La vida es a menudo extraña, caprichosa, con las más inesperadas historias esperándole a uno al doblar la esquina. El mes pasado tuve la oportunidad de vivir unas 24 horas de Le Mans desde dentro gracias a Toyota y casi sin tiempo de descansar, este tren llamado vida anuncia que la siguiente parada es Toronto. Un par de gestiones rápidas me aseguran la presencia en la Honda Indy Toronto y tras ocho horas de avión, estoy al lado del Lago Ontario. La ciudad de Toronto es popular y atrae rápidamente. Pero el primer objetivo del viaje es, sin lugar a dudas, presenciar por fin la IndyCar.
En realidad la historia no es tan romántica y desde antes de ir a Le Mans ya había el conocimiento de que tendría que estar en Toronto durante el mes de julio. Lo único necesario era que todas las piezas encajaran, empezando por intentar estar allí en el fin de semana de carreras. Afortunadamente, una jugada inspirada lo acabó de cuadrar todo y como se suele decir, antes de darme cuenta ya estaba en el circuito. La sensación es extraña, habiendo estado en circuitos de todo tipo en los últimos 12 meses. A fin de cuentas es la primera vez en América. Y eso que he visto carreras de la IndyCar desde la distancia desde la época de Jacques Villeneuve.
Está claro que Canadá no es Estados Unidos pero Toronto está muy cerca de la frontera y eso se nota en muchos elementos de la vida cotidiana de los habitantes de la zona. Aún más cuando uno se acerca al trazado de Toronto para lo que es un campeonato eminentemente estadounidense. Lo primero que sorprende es lo cercano que es el campeonato a los aficionados. Estoy en el llamado «Fan Friday» y sin llegar a recoger mi acreditación de prensa estoy dentro del paddock de las categorías de soporte. El primero de los tres días tiene acceso gratuito para todo el mundo hasta ciertos puntos. No es así para la IndyCar, claro, que sí requiere del preciado «item».
Una vez «equipado» y tras un garbeo por el inusual paddock de la cita canadiense -los camiones, coches y todo lo demás están dentro del Exhibition Place, bajo techo-, toca ir a la sala de prensa. Ya nos podemos olvidar de las tradicionales salas de prensa de circuitos de Fórmula 1 o de la particularmente especial zona de prensa en Le Mans. Lo de Toronto es básicamente una sala de actos acondicionada para la ocasión. Pero aún así, consigue ser cómoda. Los americanos comen pronto y tras ser alimentados por la propia organización, llega el momento de organizarse.
Un par de ruedas de prensa y me tomo un inmerecido descanso -aún no he trabajado demasiado- para salir al exterior y gozar del sonido. Hay muchísimas categorías y una de las primeras que me impresiona es la NASCAR canadiense. No tiene demasiado glamour aunque pilota allí Alex Tagliani. Pero ver estos coches en un circuito urbano es un espectáculo. Lo que me hace sonreir de oreja a oreja es el sonido. Inconfundible bloque americano. También soy muy americanos los «Stadium Super Trucks», una competición con unos camiones «pickup» con más vitaminas de las que un coche de este tipo debería tener jamás. Y son un absoluto espectáculo con el neumático delantero interior levantado en la mayoría de curvas.
Aunque lo que mayor impresión me causa son los propios IndyCar, claro está. En televisión ya se ven rápidos pero en directo se puede percibir aún mejor lo rápidos que son. Por no hablar de lo bien que suenan, claro está. Aunque en realidad, casi cualquier coche de competición un poco grande tiene ya un encanto que siempre se ve magnificado en directo. Tras un primer día de debut en las carreras norteamericanas, las cosas tenían un aspecto bonito para los días siguientes, ya en fin de semana y con el bullicio habitual de las carreras. A fin de cuentas, no conoces de verdad el ambiente de un día de carreras hasta que lo ves en domingo.
El sábado empezó a mostrar todo aquello que cabe esperar de un fin de semana de carreras en América. Desde el padre estadounidense que va con su niño y se comporta de forma más infantil que este último -dando un pésimo ejemplo a su retoño- hasta los educados y agradables guardias de seguridad canadienses que se aseguran de que todo esté en su sitio. Llegaron también las primeras carreras con los USF2000 de los jóvenes talentos y unos Indy Lights que en directo son bastante más impresionantes que a través de una pantalla.
