La FIA ha decidido que el Mundial de Rallyes siga los pasos del Mundial de Turismos con coches más anchos, potentes, ligeros y aerodinámicos, más agresivos en definitiva, pero también con un reglamento técnico que sobre el papel aumentará los costos para los fabricantes. El principal problema es que a pesar de utilizar bases similares a las actuales, las marcas deberán presentar coches completamente homologados y no servirán evoluciones de los actuales.
Se corre el mismo riesgo que en el Mundial de Turismos, que la pasada campaña tuvo que echar mano de los antiguos TC2 para no tener parrillas con poco más de una decena de unidades. Si tenemos en cuenta de que cada equipo puede construir de dos a cuatro World Rally Cars, y ante la posible caída de Citroën, nos encontramos con una decena (quince en el mejor de los casos) de coches ‘pata negra’ en 2017.
Además, esto puede significar desterrar definitivamente a los equipos privados o relegarlos a una categoría inferior. Es ahí donde puede entrar los actuales WRC (Citroën DS3, Volkswagen Polo R, Hyundai i20, Ford Fiesta RS). Los 1.6 Turbo de brida de 33 mm podrán seguir compitiendo a partir de 2017, pero además de no poder ser actualizados, tampoco se espera que estén luchando por las victorias debido al gran salto de potencia que habrá (unos 50 CV) y a las diferencias aerodinámicas y de peso.
A la espera de conocer qué ocurrirá con estos modelos y si recibirán también algún tipo de aumento de prestaciones (no demasiado plausible ya que las marcas no estarían dispuestas a tener los modelos antiguos peleando contra los nuevos, no sería descartable que la FIA propiciara una especie de Trofeo de Independientes, tal y como ocurre en el WTCC, para seguir dando utilidad a estos modelos y además de mayor protagonismo a los equipos privados, algo que llevan demandando los mismos mucho tiempo.