Durante estos días muchos me habéis apuntado lo afortunado que soy al haber podido montarme de copiloto en un World Rally Car y además por poder hacerlo junto a un piloto del WRC (con gran proyección) y en un marco incomparable como son los bosques finlandeses. Lo cierto es que no hace falta que me lo digáis, soy plenamente consciente de la exclusividad y significado de la experiencia vivida durante el pasado lunes gracias a Hyundai Motorsport.
Desde hace algo más de dos semanas, fecha en la que contactó conmigo el departamento de prensa de Hyundai España, no hubo mañana en la que me despertara sin ser consciente de lo que me esperaba sólo unos días después. He dicho consciente de la experiencia, porque os puedo asegurar que por mucho que hayas probado antes otros vehículos de competición, simuladores u atracciones, no hay nada como sentarse en el asiento del miedo en un WRC y ‘dejarte’ hacer por un piloto mundialista.
Tras ver la espectacular victoria cosechada en casa por Jari-Matti Latvala, el grupo dirigido por un simpático belga llamado Cristophe se dirigió al hotel con el objetivo de prepararse de cara al día siguiente. Las 8 de la mañana no era un madrugón para alguien que está habituado a esto de los rallyes. Tampoco fue nada ordinario, el lujo de que te lleven en autobús a cada uno de los tramos, con accesos a sólo unos metros del recorrido a pesar de que los más habituales a esta categoría nos empeñábamos posteriormente en adentrarnos en las arboledas en búsqueda de un sitio aún mejor.
El grupo de 10 periodistas/bloggeros de distintas partes del mundo era sabedor de la importancia de estar puntual en la puerta de nuestro simpático conductor de autobús, Teppo. Cada segundo del WRC con el motor encendido suponía a Hyundai un gran coste, así como el alquiler del lugar de pruebas, la logística y todo lo que conlleva este tipo de test o experiencias de copilotaje. Por ello nadie se retrasó. Cada uno de nosotros lucía las mejores de sus sonrisas, y ese gusanillo en el estómago no dejaba de retorcerse para recordarte a cada segundo (por si a alguno había logrado olvidarlo) que en unos minutos íbamos a montarnos en uno de los coches más abrumadores del planeta.
Los secretos más o menos ya nos habíamos encargado de ir averiguándolos mi compañero de viaje, el también español Oscar Reixa, y yo durante los ‘ratos libres’ en el parque de asistencia. Sería Hayden Paddon el que tal y como estaba programado nos diera ‘el viaje de nuestras vidas’ y además no sería en un pequeño circuito de RallyCross/AutoCross como en un principio nos habían informado, sino que sería en un tramo donde el equipo ya realizó test la pasada temporada.
La sección, algo más corta que en 2014, comprendía un recorrido de algo más de 3 kilómetros, con secciones absolutamente a fondo (sobre todo en el inicio y final) de 5ª y 6ª marcha y una sección central algo más revirada con varios saltos en curva, pero nunca teniendo que bajar de tercera. Los que conocéis el rendimiento de un WRC os podéis imaginar lo que eso significa. La unidad de test tenía pedigrí. No se trataba de un Hyundai i20 WRC más, capado para la ocasión, sino que el modelo, llegado durante la jornada del domingo se trataba de ni más ni menos que el mismo con el que Thierry Neuville consiguió su primera victoria y la de Hyundai en el pasado Rallye de Alemania’14.
Tal vez los primeros en sentarse en él, los comentaristas británicos Martin Haven y Tobby Moody no pudieron experimentar al máximo la conducción del neozelandés, ya que tras el primer grupo, Hayden pidió al equipo realizar algunos ajustes en la suspensión y en los frenos, pero los del segundo (uno de los franceses, los dos españoles y los dos australianos) sí pudimos ver al piloto de Hyundai afrontar el recorrido con la mayor confianza posible.
