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Futbolizando el automovilismo y la Fórmula 1

Ante todo, debo empezar clarificando que no sigo el fútbol y no soy un experto en la materia. Vaya por delante por lo tanto esta confesión que espero clarifique mi posición respecto al deporte. Lo que sí sé es que si siguiera el llamado «deporte rey» en España, me gustaría leer sobre estrategias generales, tácticas ensayadas, estilos de juego y talentos del futuro. Pero en nuestro país el 90% de la prensa habla sobre dos equipos -tres, a lo sumo y según el momento- y se centra en una cantidad de jugadores muy pequeña, además de hablar principalmente de declaraciones, dimes y diretes. Nada de deporte pero mucho «show» y fomento de la rivalidad. Pero, ¿qué me lleva a hablar de fútbol por aquí? Nada más y nada menos que la preocupante futbolización de la afición al automovilismo.

Para entender los motivos que hacen que este estilo de prensa funcione tan bien, hay que entender primero las tendencias del aficionado medio. Aficionados al deporte puro, hay pocos. Es la realidad y no hay que maquillarla. La mayoría de seguidores del fútbol no se centran en estrategias, la mayoría de seguidores de tenis no conocen la diferencia entre hierba y tierra batida y la mayoría de aficionados al motor siguen solo la Fórmula 1 y conocen poco su dinámica interna, detalles técnicos y las relaciones reales entre los pilotos, integrantes de los equipos y las varias personalidades que habitan el paddock de la Fórmula 1. Creen conocerla a través de las cuatro pinceladas que los periodistas españoles consiguen mostrar entre carrera y carrera y hablan sin saber.

La gran mayoría de aficionados al deporte no tienen un interés profundo en el deporte que siguen, sea cual sea. Ojo, eso no significa que no les guste lo que ven pero por el motivo que sea, no entran en profundidad en él. Puede que no tengan tiempo o simplemente no tengan interés en algo complejo, o incluso que les cueste llegar a comprender tanto detalle. Eso en particular no es criticable, aunque sí es el hecho de no tener interés en conocer el deporte pero sí tenerlo en aparentar. Esto es algo que sucede demasiado a menudo en la mayoría de deportes de interés más amplio y la Fórmula 1 ha conseguido a lo largo de los últimos quince años llegar al punto de ser uno de los deportes más seguidos en nuestro país.

Pero lo remarcable es que para la mayoría de aficionados al deporte, lo más importante es el deportista. Ya hemos visto que el deporte está en un segundo plano y por lo tanto, algo debe haber que ocupe la «pole position». En España en particular, son los deportistas españoles. Ya no hablamos de que los seguidores sigan a un piloto u otro según les parezca más interesante o se identifiquen con él por el motivo que sea. La nacionalidad pasa por delante de todo lo demás y quien luce la rojigualda se convierte en una suerte de paladín que debe ser apoyado a las duras y a las maduras, tenga razón o no en lo que haga, se equivoque o no. Incluso en muchos casos, los aficionados acaban pretendiendo ser una especie de guardia pretoriana que nadie ha pedido.

Pero si algo hemos visto en el fútbol es que la polémica funciona bien. Aquellos aficionados que menos entienden del deporte sí entienden de palabras y donde les puede costar comprender cuando se habla de MGU-H o MGU-K, sí entienden lo que significa cuando un piloto sale y critica a otro por una acción en pista. Se trata de elementos más simples pero a la vez, más interesantes para quien no entiende el deporte. Todo aquello que el amante del automovilismo intenta evitar se acaba volviendo en carne de cañón para salir en primera página de cualquier periódico, página web o noticiario en televisión -en este caso ocuparía un espacio prioritario, aunque no una página, claro-.