Y en el anecdotario, solo en América, aunque sea en Canadá, tendrías una compañía local proporcionando una cantidad importante de roscas -rosquillas, berlinas… todo sea por no hacer publicidad-. Lo importante es que los periodistas estén bien alimentados. Destacable también la presencia obligada de los pilotos en varios eventos siempre enfocados al disfrute de los aficionados, que si no tienen suficiente con ver los coches muy de cerca desde las tribunas, también pueden interactuar con sus héroes en momentos de firma de autógrafos y demás.
Más allá de carreras, ¿qué sería un fin de semana en un circuito sin pasarse por la zona de tiendas? Evidentemente, el montaje que hay alrededor de la IndyCar tiene un sabor puramente americano. ¿Tienda oficial? Por supuesto. ¿Perritos calientes y hamburguesas de tamaño importante? Faltaría más. ¿Venta de bañeras de hidromasaje con una chica en bikini para atraer la atención? Extraño pero un clásico. ¿Publicidad aparentemente fuera de lugar como por ejemplo un coche de IndyCar soportado por cuatro tazas de té para demostrar su resistencia? Bueno. ¿Un vehículo militar y varios coches de policía para mostrar el apoyo a las fuerzas armadas? ¿Animadoras? ¡Hasta un circuito para motos de cross para niños! Una auténtica locura.
Y tras dos días de «aprendizaje», llega el domingo. Todo lo visto los días anteriores hay que multiplicarlo por cinco. Mucha más gente, muchas más colas en todas partes -afortunadamente un servidor no debe hacerlas- y muchas más tiendas de comida abiertas. La acción en pista es la misma, como debe ser. Pero la parafernalia alrededor del evento es algo completamente distinto. A los preparativos habituales de las carreras alrededor del mundo hay que añadir detalles muy americanos como el de una desfilada de miembros de las fuerzas armadas. Un baño de masas para lo que el público en esas latitudes percibe como héroes anónimos. Alguno podría argumentar que lo que les hace anónimos es probablemente la actitud del pueblo en primer lugar pero… en fin, contradicciones.
Como también era contradictorio el ver las animadoras de los Toronto Argonauts -equipo de fútbol americano de la ciudad- en acción justo después de la desfilada de los militares para la presentación de los pilotos al estilo WWE, uno a uno ante el público. Un servidor cree que tanta historia funciona para las 500 millas de Indianápolis, un evento sin parangón en el mundo de la competición, pero es algo excesivo en el caso de las demás carreras. Pero como suele decirse, «love it or hate it but that’s what it is». Una verdad como un templo en este caso y aunque pueda tener los excesos clásicos en este tipo de competiciones, lo que no se puede negar es que se trata de un campeonato con personalidad y es algo que resuena bien con los aficionados.
En cuanto a trabajo se refiere, existe una importante diferencia entre las carreras europeas y lo que ofrece la IndyCar. A lo largo del fin de semana, la organización pone a un encargado de hacer de «presentador». Durante los tres días tiene un micrófono con el que aprovecha para informar a la prensa de todo aquello que sea relevante. Desde los horarios de las ruedas de prensa hasta las decisiones de dirección de carrera sobre cualquier toque que se suceda durante la competición, pasando por los avisos de reinicio tras periodos de bandera amarilla o incluso algunos datos históricos que apuntar. Ideal para tanto novatos como veteranos.
Al final, la experiencia es muy positiva y no hace más que reforzar la creencia personal de que hay que ir a las 500 millas de Indianápolis más pronto que tarde. Aunque aquello debe ser más típicamente americano por aquello de ser Estados Unidos… ¿o no? En cualquier caso, es interesante poder juzgar el mundillo carrerístico norteamericano «in situ» en lugar de hacerlo desde la distancia. ¿Un poco demasiado de espectáculo en comparación con el deporte? Seguramente. ¿Una forma ideal de atraer a fanáticos y aficionados casuales -no olvidemos que los precios son mucho más asequibles- a los circuitos? Que no le quepa la menor duda a nadie. Si hay un motivo por el que las carreras en Estados Unidos funcionan -a pesar de todo-, es precisamente por todo esto.