La espera se hizo larga hasta que pude colocarme el hans y el casco. Mi nombre y apellidos ya lucían en la ventanilla trasera, donde hace un año se encontraba el de Nicolas Gilsoul (todavía se intuía marcas del mismo) y el Hyundai i20 WRC me esperaba con las puertas abiertas para mostrarme de qué era capaz. Paddon aguardaba dentro, mientras que uno de los ingenieros del equipo me ayudaba a acomodarme en el baquet. Un apretón de manos y de pronto oigo retumbar en mi cabeza un “¿puedes oírme?”. Tras un casi tembloroso “sí” debido a la excitación que siempre me produce montar en un coche de competición, Hayden se interesaba por conocer si era mi primera vez en un coche de rallyes, algo a lo que le respondía negativamente pero que le puntualizaba con un “sí es mi primera vez en un WRC”. La cortesía se acababa en ese momento. Mientras que engranaba la primera marcha, el señor de mi izquierda realizaba una declaración de intenciones “vamos a ver de qué somos capaces”. Yo contestaba con una sonrisa que nadie podría ver bajo mi balaclava.
El coche echaba a andar por una pista de tierra estrecha, lentamente. Un saludo de uno de los comisarios, una curva de derechas y delante de nosotros una larga recta en bajada que mostraba todavía unas marcas de roderas, señal inequívoca de que ahí iba a ser el punto de partida de esta vuelta que no olvidaré en mi vida. Todavía con la segunda marcha engranda, frenamos, neutral, un botón, dos botones, mete primera con la palanca, acelerador a fondo mientras agarra el freno de mano y de repente… un empujón bestial de 300 CV que me envía al fondo del asiento, mientras lucho por recomponerme para volver a una posición algo más elevada que me permita ver la carretera. Y es que a pesar de que no soy precisamente una persona pequeña, la posición del copiloto es muy baja, sin apenas ver lo que hay delante en la carretera, con el objetivo de favorecer el reparto de masas del coche.
Recuerdo que en esos momentos pensé, iluso de mí, que sí, la aceleración era impresionante, pero nada fuera de lo que puedas experimentar en un coche de circuitos con una buena patada. Lo dicho, había abierto la boca demasiado pronto. La pista, con una superficie igual a la que se encontraron los pilotos durante el rally, comenzaba a bajar hasta llegar a la primera curva de izquierdas. La velocidad comenzaba a ser notable y el giro estaba cada vez más cerca. Más y más. En ese momento mi cabeza me dijo, tiene que frenar, sin embargo no fue así, una marcha menos y Paddon hizo balancear el coche como si hubiera nacido en la propia Jyväskylä. Mientras mi cuerpo seguía tratando de recuperarse de las fuerzas G vividas, mi cabeza ya hacía muchos metros atrás que se había quedado tratando de asimilar cómo había sido capaz de entrar en esa curva. Era físicamente imposible.
Con el aliento recuperado y mis pupilas dilatadas, el i20 WRC seguía yendo a un ritmo increíble. Y es que lo de la primera curva no había sido casualidad, con cada golpe de volante el kiwi me hacía ver que no tenía pensado bajar el listón ni un solo momento para apiadarse de mí. Y lo cierto… es que en el fondo de mi ser, yo se lo agradecía, pero muy en el fondo. Tras recuperar el resuello del shock inicial, nos internamos en el bosque. No había pasado ni un solo kilómetro y el tramo ya era 100% tierra del 1.000 lagos. La situación parecía controlada y ya sólo tenía que disfrutar del viaje, fijarme en la conducción de Hayden y desear que esa sensación que estaba viviendo no acabara nunca.
De nuevo no podía estar más equivocado. La llegada al primer salto fue simplemente brutal. Como si me tiraran de un edificio de 20 plantas sin paracaídas, pero con la salvedad de que las suspensiones iban a hacer que el aterrizaje fuese algo más amable. El golpe iba directo a la columna, pero entonces llegábamos al siguiente, esta vez en curva y Paddon estaba decidido a demostrarme por qué no estaba equivocado cuando decidí a finales de la década de los noventa que esto de los rallyes iba a ser mi pasión y parte de mi vida.
