Hagamos un ejercicio de investigación. Abrid diversos medios de la industria del automóvil y revisad sus portadas o primeras páginas. A buen seguro encontraréis en ellas más de una noticia sobre tecnología del futuro más próximo, o incluso de lo que conocemos como presente. Los coches eléctricos y los autónomos son los protagonistas de los modelos que recorrerán nuestras carreteras dentro de unos años, pero también lo serán en los circuitos o incluso en los tramos de rallyes.
Los propulsores de los vatios y los voltios ya han demostrado haber llegado a un nivel de desarrollo en competición nada despreciable. En la Subida a Pikes Peak han demostrado que son capaces de ser competitivos y que sus bondades en competiciones en las que los motores de gasolina y los diésel se quedan sin aire pueden permitirles, en el Dakar, el Acciona ha enseñado que pueden llegar a ser fiables como el resto de modelos con motores de combustibles fósiles en climas tan agresivos, parajes tan inhóspitos y crudos como lo son los del rally-raid más duro del planeta.
Las firmas ven en la tecnología hibrida y en la eléctrica una posibilidad de futuro, una solución a la escasez de las reservas de crudo más allá del dilema moral que pueda suscitar la utilización de materiales tan contaminantes para la fabricación de las baterías. Renault, Jaguar, DS, Audi… son algunas de las firmas que han apostado por la Fórmula E, muchas de ellas no han terminado de encontrar su hueco en campeonatos como la Fórmula 1 o el Mundial de Rallyes, pero han encontrado en la disciplina creada por Alejandro Agag una forma distinta de competir sin invertir millones de euros en absurdas reglamentaciones y sobre todo seguir investigando y evolucionando una tecnología que está todavía lejos de ser perfecta.
Más allá de que los circuitos no sean los mejores, que a veces las carreras sean un cúmulo de despropósitos o incluso que todavía no haya llegado a calar entre el aficionado medio, la Fórmula E ha conseguido lo que otras categorías con mucha más historia no han logrado en la última década: atraer a los fabricantes. Y lo cierto, es que a pesar del pavor e incluso las mofas iniciales, la llamada ROBORACE trata de copiar el mismo modelo.
Hace unos años a prácticamente nadie se le hubiera ocurrido al ver los torpes robots japoneses tropezando y subiendo escaleras a duras penas que estaríamos hablando de competición entre elementos autónomos o programados más allá de las famosas guerras de robots o incluso de las películas de ciencia ficción norteamericanas. Para el que si no lo ve, no se lo cree, Agag cree que el primer diseño estará ya disponible en febrero, mientras se perfilan más detalles sobre la carrera sin pilotos: pruebas de una hora que sirvan de telonera a la Fórmula E, con 10 equipos y dos coches por cada uno.
El primer prototipo no se espera hasta dentro de un año, por lo que todo parece apuntar que habrá que esperar hasta la temporada 2017/18 para ver estos robots de competición. Para aquel entonces, habrá que ver qué marcas están interesadas en ello. Con Citroën, Tesla, Volvo o Mercedes ya entre los primeros interesados en los coches autónomos, no será de extrañar que los fabricantes quieran exhibir a todo el mundo sus progresos por medio de las carreras. Alejandro Agag ha dado con la tecla, la de crear un campeonato con un reglamento y una tecnología a medida de los intereses de las firmas y no al contrario.