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El otro Ferrari blanquiazul de Fórmula 1

A lo largo de la historia de la Fórmula 1, la Scuderia Ferrari ha competido casi siempre con el color rojo como elemento común. Las únicas excepciones de coches de la marca italiana en un color que no fuera el «rosso corsa» hay que buscarlas en las unidades inscritas por equipos privados o la conocida historia de los colores del North American Racing Team. La «bronca» de Enzo Ferrari trajo los únicos Ferrari oficiales que no fueron de color rojo… ¡Pues no! ¡Hubo otro!

Corría la temporada de 1959 cuando la Fórmula 1 se plantó por primera vez en Estados Unidos para disputar un gran premio con coches de la categoría reina. Entre 1950 y 1958, las 500 millas de Indianápolis habían sido la única carrera en Estados Unidos en formar parte del calendario del campeonato del mundo y el interés por los pilotos y equipos europeos había sido casi inexistente con apenas tres intentos por parte de Ferrari con Alberto Ascari, Johnny Baldwin y Giuseppe Farina.

Por lo tanto, la carrera de Fórmula 1 en Sebring en 1959 era el primer caso de un verdadero Gran Premio de Estados Unidos de Fórmula 1 y tanto para el campeonato como para las marcas implicadas, era todo un evento. Entre los pilotos participantes se encontraba Phil Hill, segundo piloto de la Scuderia Ferrari y uno de los competidores más prometedores de los últimos años. Comprensiblemente, su presencia -junto a otros estadounidenses- atraería mucha atención.

Desde sus inicios, Ferrari tuvo siempre una importante presencia en Estados Unidos, con muchos interesados en comprar sus coches, que eran a menudo vistos como grandes productos de lujo gracias a lo exótico del diseño italiano. Además, la siempre importante comunidad italoamericana ayudaba, resultando en una Ferrari que tenía una especial popularidad al otro lado del Atlántico. De esta forma, al equipo se le ocurrió una pequeña jugada de marketing.

La idea fue pintar el coche de Phil Hill de color azul oscuro con detalles blancos en el frontal. De esta forma, el Ferrari D246 del norteamericano adoptaba los colores de «guerra» de Estados Unidos, que tradicionalmente había pintado sus coches de carreras de esta forma -tal y como se hizo más adelante con el NART-. Para Hill, era un vestido de gala que lucir en su primera carrera como piloto de Fórmula 1 en casa. Desafortunadamente, quedan pocas imágenes en color para apreciar la decoración.

En el plano deportivo, Hill tuvo poca suerte. El Ferrari no pudo plantar cara a los Cooper con motor trasero y de hecho el propio Hill clasificó en una mediocre octava posición en la parrilla de salida, siendo el último de los Ferrari. Por delante suyo, Tony Brooks, Wolfgang von Trips y Cliff Allison partían desde la cuarta, sexta y séptima posición respectivamente. Había poco que hacer contra los todopoderosos Cooper-Climax de Jack Brabham, Bruce McLaren -que acabó ganando la carrera- y Maurice Trintignant.

Solo uno de los Ferrari cruzó la línea de meta, haciéndolo en tercera posición tras quedarse Jack Brabham sin carburante. De entre los abandonos de los coches italianos, el de Phil Hill fue el primero, tras el decepcionante número de ocho vueltas en pista. Apenas veinte minutos de acción que fueron insuficientes para que piloto o coche fueran recordados, ya fuera por su actuación o por sus colores. El embrague del Ferrari del norteamericano dijo basta, al igual que sucedería luego con el de uno de sus compañeros.

Desafortunadamente, esto puso fin a la aventura blanquiazul de un Ferrari que podría haber pasado a la historia con tan solo haber llegado al podio. Al final, sus ocho vueltas en carrera le relegan al anecdotario, con apenas documentos gráficos que muestren su verdadero color -el blanco y negro tan habitual de las fotografías de la época suele ocultar la realidad-, con lo que nos quedan poco más que algunas fotos de calidad cuestionable y un recuerdo de un coche poco recordado.

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