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Dale Earnhardt; El Lado Oscuro de La Fuerza

Más allá de cualquier metáfora que relacione el color negro con la maldad, lo siniestro y la derrota, porque así lo han planteado los universos de la literatura, las creencias, la cinematografía y los diversos medios de comunicación; la historia de Dale Earnhardt alcanzó la cima de la fascinación en Norteamérica porque, sin proponérselo, representó el papel de poderoso antagonista que pudo triunfar en la realidad. La empatía con el público llegó hasta límites inimaginables cuando, con su armadura negra, un venerado Chevrolet número 3, hizo posible la materialización de un sentimiento popular. Emocionalmente imperturbable, despiadado con sus rivales y hasta capaz de vencer a su propio hijo en las pistas; fueron algunas de las características que sedujeron a los fanáticos, no solo de la Nascar sino del deporte y de la cultura en general. Con Earnhardt, el público se volcó hacia «El Lado oscuro».

Los imaginarios colectivos poseen innumerables referentes hacia aquello que se asocia con el Lado Oscuro, es decir la negación o el desacuerdo con lo considerado moralmente correcto o apegado a los modelos paradigmáticos de civilización. Desde los orígenes de la humanidad, los planteamientos parecen ser los mismos para conceder determinadas características a lo bueno y a lo malo, al final el resultado será el bien triunfando sobre el mal, aunque lo que se cree «malo» sea más interesante, atractivo o despierte mayor interés. Las diversas corrientes de pensamiento y los medios de comunicación se han valido de tal estereotipo, pero resulta incuestionable que muchos antagonistas se han elevado hasta eclipsar a los héroes y llegar a transformarse en auténticas figuras de culto.

Un ejemplo irrebatible en el cine es la mitología creada por George Lucas en Star Wars (1977), donde el personaje Darth Vader posee una riqueza de elementos que ha trascendido el mundo cinematográfico. Por casualidad, o tal vez por eso que nombran destino, Dale Earnhardt y su coche negro fueron asociados con el personaje de Lucas ya que el colectivo norteamericano trasladó muchas de sus referencias, y de muchos otros ámbitos, hacia el piloto y su máquina. Mientras Earnhardt corría, El Lado Oscuro era tangible, una incomprensible mezcla de sentimientos entraban en escena para el éxtasis de toda una sociedad.

Nacer para perder; vivir para ganar

Ralph Dale Earnhardt nació un 29 de abril de 1951, hijo de Ralph Lee Earnhardt, un famoso piloto campeón de la Nascar que ganó más de 350 carreras en su trayectoria. Como sucede en estos casos, las comparaciones son inevitables y se espera que el hijo supere al padre, pero en este caso, a pesar del interés que exhibía por correr, al joven Earnhardt nadie le auguraba un promisorio futuro ni como piloto ni en ningún ámbito profesional, así que a sus 15 años abandonó los estudios para dedicarse a la mecánica. En 1973, Ralph Lee Earnhardt sufrió un infarto fulminante, así que el joven Ralph Dale, para aquel entonces de 22 años y con dos hijos a cuestas, tuvo que arreglárselas como pudo para navegar por un asfixiante laberinto económico y familiar. Su pasión por los coches de carreras entraba en conflicto con sus responsabilidades como padre.

Por extraño que parezca, es el mismo año de la muerte de su padre que el joven Earnhardt comienza a experimentar drásticos cambios en su vida. El programa de stock car de la marca Dodge lo contrató como piloto porque vivía cerca del circuito Concord Speedway. En los días de prueba parecía otra persona, demostró una habilidad fantástica sobre el polvoriento trazado. En Dodge decidieron tenerlo presente en su programa de carreras por si acaso necesitaban un sustituto. En 1975 se le concede la oportunidad de debutar en la Nascar y se presenta a correr como Dale, en lugar de Ralph. En 1977 y hasta 1978, como piloto eventual, tiene esporádicas apariciones, una de ellas es recordada por correr un Chevrolet Nova, con el número 8, luciendo los colores que posteriormente le acompañarían por más de 20 años, el decorado característico de Goodwrech. Pero en ese tiempo apenas participó en ocho carreras, con un séptimo puesto como mejor resultado, así que a simple vista era otro más entre la multitud de soñadores que aspiraban establecerse en la categoría más competida de Estados Unidos. Necesitaba ganar por obligación, terminar las carreras y alcanzar puntos es algo que al parecer podían hacer todos.

