Después de plantear la semana pasada tanto lo que pretendía plasmar en esta serie de artículos de opinión (o paja mental) sobre el Mundial de Rallyes y qué tipo de vehículos y categorías preferiría tener en él, ahora toca hablar de los rallyes.
Abordo el tema desde dos ópticas, una en principio más sencilla como es la del calendario aunque complicada de cerrar porque ya se ha trabajado en ella en varias ocasiones sin éxito rotunda, y otra más complicada y soñadora pero que creo que es el camino a seguir por la disciplina: el formato de cada cita.
El calendario
Aquí es donde tengo más dudas. Es necesario un compromiso entre la tradición, las “nuevas” citas exitosas y los mercados emergentes. Arrancaría con el Monte-Carlo, seguido de Suecia, México, Argentina y Portugal. La primera novedad es que me cargaría Italia mientras no se pueda celebrar en San Remo y metería en su hueco China. Finlandia y Alemania serían intocables en verano, uniéndose a ellas una cita eslava, no necesariamente en Polonia.
En la recta final del certamen incluiría la cita oceánica: como Nueva Zelanda es un mercado sin interés pero es una cita tan icónica, buscaría algún tipo de rotación que visite más habitualmente Australia sin abandonar por completo los bellos tramos neozelandeses, quizá una prueba allí cada tres años. Acto seguido acudiría a Sudamérica para la ansiada cita brasileña y dejaría el final del Mundial intacto con el Catalunya, Córcega y Gran Bretaña (digo bien Gran Bretaña con la esperanza de que algún día salga de Gales). De este modo nos quedarían 14 citas, una cantidad razonable, dejando a discreción de las marcas la posibilidad de regresar a África a sabiendas de que es el mercado con menor interés para ellas… pero que nos puede ofrecer un rally más diferente.
Los formatos
Permitidme hablar como un iluminado. Quemaría casi todas las ideas actuales. La uniformidad de las pruebas del Mundial es parte de lo que lo ha hecho aburrido. Tomo el ejemplo de los deportes de invierno para ilustrar qué es lo que tengo en mente:
– Copa del Mundo de Saltos de Esquí: se emplean trampolines de hasta diez tamaños distintos (de 127 a 225 metros, existiendo además una disciplina olímpica de 90 metros).
– Copa del Mundo de Biatlón: existen tres citas individuales (contrarreloj), diez al sprint (contrarreloj ‘corta’ en la que los fallos tirando tienen penalización directa de tiempo), siete de persecución y cinco de salida en masa, además diez pruebas de relevos con tres formatos distintos.
– Copa del Mundo de Esquí de Fondo: 26 eventos puntuables (incluyendo dos Tours a imagen y semejanza de las Grandes Vueltas ciclistas, puntuando cada una de sus etapas como un evento individual), 13 formatos distintos en los que se combinan pruebas al sprint, distintas distancias, estilos (clásico, libre o ambos en lo que llaman ‘skiatlón’)…
– Copa del Mundo de Esquí Alpino: 40 eventos en total con seis especialidades distintas y una modalidad extra por equipos.
¿Se me entiende? Por eso el modelo de tres etapas con dos bucles diarios y tres tramos cada uno es tan absurdo. Puedo llegar a entender que las pruebas nuevas o más recientes se aferren a esta estructura para mayor seguridad, pero démosle la libertad que merecen a los organizadores que realmente han creado la leyenda del Mundial de Rallyes.
Un Monte-Carlo no tiene por qué ser una prueba de muchos tramos, pero sí de bastantes días y tramos escogidos de forma puñetera, para que el cansancio, especialmente mental, haga mella en los participantes. Me encanta que Suecia se vaya a Noruega si hace falta para buscar nieve; que Argentina incluya una burrada de tramo; o que Portugal regrese al Norte e incluso le dé por recuperar tramos adoquinados y asfaltados.
Es genial que Finlandia sea una prueba con muchos tramos cortos, al sprint y disputada en sólo dos días, como mola que el Catalunya sea mixto siempre y cuando logre solventar sus problemas con el polvo, que Alemania tenga etapas tan diferenciadas entre sí o que Córcega se plantee pocos tramos pero muy largos. Pero aún se puede arriesgar mucho más.
¿Si en Suecia es tradición empezar el rally con una superespecial y ésta queda siempre deslucida por el deterioro del terreno, por qué no darle una vuelta de tuerca al formato? Empecemos la prueba con un torneo de eliminatorias uno contra uno y ofrezcamos segundos de bonificación a aquellos que vayan avanzando rondas. ¿No es lo que hacen las Grandes Vueltas ciclistas para incentivar la lucha por la victoria parcial? ¿No se llegan a dar medallas olímpicas en un formato del biatlón como la persecución, que depende directamente de los resultados de otra prueba? No se ajusta a los rallyes tradicionales, pero es un formato espectacular que daría algo por lo que luchar desde el primer kilómetro.
¿Por qué no va a terminar el Rallye de Alemania con una vuelta al Nordschleife? De hecho sería una idea magnífica lanzar a los participantes en función de las diferencias acumuladas a lo largo de todo el rallye: podríamos ver a pilotos con la necesidad de adelantarse en pista en el último tramo de la prueba. Más televisivo y espectacular imposible.
Y si el rallycross sigue con su crecimiento, ¿acaso sería mala idea incrustar una mini-prueba de rallycross en una cita del Mundial de Rallyes? Al final no estoy inventando nada: se asemejaría a cosas como la especial que el Monte-Carlo más clásico realizaba en el circuito de Fórmula 1 o a la mezcla de formatos propia del Tour de Francia Auto y el Giro d’Italia.
Además daría libertad a los organizadores a la hora de definir cuántos reconocimientos oficiales permiten en su prueba (o si alguno se atreve a recuperar los tramos secretos del viejo RAC), qué neumáticos se permiten o no en su prueba e incluso si alguno se atreve a invocar a Satán recuperando los splits de cara a incluir un elemento estratégico en la prueba. Quiero que cada cita sea única.
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