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Unas 24 horas de Le Mans desde dentro; ¿sueño cumplido?

Las 24 horas de Le Mans son algo a lo que todo aficionado del mundo del motor debería acudir por lo menos una vez en la vida. Bueno, o cuatro o cinco porque con una apenas hay suficiente. Para un servidor, las 24 horas de Le Mans de 2016 han sido realmente especiales a muchos niveles. La mayoría, geniales. Otros, un poco menos. Pero esto es Le Mans y todo vale la pena, todo se justifica y cuando uno vuelve a casa siente dos cosas. La primera, que ha valido la pena. La segunda, que el año que queda para la siguiente se va a hacer muy largo.

Cuando Toyota España extendió la mano amablemente para acudir a la llamada de Le Mans, no había forma de que dijera que no. Cosas de la vida, todo ello me pilló fuera de España. No tuve que volver ni comprobar disponbilidades para decir que sí. Cuando Le Mans llama, hay que responder sin pensárselo dos veces. Todo lo demás puede esperar. Así, la aventura empezó a gestarse hace algunos meses y se concretó el pasado fin de semana cuando por fin llegó el esperado momento. ¡Y tan esperado! A fin de cuentas, eran 18 años esperando repetir…

Hay que ponernos en situación. Un niño impresionable al que le gustan las carreras fue en 1998 por primera vez a Le Mans. Quedó prendado por el ambiente, los sonidos, las carreras, ver los coches en pista de noche… el gusanito ya había mordido hacía años pero Le Mans lo sacudió todo. ¿Cómo era posible que existiera algo tan fantástico? Hace poco más de 18 años me prometí que tenía que volver. Había dos condiciones… una era volver ver a Ferrari con un coche que luchara por la victoria. La otra, buscar el año de la primera victoria de Toyota. Fair enough.

Dicho y hecho. Avión para París y tren de alta velocidad -TGV- hacia la capital del automovilismo mundial. Por lo menos, la capital una vez al año, durante cierto fin de semana de junio. La compañía no me preocupaba en absoluto y sabía que iba a estar a la altura de las circunstancias. Lo primero, aclimatarse al lugar y descansar mucho. El día siguiente empezaba lo bueno. Tras una buena cena primero y un buen desayuno al día siguiente, había llegado la hora de ir para el circuito. Pero antes, a recoger las acreditaciones en una muy evocadora calle Maurice Trintignant.

Entro en el lujoso pero tradicional edificio, cruzo unos cuantos pasillos y en cuanto paso por la puerta… ¡sorpresa! Es exactamente la misma sala en la que mi familia recogió conmigo las entradas hace 18 años. Cuesta creerlo, ya que además se trata de una sala que no he tenido a menudo en la memoria. Primer golpe emotivo del día y un recordatorio ideal de que en Le Mans, hasta los aficionados pueden recoger sus entradas en el mismo lugar que los periodistas reciben sus acreditaciones. Por lo menos en lo que a sala se refiere. La ventanilla ya es otra, claro.

Nos subimos al coche de nuevo y dirección a Le Mans. Toyota nos recibe y nos hace entrega de algunos objetos para recordar esta edición de la carrera. Poco saben que esta edición será inolvidable aunque por otros motivos. Con todo en regla, nos dirigimos hacia la entrada del circuito… y llega el segundo golpe emotivo, más fuerte incluso que el primero. Avisto el legendario Camping Rouge. Legendario para un servidor, claro, mientras que para los demás es solo un lugar más. Allí estuvo el coche de mi familia aparcado. Allí dormimos en una tienda de campaña y allí viví mi primera gran aventura.

Después de 18 años, el lugar está prácticamente igual e incluso el clima es parecido; nuboso y frío. Me cuesta -mucho- contener las lágrimas de emoción al ver lo que esencialmente es uno de los lugares más felices de mi infancia. Aunque lo hubiera visto tan solo tres días en toda mi vida. Pero en el mundo de las carreras, las cosas pasan siempre rápido y hay que seguir adelante. Antes de darme cuenta estoy en el hospitality de Toyota Gazoo Racing, escuchando las impresiones de los miembros de la escuadra. Optimismo moderado. Saben que pueden ganar pero Le Mans es caprichosa.