En 1979, a sus 28 años, pudo al fin correr una temporada completa, al volante de un coche amarillo, a veces Chevrolet, otras Buick, identificado con el número 2. El novato casi desconocido, y contra todo pronóstico, empezó a destacar porque se mantuvo a la estela de los grandes, fue la única alternativa en una categoría que aún era regida por los eternos Richard Petty, Cale Yarborough, Bobby Allison, Darrell Waltrip y David Pearson. Earnhardt ganó en Bristol y culminó el campeonato en el séptimo lugar. Alcanzó el título de Novato del Año. El ascenso de Earhardt a la cima de la Nascar fue fulgurante. Al año siguiente conquistó cinco victorias y en 19 ocasiones figuró entre los cinco primeros, tales credenciales fueron suficientes para lograr el título. El anhelo de aquel joven nacido en Carolina del Norte, hijo de un gran piloto, por el que nadie auguraba mayor éxito en las carreras, desafió todos los augurios pesimistas hasta proclamarse campeón.

El miedo es el camino hacia el lado oscuro; percibo mucho miedo en ti.

Sin embargo, llegar a la cima no es igual a mantenerse. La gloria y la reputación de Earhardt como monarca se tambaleó rápidamente porque no pudo defender su título como se esperaba. Ni siquiera ganó una carrera en 31 intentos. El heredero de la dinastía Earnhardt dejó muchas dudas entre los fanáticos y los críticos, mismas que se acentuarían para las temporadas de 1982 y de 1983, cuando corrió para el equipo de Bud Moore, al volante del Ford Thunderbird amarillo, número 15, patrocinado por Wrangler Jeans. Apenas tres victorias en esos dos años indicaban que el piloto llamado a establecer un nuevo legado había sido una estrella fugaz que sucumbía por la presión del entorno y de sus adversarios.

En 1984, Earnhardt se une al equipo de Richard Childress, quien tendría para él un Chevrolet Monte Carlo, con el número 3, color amarillo, patrocinado por la firma de pantalones. Ese año pudo ganar en dos ocasiones, al igual que en 1985, pero siempre muy lejos de decidir el título. A nivel comercial, Earnhardt era vendido ante los medios como un tipo duro, como analogía del producto que anunciaba, pero su imagen personal no proyectaba aquello que los publicistas pretendían imponer. El público no se identificaba con él a pesar de sus destacadas exhibiciones en pista.

Tras su período de derrotas y frustraciones, su agresividad se acentuó en las pistas hasta experimentar un cambio radical en su actitud para enfrentar las carreras. El contraste era notable con la imagen de la Nascar que simbolizaba Richard Petty, quien todavía se mantenía activo. Earnhardt pasó a ser la antítesis, era osado hasta la imprudencia, inescrupuloso, y no otorgaba concesiones en el plano deportivo; rasgos que le harían sumar fanáticos entre el público.

La temporada de 1986 significó el retorno de Earnhardt a la cima. Con cinco victorias y sólidas figuraciones entre los diez mejores alcanzó su segundo título en la categoría, el primero para el equipo Richard Childress Racing, pero, a diferencia de su anterior etapa como campeón, este nuevo título sí lo pudo defender de gran manera. En 1987 fue capaz de ganar hasta en once ocasiones, cuatro victorias consecutivas y cinco de las primeras siete. El estilo de Earnhardt, de presionar a los rivales sin considerar riesgos, al límite de lo permitido en las reglas, le hizo popular. Así se hizo imparable y repitió el título fácilmente, es en ese año cuando sus adversarios y diversos medios de comunicación coinciden en apodarlo «El Intimidador».

Aquí, en la calle, en competencia, si alguien se te enfrenta es el enemigo; y el enemigo no merece piedad.

Es en la temporada de 1988 cuando entra en escena el patrocinador Goodwrench, servicio para coches General Motors, el cual llegó al equipo Richard Childress Racing y cambió el color, se efectúa una transición del amarillo al negro. La recepción del público fue tan absoluta como delirante, tanto que todavía la combinación se mantiene como un ícono comercial que genera dividendos, a pesar de que la unión entre patrocinador y equipo finalizó en 2005. Sencillamente, aquel coche negro, número tres, con Dale Earnhardt al volante personificaría a la seductora oscuridad socavando al carrusel multicolor.