Así que los enfados, las polémicas, las malinterpretaciones y en definitiva, las palabras, acaban convirtiéndose en lo que mueve el deporte, a nivel mediático. Es una forma de mantener los nombres y la competición en la mente de los aficionados, de instarles a comprar periódicos, leer artículos, etc. Pero el efecto secundario es terrible, puesto que el aficionado se acaba metiendo de lleno en la rivalidad hasta el punto que cruza la línea que separa la pasión del fanatismo. Y cuando se llega a ese punto, es difícil volver al punto anterior. Las buenas formas desaparecen y en su lugar llega el deseo de malos resultados del rival por delante de los buenos resultados del piloto al que se sigue habitualmente.

Como casi todo en el mundo del aficionado, el origen está en algo bonito. A fin de cuentas, seguir un deporte sin preferencias deportivas puede resultar ligeramente anodino para algunos y seguir a un deportista o equipo le añade ese picante que hace que se viva la competición con una emoción extra. Se vive de forma más primal, más visceral, más personal incluso. ¿Cómo no va a ser atractiva la idea de seguir la Fórmula 1 con una preferencia de un piloto en concreto? ¡Si eso consigue que se viva cada gran premio como una aventura! Casi como si el aficionado formara parte del equipo también, en cierta forma.

Teniendo todo esto en cuenta, no nos extraña que en España la mayoría de aficionados tengan poca profundidad en cuanto a su conocimiento, sigan a pilotos en concreto y los elegidos acaben siendo los españoles; hoy en día Fernando Alonso y Carlos Sainz. No es una crítica y de hecho, todo ello no es criticable. Es en todo caso algo lógico, esperable, sano e incluso bonito… siempre que se haga bien. ¿El problema? No se hace bien. Ni de broma. Un piloto español gana dos títulos y la afición española se cree que es el rey del mambo y que debe ganarlo todo. No concibe que pueda haber otros pilotos de un nivel igual, similar o mayor. Por lo tanto, si no gana debe ser culpa de otros. Ya estamos.

Lo que sigue a todo esto se ha tratado en otros artículos en otros lugares y no vale la pena entrar en detalles. Críticas faltas de sustancia y de respeto, textos poéticos que solo buscan ensalzar a un héroe trágico que no existe o ataques con afán destructivo cuyo único objetivo es reducir al rival a un nivel paupérrimo que permita volver a poner al paladín por delante. Triste, muy triste. Si los éxitos no llegan en pista, por lo menos que lleguen fuera de ella. O en el peor de los casos, toca desmerecer los éxitos ajenos para que los del español siempre sean mejores, más valorables y fruto de mayor talento. Ridículo.

Hace quince años, los seguidores del automovilismo en general y la Fórmula 1 en particular vivían una época con menos información que hoy en día pero sin tantos fanatismos, sin tener que compartir afición con aquellos que celebran problemas o accidentes de los rivales -incluso caídas donde puede haber lesiones, en el caso del motociclismo-, aquellos que intoxican el «mundillo». Hoy en día todo ha cambiado, con más información que nunca que nos debería permitir disfrutar como locos… pero la manzana de regalo ha venido con un gusano dentro. Queríamos más afición y eso nos ha traído una corrupción importante de lo que debería ser seguir un deporte.

Con lo bonito que sería que los aficionados que llevan menos tiempo siguiendo el automovilismo desearan aprender los detalles de este apasionante deporte para comprenderlo mejor y centrarse en todo eso en lugar de tener que recurrir a la polémica para mantenerse interesado… con lo fantástico que es cuando dos seguidores con preferencias distintas debaten sobre el deporte con respeto mutuo y con ganas de vivir competición sana los domingos… pero no. Es mucho mejor soltar críticas barriobajeras contra quien sea que interese. En su día fueron Michael Schumacher y Ferrari. Luego Lewis Hamilton. Más tarde, Sebastian Vettel y ahora Max Verstappen. ¡Y pobre de Stoffel Vandoorne, como se le ocurra quedar por delante de su compañero de equipo! Mientras tanto, algunos se tirarán del pelo mientras ven como su amado automovilismo sucumbe a la futbolización. ¿No podríamos tratar el deporte como se merece?

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