La rueda de prensa es quizás un tanto demasiado encorsetada. Se trata de lo que escribirá toda la prensa del mundo y ninguna palabra puede estar fuera de lugar. Donde los pilotos sí se sueltan un poco más es justo después, en las entrevistas cara a cara. Tras cruzar unas palabras con todos los pilotos del equipo japonés, tengo la oportunidad de hablar un poco más con Kazuki Nakajima. Otro piloto nipón que se sorprende cuando le hablo en su idioma. Parece ser un elemento recurrente de 2016. Me cuenta sus impresiones y le deseo suerte para la carrera -¡¿qué he hecho?!- puesto que pide paso la televisión japonesa. Son un poco demasiado impacientes y me siento algo pisado; ¡quería algo más de tiempo con Kazuki!

Tras la entrevista al propio Nakajima y a Kamui Kobayashi en televisión, el ex-piloto de Williams me pide perdón desde lejos. Tiene prisa. No importa, en realidad. Tengo las declaraciones que necesito. Pero me invadía la necesidad imperiosa de hablar con quien busca la gloria de Le Mans… quien sabe si en dos días Nakajima podría ser un heroe inalcanzable para el gran público. Luego toca comer y visitar el circuito. Pisar el trazado de Le Mans es especial, único. También tenemos la oportunidad de ver los boxes de todos los equipos y tengo recuerdos de mi visita a Spa-Francorchamps en 2012.

El día queda coronado con una visita al Drivers’ Parade -cita ineludible-, un paseo por la bella ciudad de Le Mans y una buena cena. Con lluvia torrencial de por medio, claro. Al igual que el jueves por la noche. Se vuelve tarde a casa y eso es un problema. Aún hay trabajo para hacer y mi decisión está tomada. He visto las 24 horas enteras desde que en 2006 Sébastien Loeb fue segundo con Pescarolo y no voy a echarme para atrás cuando estoy in situ. No soy consciente de lo difícil que es cuando uno está yendo de un lugar para otro en lugar de estar sentado en una silla o cama en casa.

Al final, voy a dormir a las 3 y media de la madrugada. No son los nervios sino el trabajo que quiero dejar hecho. Probablemente es una insensatez pero como suele decirse, el deber llama. La mañana siguiente empieza con suficiente energía y una visita al box de Toyota… o mejor dicho, a la carpa que hay tras el box, ya que tan lejos no nos dejan llegar. Lógico, ¡yo haría lo mismo! Veo los cascos de los pilotos bien organizados en cajones y me acuerdo de los de decoración que hay en el hospitality de Toyota. Preciosos. ¡Quien pillara uno! Poco a poco los nervios se ponen a flor de piel.

Sobre la carrera en sí hay poco que decir que no hayan recogido ya las crónicas y comentarios pertinentes. La lluvia de la salida nos agua un poco el momento pero a nadie le amarga un dulce y ver a coches magníficos rodando bajo la lluvia también es una gozada. La tarde transcurre entre tiendas y visitas de varias curvas del circuito. Un duende me susurra en la oreja y no me deja tranquilo, recordándome que hay una carrera en este circuito y que debo estar pendiente de ella. Pero es que es difícil resistirse al encanto de las múltiples tiendas que hay en La Sarthe. Hay de todo allí; miniaturas, libros, pósters, memorabilia varia…

Pero al final hay que volver al redil y se presta toda la atención de nuevo a la carrera, que ya ha tenido sus primeras sorpresas con los problemas de Audi y Porsche. Y mientras tanto, ¡Toyota aguanta sin un rasguño! Parece imposible pero a medida que pasan las horas, se va fortaleciendo la idea de que quizás, solo quizás existe la posibilidad de que Toyota realmente pueda optar a ganar. Por la noche toca la famosa barbacoa con toda la prensa española. Un momento para congeniar y olvidarnos un rato de quien está con Audi, quien con Porsche y quien con Toyota -o incluso con Ford, que está arrasando en LMGTE Pro-. Algunos miran un partido de la Eurocopa…

Pero eso no va conmigo. Yo, enganchado al televisor que sigue mostrando lo que pasa en Le Mans. Y aunque los demás españoles desplazados al legendario circuito francés son de lo más agradable y las conversaciones carrerísticas fluyen con facilidad, una parte de mi tiene ganas de volver al circuito. La carrera no descansa y uno se siente mal por dejar la acción de lado, aunque sea un rato corto. De esta manera, vuelvo al circuito con ánimos renovados, con el estómago lleno y con la máxima energía que he podido acumular.