El Coche era rival en cualquier circuito y circunstancia, los fanáticos aumentaron de manera significativa y los productos comerciales asociados al piloto llegarían a niveles nunca antes vistos. El número 3 sobre un fondo negro fue el más solicitado en todos los artículos coleccionables, franelas, juguetes, relojes, tarjetas, tazas; la publicidad y la venta de mercancía estaban en otra dimensión con el color negro que identificaba a todo lo relacionado con Richard Childress Racing, incluso la imagen del piloto era diferente, con un tono más amenazador, tanto dentro del coche como fuera de él.

El título regresaría a las manos de Earnhardt en 1990, el cuarto de su carrera, pero el primero con el color negro, además se impuso en la edición de la Carrera de las Estrellas y en la Internacional Race of Champions (IROC). A nivel mediático, el Chevrolet Lumina se había convertido en objeto de culto, el símbolo de la ferocidad, la contra de lo benévolo que podía triunfar. Tan grande resultó todo aquello que la Nascar, a partir de esa temporada, relegó a la Indy y se erigió como el campeonato más popular de los Estados Unidos.

Earnhardt personificó la esencia de la Nascar, categoría que inició con los forajidos y desalmados contrabandistas retando a las autoridades en las carreteras durante la Ley Seca de 1928. En la moderna representación, el público se identificó con Earnhardt por su pilotaje sin concesiones, cual bandolero indetenible, detrás del volante de un coche V8 negro de aspecto maligno. En la cumbre de la popularidad, Earnhardt retuvo el título en 1991, su quinta Copa Winston, la consolidación de El Lado Oscuro como un símbolo capaz de mover masas en un ámbito diferente de la ficción.

Aunque en 1992 tuvo una temporada para el olvido, apenas ganó en una ocasión, en general resultó un año pésimo para Chevrolet. Pero cuando se temía por la llegada del inminente declive, para ese entonces Earnhardt tenía 41 años, y Richard Petty, el otro legendario de la serie, se retiraba a los 55, el Hombre de Negro pudo sobreponerse y regresar a la cima un año después. En 1993 ganó en seis ocasiones, alcanzó su sexta corona y también se impuso en la Carrera de las Estrellas. El piloto y su Chevrolet de nuevo concedía satisfacciones a todos aquellos que se identificaban con lo que representaba.

En 1994 conseguiría su séptima corona, para igualar a Richard Petty como los mayores ganadores de títulos, pero también sería el último año de la combinación Eanhardt-Chevrolet Lumina. Sin embargo, a pesar de tantos éxitos acumulados, al piloto se la había hecho esquivo imponerse en las 500 Millas de Daytona, la carrera de mayor importancia de todo el calendario. No fue hasta 1998, en su intento número 19 cuando pudo hacer realidad tal hazaña. El piloto y su coche negro todavía eran capaces de librar batallas ante una nueva generación de rivales, otro elemento que reafirmaba la empatía con su público.

Aunque no pudo alcanzar otro campeonato posterior a 1994, llegó segundo tanto en 1995 como en el 2000, su legión de fanáticos siempre permaneció a su lado durante décadas; su popularidad nunca descendió a pesar del tiempo y las contadas victorias que pudo alcanzar, pero en cada una de ellas demostró que el fuego interno todavía se mantenía con vida. El anhelo de aquel muchacho al que le pronosticaron un fracaso en la vida seguía iluminando sus pasos pero no con la intensidad de antes, no obstante, con todo y los signos del poder destructor del tiempo, pudo darse el lujo de alcanzar un subcampeonato con su hijo Dale Eanhardt Jr. en pista, situación que enalteció su legado, porque más allá del nexo familiar era otro rival al que debía vencer y así lo hizo. Sin piedad.

El 18 de febrero de 2001, con 50 años de edad, 27 de ellos en la Nascar, en la última vuelta de las 500 Millas de Daytona, cuando corría en el grupo de cabeza, el destino quiso que abandonara este plano existencial haciendo lo que más quería. Su armadura negra se quebró tras un choque y el hombre se convirtió en mito. Quedó huérfana la generación signada por todo aquello que representaba cada triunfo de Dale Eanhardt. La victoria de los fracasados, el desconcierto de la naturaleza del juego, la anarquía que aparta y destruye toda adversidad, la insubordinación ante lo considerado correcto, la tormentosa cadencia que protesta, el motín de los incomprendidos, la redención de los despreciados. Cada triunfo de Eanhardt simbolizaba algo más ya que trascendía de dimensión.

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Humberto Gutiérrez

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