El pasado fin de semana se disputaron las 24 Horas de Le Mans y el Gran Premio de Europa, un choque en el calendario de la competición que dejó muy mal parada a la FIA como ente regulador del deporte motor, porque la comparación entre ambos eventos sería evidente y en el contraste, la Fórmula 1 resultó perjudicada. Ni la carrera generó mayor emoción, ni el circuito de Bakú representó un gran desafío para los pilotos. Que uno de los aspectos más sobresalientes hayan sido las transmisiones de radio, con Lewis Hamilton padeciendo problemas electrónicos o Kimi Räikkönen expresando palabrotas, deja al descubierto, otra vez, que la FOM y la FIA tienen un criterio desequilibrado y morboso, tanto para aplicar sanciones como para publicar mensajes.
La estrategia mediática de editar los mensajes ha llegado hasta el nivel de censurar, con un pitido, las voces de los pilotos, cuando utilizan un lenguaje soez. ¿Entonces para qué publicarlos? ¿Acaso agrega algo al suceso deportivo? Parece que resulta necesario, en aras de generar audiencias, agraviar a los verdaderos protagonistas del espectáculo para presentarlos ante el público desde una faceta controvertible. Ayer fue Lewis Hamilton el objetivo para ser desprestigiado, acusarlo de no leerse el manual del volante de su coche, y poner en duda su capacidad para gestionar por sí mismo un problema electrónico. Por supuesto que la prensa más oscura ha sacado punta de tan situación particular, generada con todo propósito por la FOM, para prefabricar juicios que más allá de fomentar afición por la Fórmula 1 crea rechazo porque el deporte como tal no debería ser manipulado como un reality show. El público merece respeto y los encargados de las transmisiones no parecen entenderlo.
Si para un ser común y corriente, conducir y al mismo tiempo manipular un móvil es harto peligroso, imaginar correr en un circuito como el de Bakú e ir pulsando interruptores, según Hamilton cada botón que regula el motor tiene 16 funciones distintas, y no estrellarse, debería ser una hazaña. Pero no, era preferible presentar al actual campeón como un idiota, alguien incapaz de conocer las funciones que puede realizar desde su volante, porque eso, al parecer y según criterio de los que hacen las reglas, resulta emocionante para la carrera.
En Bakú fue Hamilton, en Canadá fue Fernando Alonso, cuando los responsables de la transmisión editaron y transmitieron un fragmento de una conversación con su box, para que los telespectadores pensaran que el piloto quería retirarse. En Rusia, el blanco fue Sebastian Vettel, cuyas palabras fueron editadas, tras quedar fuera de carrera, y más fueron los pitidos que salieron al aire que el propio mensaje en sí. En Mónaco, Kevin Magnussen y Romain Grosjean fueron los elegidos, también con más pitido censurador que palabras. Es obvio que se realiza una selección previa y se edita, para ofrecer al público el triste espectáculo de los pilotos expresando su rabia y su frustración.
No recuerdo algún otro deporte de élite cuyos promotores se esfuercen en fomentar situaciones para que el público cuestione lo que observa. En la mayoría de los casos, se protege la integridad de los involucrados porque ello garantiza el relevo generacional. Los actuales pilotos se fijaron como meta alcanzar la Fórmula 1 porque crecieron admirando las hazañas de Alain Prost, Ayrton Senna o Michael Schumacher, quienes fueron dignos herederos de los grandes campeones que les precedieron y lograron consolidar la categoría en la cima del automovilismo.
Cómo explicar ahora que las mismas autoridades que presentan, o son cómplice de ello, a los pilotos como groseros y maleducados, son los mismos que sugieren que el tabaco es malo pero el licor es bueno para patrocinar al deporte. También es criticable, desde mi punto de vista, que prosiga la costumbre de aplicar sanciones, sean justas o injustas, por cualquier cosa ya que tales castigos afectan la dinámica de las carreras, misma que ya viene condicionada por los neumáticos y el consumo de combustible. Los comisarios de la FIA, en reiterados casos, se han transformado en esos árbitros que quieren el protagonismo, más que los mismos jugadores, y arruinan el partido.
Ciertamente, hay carreras donde la emoción no se advierte por ninguna parte, las vueltas se hacen interminables y las expectativas se convierten en aburrimiento, pero de igual forma pilotos y escuderías muestran su lado más profesional sobre la pista. No obstante, resulta que tantas cámaras, pantallas, sistemas de telemetría y telecomunicaciones, GPS, satélites, helicópteros y demás aparatos que traslada la FOM hasta los circuitos; se enfocan en buscar cualquier detalle para crear polémicas o castigar, en lugar de exhibir detalles técnicos o conceder minutos en pantalla a escuderías que apenas se observan en la formación de salida.
Pareciera que tanto la FIA como la FOM están empeñados en sumergir a la Fórmula 1 en un lodazal mediático donde las bajezas sean más importantes que las virtudes. No es casual que los pilotos sean presentados como caprichosos, llorones y quejumbrosos, materia prima para crear productos donde se les cuestione y además se les exponga al insulto y al menosprecio público. ¿En otra categoría se hace lo mismo? ¿Creen los «estrategas» de la FOM que de esa forma se construye un sólido relevo generacional? Porque al parecer, desconocen que en muchos países dejaron de transmitir la Fórmula 1 en señal abierta, situación que repercutirá de forma negativa en los próximos años porque más allá de los pilotos, también los ingenieros, diseñadores, directores, mecánicos, técnicos, publicistas, periodistas, gerentes y fanáticos; cumplen un ciclo y necesitan relevo. La cuestión acá es que la Fórmula 1 es clandestina en muchos lugares, por razones económicas, y en dónde se puede ver, las autoridades y organizadores se están encargando de sabotear la esencia de la competición.