La noche será muy larga. Esta empieza en el hospitality de Toyota situado en la entrada de las chicanes Ford. Una punto fantástico para ver la carrera hasta que cierran a las dos de la mañana. Después habrá tiempo para retratar La Sarthe de noche dentro de las posibilidades de este humilde reportero que se disfraza unas pocas horas de fotógrafo y finalmente toca volver a la sala de prensa tan particular de Le Mans. En la mayoría de circuitos las salas de prensa son grandes, abiertas… en Le Mans la sala de prensa es modular. Varias habitaciones, una tras otra, conectadas todas ellas. Muy particular, muy acogedora, muy suya… muy Le Mans.

Conecto con una retransmisión de las 24 horas en España para contar como se está viviendo la carrera en Francia y me pongo a adelantar parte del trabajo restante. La mañana se acerca y empieza a salir el sol… la noche ha sido especialmente benévola este año. Normalmente, esas oscuras horas tienen alguna sorpresa desagradable para los líderes. La opinión compartida es que esta vez no ha habido ningún drama… y es raro. El duelo entre Porsche y Toyota me mantiene despierto aunque a eso de las nueve de la mañana el cansancio empieza a hacer mella y la concentración se pierde a ratos.

Poco a poco, Toyota va tomando posiciones y a falta de dos horas para el final, mientras estoy comiendo el almuerzo, lo tengo claro. Los japoneses lo tienen muy bien. Y me alegro, por muchos motivos. Primero, porque independientemente de quien me lleva a Le Mans, siempre he tenido una predilección por Toyota -¡confesión sorpresa!-. Luego, por ser cuestión de «justicia divina». Han perdido tantas veces en Le Mans que simplemente les toca. Y finalmente… por habérselo ganado. En 2016 han sido mejores que nadie en el conjunto global. Con esta idea en la cabeza toca irme del circuito a falta de poco más de una hora para el final.

Me voy con una sensación de anhelo. Sé que Toyota debe ganar y me entristece el pensar que no lo voy a ver en directo tras haber estado toda la carrera allí. ¡Es un momento histórico y qué ganas tendría yo de quedarme! Pero mientras veo con melancolía como se aleja Le Mans, aún con coches en el circuito, solo tengo en la mente esa victoria de la marca japonesa. Llegará 25 años después de la de Mazda con el 787B. Qué historia tan bonita. Cierro los ojos un momento y pronto me encontraré cerca del final de carrera en una televisión en un bar cercano a la estación de tren del pueblo.

Dicen que la historia se repite. En 1998 tuve que dejar el circuito antes de la bandera de cuadros -en ese entonces era apenas un chiquillo y quienes dirigían la expedición tenían que trabajar el lunes- y en ese momento Toyota lideraba la carrera por delante de Porsche. Con 45 segundos de ventaja, los problemas en el coche japonés dejaron la victoria en bandeja para la marca de Stuttgart. Dieciocho años después se vivió algo prácticamente igual aunque fuera mucho más dramático.

¿Sueño cumplido, entonces? A medias. Sí, he vuelto a Le Mans… y sí, lo he visto desde dentro. Pero tras lo visto en 2016 hay que volver por lo menos una vez más y ver a los japoneses terminar lo que tantas veces han comenzado. Aunque conociéndome, sé por dónde van los tiros. Una vez se cumpla el sueño, tocará volver para vivirla aún más de cerca. Algún día el sueño -imposible- pasará a ser competir en la legendaria prueba. Y así, el sueño va cambiando de forma orgánica. Porque no existe la posibilidad de quedar saciado con Le Mans. Es demasiado bueno.

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