Muchos dirán que las casualidades no existen, menos aún en kilómetros y kilómetros de arena, sin embargo he oído en muchas ocasiones una frase relacionada con el Dakar: “sólo hay un árbol en todo el Teneré y una vez un conductor chocó contra él”. Más allá de la relación obvia entre dicho desierto y Thierry Sabine, esa anécdota/frase es real y en medio del desierto del Teneré había un árbol contra el que chocó un camionero ebrio en 1973. Las autoridades de Níger decidieron recoger los restos y llevarlo a la capital para replantarlo, mientras que en el lugar donde estaba la acacia más solitaria del mundo se levantó una estructura metálica con forma de árbol alrededor de la cual están esparcidas las cenizas del propio Sabine.
Utilizado en alguna ocasión como punto de encuentro durante la carrera, el árbol del Teneré también se usaba durante décadas para que los viajeros que atravesaban el desierto pudieran orientarse. Casi como buscar una aguja en un pajar. Sin embargo, todo puede pasar en el Dakar. Desde que haya una crisis de combustible hasta chocar contra otro piloto en medio de kilómetros de soledad y desierto.
1983: el París-Dakar se queda sin combustible
Al llegar a Illizi, Argelia, Thierry Sabine constata que las reservas de combustible del rally se agotan. Para evitarlo, envía a Roger Kalmanovitz a Agadez para que se haga con un mínimo de 50.000 litros de combustible y le cita a continuación en el Árbol del Teneré. La misión se cumple con éxito pero entre tanto estalla una huelga de pilotos. Sin embargo, Thierry Sabine logra convencer a la caravana para que tome la salida. “Oí llegar a Auriol al Árbol del Teneré. Me preguntó si era el primero. Le dije que sí, pero que debía pagar 400 francos para llenar el depósito”, recuerda Roger.
Esto es lo que pasó en la edición del Dakar 1999 cuando Miguel Prieto y Jean-Louis Schlesser se encontraban luchando puerta con puerta. El piloto galo al volante de su potente buggy tenía la ventaja en las rectas (además de ser 500 kilógramos más ligero y también contar con inflado desde el habitáculo), mientras que Prieto pasaba con facilidad en las zonas más complicadas, en las que el Mitsubishi 4×4 echaba el resto. Tal y como ocurrió ayer entre Nani Roma y Sébastien Loeb, el piloto español y el francés se pasaron y repasaron en varias ocasiones hasta que finalmente Prieto volvía a emparejarse para tratar de rebasarle.
Schlesser (siempre en el ojo de la polémica) realizaba una maniobra brusca al parecer no-intencionada y el contacto, muy duro, se producía entre ambos coches. Ambos pudieron continuar y todo se selló con un apretón de manos. Días después un buggy sería capaz de poner una pausa en el reinado de los 4×4 de la firma de los tres diamantes. Sin embargo, la anécdota también se mantuvo con el paso del tiempo. Y es que ver un choque entre dos coches en el Dakar era casi tan difícil como encontrar el árbol del Teneré.
Un año después, en el París-Dakar-El Cairo del 2000, el piloto zamorano nos dejaría otra de las imágenes más curiosas de la historia del rally-raid más famoso del mundo. Si es muy difícil ver una colisión entre dos participantes, se hace más raro uno múltiple. Era el 19 de enero. Los coches, al igual que las motos realizaban una salida multitudinaria, separando a los participantes en oleadas de seis en seis en el caso de los coches. En la segunda tanda salían Prieto, Sousa, Masuoka, Shinozuka, De Mevius y de Lavergne. Todo transcurría sin problemas, surcando dunas suaves y con los seis vehículos rodando muy cerca sin novedades. En el kilómetro 63 de la especial, cuando las seis parejas se encuentran un kilómetro alejados de la pista marcada por el libro de ruta, se encuentran una duna cortada y los seis coches salen volando. Algunos de ellos daban incluso alguna vuelta de campana.
Las imágenes desde el helicóptero de la TV eran dantescas, siendo el copiloto de Sousa el más afectado. Joao Luz perdía la sensibilidad en las piernas, mientras que el resto eran evacuados por traumatismos dorso-lumbares y Shinozuka tenía pequeñas heridas en la cara al cortarse con el plástico de la visera. Los tres Mitsubishi y el Nissan de De Mevius se veían obligados a abandonar cuando la carrera estaba a cuatro etapas de finalizar.
Las casualidades existen, incluso en el desierto, donde a pesar de ser lo que conocemos como fuera-pista, muchas veces sólo hay una única ruta posible, lo que nos lleva a ver espectáculos como el de una decena de camiones tratando de subir la misma duna:
Aunque sin duda, el colmo es encontrarte con un compañero de equipo, como cuando te encuentras un sábado no laborable a un compañero de trabajo sin el ‘mono de faena’ (y tú que pensabas que siempre llevaba puesto el uniforme que casi te cuesta hasta reconocerlo) y saludarlo tan cariñosamente como hizo Giovanni Sala con su jefe de filas, Fabrizio Meoni. Me sigo preguntando qué pensó el dos veces ganador del Dakar cuando pensando que iba todo lo rápido que podía, alguien llegó por detrás y le propinaba tan delicado saludo. Aunque mucho peor hubiera sido encontrarte a Robby Gordon.