Un hombre, un casco, una historia y un trágico destino. Esto es lo que hay detrás de Alberto Ascari, piloto milanés que forjó su leyenda durante la primera mitad de los años cincuenta, rivalizando nada más y nada menos que con el «Maestro» Juan Manuel Fangio. Cuando Ascari falleció en 1955, ambos tenían dos títulos de campeón del mundo y el argentino había superado en triunfos a Ascari en su tierra natal esa misma temporada -14 victorias frente a 13-.
Pero más allá de pasar a la historia por ser el primer campeón múltiple de la categoría, Ascari fue recordado por su casco azul celeste, que supone una muestra de la actitud de los pilotos en otros tiempos. De como la vida ha cambiado a lo largo de las décadas. Donde los pilotos de hoy en día cuentan con varias unidades de su casco dentro del mismo fin de semana y otros como Vettel cambian -o cambiaban- de diseño carrera a carrera, Ascari era especialmente supersticioso y solo pilotaba con su único casco.
Y es que cuando se dice de Ascari que pilotaba solo con su casco, no se habla de su diseño sino de la misma unidad. El piloto italiano utilizó siempre el mismo casco, que fue reparando según las necesidades que tuviera y según los daños recibidos. «Ciccio»-gordito-, como fue apodado por los aficionados italianos, era un hombre humilde y cercano al público, que lo veía como uno de los suyos. Y en la Italia de los años 50, su increible superstición era casi un punto a favor.
La superstición de Ascari era legendaria, evitando todos los tradicionales elementos de mala suerte. Gatos negros, números de infortunio -su última victoria en un gran premio fue la número 13 y tras ella, jamás volvió a completar otra carrera puntuable- pero sobre todo, era maniático en lo que se refería a su equipamiento de carreras. Siendo su color de la suerte el azul, tanto la camisa como su casco lo lucían con orgullo. En una época donde la gran mayoría de cascos eran blancos o de colores apagados, el azul celeste de Ascari era casi divino.
Alberto, hijo del gran Antonio Ascari, no dejaba que nadie ni siquiera tocara la maleta donde llevaba su casco y camisa azules junto a sus gafas y guantes de carreras. Tal era su obsesión con la fortuna que estos elementos le traían en las competiciones. En 1955, cuatro días después de sufrir el famoso accidente en Mónaco en el que terminó cayendo al agua junto a su Lancia D50 y en el que se rompió la nariz y sufrió algunas pequeñas contusiones, apareció en Monza para observar las pruebas de su amigo Eugenio Castellotti con un Ferrari 750 Monza.
Ascari, que siempre había insistido en pilotar con su camisa pero sobre todo con su casco, se encontraba ese día vestido de calle y sin su compañero de viaje que estaba siendo reparado tras el golpe en Mónaco. Con un impulso poco característico para el siempre prudente y seguro Ascari -aseguraba que pilotaba siempre con margen de seguridad-, decidió dar unas vueltas en el 750 Monza que tenía que compartir con Castellotti en la Supercortemaggiore, los 1000km de Monza. Quería asegurarse que no le había cogido miedo a pilotar.
Ascari se subió al coche con el casco de Castellotti y salió de boxes. A los 36 años, en un día 26, cuatro después de sobrevivir un grave accidente, perdió la vida en una curva de izquierdas, dejando mujer y dos hijos. Exactamente igual que su padre, Antonio Ascari. Palabra por palabra; desde la edad hasta quienes le lloraron. ¿Porqué se produjo ese fatal accidente en Monza? ¿El casco? ¿Un gato negro cruzó la pista? ¿El destino? Ese día el mundo perdió a todo un caballero y la Fórmula 1 a uno de sus grandes campeones, que se convirtió en leyenda junto a su inconfundible casco azul celeste.