Quien entienda algo de Fórmula 1 y del poder que ejercen las marcas comerciales más influyentes del mundo para intentar vender sus productos, asociados a la imagen de un piloto, puede distinguir el por qué de las diferencias entre compañeros si en teoría se comparte el mismo material. De cómo, de repente, un piloto deja de ser competitivo o inclusive se le niega la oportunidad de ganar o de alcanzar el título, si fuera posible, porque simplemente la inversión está apostada al otro de la casa. Si tal situación no se puede percibir con claridad entonces se observa la Fórmula 1 desde una óptica muy simplista e ingenua.
Tan solo mencionaré dos casos muy sonados, entre ellos uno muy cercano, entre tantos otros, en los cuales un piloto cuya escudería, por compromiso con patrocinadores, fue relegado al papel de «segundón» porque el apoyo financiero condiciona a que un solo piloto destaque; el apadrinado.
El irlandés Eddie Irvine pudo alcanzar el título de pilotos con Ferrari en 1999, y acabar con la sequía que arrastraban los rojos en ese apartado desde 1979, pero la marca de cigarrillos, en aquel momento principal patrocinador del equipo, había desembolsado una gigantesca e inédita suma de dinero para que solo Michael Schumacher brillara. Eso quedó en evidencia en el Gran Premio de Japón de esa temporada. Para los intereses del negocio fue preferible desechar todo el esfuerzo realizado durante el año en una sola carrera a que Irvine se hiciera con una corona que estaba hipotecada a nombre de Michael Schumacher.
Recientemente, Felipe Massa, expresó, declaraciones que pueden leerse en Toilef1, que en sus últimas cuatro temporadas en Ferrari su nivel pareció descender, pero todo obedeció al poder político y económico que allí se instauró, merced de otro gran patrocinador, para reeditar lo que se vivió con Schumacher, apuntalando a su compañero de equipo, admitiendo que tras el Gran Premio de Alemania 2010 se dio cuenta de lo difícil que resultaría volver a ganar mientras persistiera el pacto multimillonario.
Si un piloto llega a una escudería avalado por grandes sumas de dinero deberá tener privilegios por sobre el otro que no aporte una suma igual o superior, así funcionan los negocios. También hay casos puntuales en los cuales un proveedor de motor impone a un piloto o de grandes equipos que pagan a los pequeños para ubicar a sus protegidos. En tales casos se presenta un desequilibrio de poder desde el inicio ya que el contrariar al benefactor ocasionaría dejar de percibir en una competición donde el dinero es prioridad.
Que un piloto consolidado como Romain Grosjean haya decidido apartarse de Lotus para aventurarse a correr con el equipo debutante Haas F1 en 2016, aún cuando las instalaciones de Enstone podrían pasar a ser nuevamente territorio Renault, demuestra que todavía en la Fórmula 1 se pueden observar vestigios de orgullo y de dignidad. Aunque Grosjean haya acumulado más puntos que su compañero de escudería, tanto en la temporada pasada como en la que transcurre, ostenta el rango de segundo piloto por cuestiones de contrato con el principal patrocinador de la escudería.
Grosjean debe ceder su lugar a Jolyon Palmer en las sesiones libres que los jefes de Lotus así dispongan y esa situación seguramente no iba a cambiar para la próxima temporada si el francés continuaba en el equipo, ya que el principal patrocinador y sus condiciones todavía permanecen. Además, los puntos alcanzados por Grosjean serán depositados en las arcas de Lotus y ya existe un precedente, caso Räikkönen 2013, donde las cuentas nunca cuadraron.
Aunque Haas F1 es una gran incógnita, si un piloto como Grosjean se une al proyecto es porque cree en las posibilidades de trascender desde allí y no como ocurre ahora en su actual equipo. Ciertamente, en muchas escuderías existen jerarquías entre sus pilotos, pero tal status debería ganarse en pista y no por un previo acuerdo económico. Eso sería lo correcto, no obstante, desde hace un buen rato no ocurre así en una Fórmula 1 que enaltece al poder económico sobre lo deportivo.