Fórmula 1 sigue gastando cantidades ingentes de millones en intentar parecer más atractiva al público, en vez de seguir por la senda de la investigación, de hacer coches buenos, casi perfectos (aunque no lo parezca, por comparación de resultados entre las escuderías, todos son coches muy buenos). La respuesta es siempre la misma: hay una añoranza por tiempos pasados, que eran mejores. Yo creo firmemente en que los tiempos pasados son geniales para evocar bellos recuerdos, pero no para volver a ellos.

Si la Fórmula 1 es progreso, si es el tan repetido (hasta la náusea) «pináculo tecnológico» del mundo del motor, ¿cómo volver atrás? Resulta ahora que la F1 debe investigar cómo hacer los coches más difíciles de pilotar, más propensos al error de piloto (o error mecánico, lo que ya sería pedir una locura), a sufrir accidentes, que ya sabemos que son la salsa para un sector del «público» de motor. Es verdad que más potencia es mejor, al menos eso parece, y como dice John Noble en Autosport (premium), 1.000 es un número que saben vender muy bien los departamentos de marketing. Para Le Mans se habla de potencias ya cercanas a los 1.250 CV, ¿no se nos eriza el vello?

Sí, y no. Si recordamos el pasado de la F1, hubo muchas gestas y carreras épicas, con drama incluido (no hablo, todavía, de accidentes mortales), como cuando Nigel Mansell sufría calambres, cuando se desmayó en la pista empujando su monoplaza, en el infernal GP de Dallas de 1984… Si hablamos de teatro y drama, Mansell era un genio. También sabemos que en aquélla época las vibraciones eran tan salvajes que algunos pilotos se hacían daño en la lengua, o se rompían algún diente. Recuerdo haber leído, una vez en el lejano pasado, cómo Alain Prost decía que al terminar algún Gran Premio, apenas era capa de enfocar la vista por culpa de las vibraciones. ¿Queremos eso, de nuevo? Y ahora sí, ¿a costa de la salud y la integridad de los pilotos?

Pensamos, de forma equivocada, que antes se adelantaba un montón, y no es tan cierto. Hubo en el pasado carreras trepidantes, sí, y todos recordamos el vídeo de Arnoux vs Villeneuve, pero también hubo carreras de esas en las que el segundo intenta pasar al primero durante toda la carrera (una al azar, Mónaco ’92). En 2013 y 2014 hubo carreras geniales en cuanto a cantidad de adelantamientos y emoción en pista hasta el último momento, ¡vaya si las hubo! Lo que pasa es que el pasado lo recordamos, siempre, en su parte buena. Recordamos la docena de carreras que nos hicieron temblar de emoción, pero no recordamos las carreras, su desarrollo. Muchas veces era atroz, soporífero. La nostalgia distorsiona los recuerdos.

Entonces, ¿qué queremos para la Fórmula 1? Hablando por mí mismo, quiero una F1 entretenida, carreras que me diviertan, pero no a costa de volver a repetir patrones del pasado. Sinceramente, siempre defendí hacer una aerodinámica peor, frenos más malos, y ya sería suficiente para evitar la perfección de las frenadas, los márgenes de error de centímetros, y el tiralíneas de las trazadas. Pero, pensemos, eso incluso es ir contra natura. La Fórmula 1 es aburrida porque los ingenieros y diseñadores hacen coches perfectos, y las simulaciones ponen a punto los coches y enseñan a los pilotos cómo y dónde y cuándo hacer cada cosa. Creo firmemente en que hacer coches peores, no es el camino. Pero, ¿cuál es, entonces? Sea el que sea, que deje de suponer escaladas monumentales de inversión y presupuesto.

Foto | Darren

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The flying Jim

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