El i20 WRC estaba bailando en sus manos y yo era un espectador de lujo de aquella coreografía. Sin embargo, aquel salto casi hace que se me salga el corazón por la boca. Con una bala de paja cubierta de plástico a la izquierda, como rudimentaria medida de seguridad, el Hyundai caía a plomo y completamente de lado mientras que Paddon giraba el volante en sentido contrario al de la curva y yo miraba por su ventanilla delantera cómo nos acercábamos a aquella borrosa mancha blanca en la que se había convertido la bala de paja. Sinceramente, no he visto ninguna imagen de cuán cerca pasamos, pero estoy seguro de que lo hicimos a meros centímetros de tocar con la trasera. Más de costado imposible. Nada más aterrizar, el coche traccionaba y salía disparado hacia la siguiente curva, siguiendo con el baile sólo interrumpido por algo por lo que estaré eternamente agradecido a Paddon.
El Campeón del PWRC de 2011 me realizaba una advertencia que me ponía sobre aviso. Estoy seguro de que no hubiera necesitado pasar ningún examen de la Universidad de Cambridge para saber lo que significaban las palabras “here is a big one”. Me lo dijo con una antelación suficiente para que pusiera mi cuerpo lo más rigido posible y que tomara algo de aire en mis ahogados pulmones. No mentía, a algo más de 130 km/h aquel cambio de rasante fue lo suficiente como para permanecer durante unos segundos en el aire, segundos que a mi sin duda me parecieron eternos. La toma de contacto con la tierra, ayudados por la gravedad, me hizo exclamar un “Oh! My God!” digno de cualquier británico de pura cepa como los que nos acompañaron durante ese fin de semana y con los que compartimos grandes anécdotas y deliciosas historias sobre el automovilismo.
El ritmo no bajó ni un momento y la zona en la que no íbamos en sexta a fondo, llegando incluso a tocar el limitador, lo hacíamos en cuarta o quinta. De pronto, una recta de nuevo. Allí se acababa la primera pasada, hora de dar la vuelta y prepararse para la segunda y lamentablemente definitiva. Paddon se interesaba por si seguía ‘consciente’ después de todo aquello, pero lo cierto es que quería más, deseaba volver a vivir lo que acababa de ocurrir en apenas tres minutos. Así era. Si la ida había sido rápida, el contratramo lo iba a ser aún más e incluso llegamos a superar según los datos dados por el propio equipo los 160 km/h. La misma recta en la que todo había empezado también significaba una triste despedida. Todo llegaba a su fin pero esos poco más de seis minutos no se me olvidarán en la vida. El sonido de las piedras al rebotar, el bramido del motor amortiguado por el casco, esa sensación de ingravidez. Lo dije y lo vuelvo a decir, por mucho que os lo describa es imposible transmitiros todo eso. Ni tan siquiera la onboard más extrema que hayáis visto os dará una décima parte de lo que se vive realmente en un WRC en un tramo de estas características.
La llegada de nuevo a la carpa acababa conmigo recuperando el sentido del humor y diciéndole a Paddon que estaba dispuesto a hacer aquello cada día de mi vida. La salida del coche fue más ágil que la entrada, a pesar de que me resistía a la idea de que allí había acabado la experiencia. Valentina, la simpática italiana me esperaba fuera con su bonita sonrisa y mientras me ayudaba a quitarme el casco y el hans me preguntaba en un casi perfecto castellano,“¿te ha gustado?” algo a lo que no me salió otra cosa que responder (de forma amable y mientras sonreía) “¿cómo no me va a gustar esto?”.
A pesar de conocer el campeonato y de haberme montado en un coche de rallyes anteriormente, mi entusiasmo era similar al de alguno de los otros afortunados que ni tan siquiera sabían que el WRC está compuesto por especiales cronometradas. Por todo esto, sé lo afortunado que soy al haber vivido algo a lo que sólo unos privilegiados tenemos acceso. Os aseguro que no tenéis ni que recordármelo. Mañana, última entrega de esta serie con algunas curiosidades sobre el viaje que a buen seguro a más de uno no les gustará perderse.