Más allá de lo patéticos y repugnantes que parezcan todos aquellos que se atreven a juzgar y pedir castigo a un piloto solo por expresar su opinión, resulta más miserable aquel ser anónimo que desde la comodidad de una cabina muy bien acondicionada, selecciona, edita y publica mensajes de radio para que los fanáticos de los escándalos, los críticos de oficio y las viudas del periodismo, se lancen a menoscabar a quien arriesga su vida, expone su integridad y da la cara por una Fórmula 1 cuyos organizadores y autoridades ni se inmutan a la hora de irrespetar al público con sus conductas tan perturbadoras.
Desde hace varios años sostengo la teoría de la manipulación de los mensajes de radio con fines faranduleros, aquí en esta página critiqué, desde el inicio de la temporada, que las transmisiones parecían orientadas a originar una especie de reality show barato, experimento que empezó con Max Verstappen en Australia y se ha extendido a lo largo del campeonato. Es evidente entonces que aquello que se estableció como medida preventiva para evitar órdenes de equipo ha derivado en una función teatral donde los dramático y lo conflictivo se organizan para presentarse a los espectadores con fines específicos, entre los cuales destaca el encubrir la modorra del monólogo Mercedes.
Quienes ahora asumen una posición mojigata, manifestando repudio y rechazo contra el vocabulario soez expresado por Sebastian Vettel en México, incluso exigiendo un castigo “ejemplar” como suspenderlo, en nombre de la sociedad, el respeto, la familia y demás; no caen en cuenta de la manipulación por parte de quienes son responsables de hacer públicos los mensajes. ¿Acaso quién censura, edita y coloca los pitidos sobre las malas palabras, no tiene la potestad de evitar la transmisión de tales mensajes por considerarlos inmorales? Se pudieron evitar la proliferación de ofensas, pero se advierte que esta Fórmula 1 necesita fomentar lo escatológico para originar masas afines.
Los nuevos paladines de la moralidad no han revisado los antecedentes de toda esta tramoya, especie de pote de humo creado e impulsado por esos mismos que están a la caza de cualquier error en pista o polémica fabricada en los despachos para de inmediato enfocar el rostro de los pilotos, sus familiares, jefes de equipos, mecánicos o entorno para así exponerlos a la afrenta pública y gozar de ello. Se presenta entonces a los auténticos protagonistas como seres viles, vulgares e inescrupulosos.
Y pensar que hay quienes se comen ese plato escupido por el cocinero y todavía le piden más. Por ello la Fórmula 1 se ha transformado en un triste show, algo absurdo donde la FIA y la FOM planifican cada método infame para llamar la atención. Persiste el empeño de las autoridades y de los organizadores en perjudicar a quienes dejan todo en la pista. Lamentablemente, también hay un público cómplice que disfruta las bajezas e impulsa a elevar el nivel de morbo.
En primera instancia, la FIA había limitado los mensajes de radio porque, según su criterio, los pilotos recibían mucha información de sus ingenieros y además algunos de esos mensajes estaban codificados. Sin embargo, alguien, y no creo que arbitrariamente, decidió publicar comentarios mordaces y sarcásticos. De esta forma, lo que en primera instancia resultó divertido luego se volvió costumbre, pero ahora raya en el hastío ya que desde las prácticas libres inicia el acoso. Se han pasado del límite y con lo de México han generado el efecto contrario. Lo sucedido en el Autódromo Hermanos Rodríguez fue un total irrespeto tanto a los presentes en el circuito como a los telespectadores, por tal razón han sido muchos los que se han identificado con Sebastian Vettel en su acción de ofender y mandar al diablo a Charlie Whiting y a todo lo que él representa.
Y es que se debe ser muy crédulo para pensar en espontaneidad, cuando la retahíla de mensajes ofensivos y malas palabras tiene tiempo instituida y ya está llegando al punto de saturar la paciencia de quienes acuden a observar un suceso deportivo, digno de la considerada máxima categoría del automovilismo, pero le ofrecen una proliferación de conflictos mediáticos, cual manifiesto tácito que no hay más nada que una desesperada apuesta por reemplazar a la audiencia que desertó ante tantas reglas paridas a medianoche. La estrategia actual parece apuntar al adiestramiento de una nueva generación de espectadores afín al chisme y a las intrigas, que se alimenten de la controversia y mantengan todo este show en su mente y en sus bocas, aunque bien alejado del sentido deportivo.
Sebastian Vettel, o cualquier piloto, tendrá todo el derecho de expresar lo que sienta o le salga del fondo del alma mientras apuesta su vida en las pistas para continuar enalteciendo a una categoría automovilística que arrastra un legado glorioso. Lo que no debe permitirse es que todos aquellos que no arriesgan nada se burlen de los espectadores con el único fin de lucrarse. Innegable es que desde hace rato la bajeza de quienes organizan la Fórmula 1 ha llegado a un punto tan ruin y negativo que en lugar de exaltar las demostraciones de los pilotos lo que hacen es exponerlos a las burlas, sancionarlos y acusarlos bajo cualquier pretexto.
Resulta cuanto menos cuestionable el hecho de que sea la misma transmisión oficial la que publique un mensaje donde se ofenda a un miembro de la FIA, situación inédita porque anteriormente existía un pacto para que simples groserías o mensajes sin contenido sustancial no fueran de dominio público ¿Por qué nadie de jerarquía se pronuncia al respecto? pues simplemente porque todos están de acuerdo en agitar un lodazal mediático para mantener cierto interés del público, por lo menos en aquellos que suelen permanecer despiertos después de las dos primeras vueltas, aunque, como en México, no sepan a ciencia cierta qué fue lo que ocurrió en medio de tantas sanciones extemporáneas.
Luego de toda esta barahúnda, de la cloaca abierta a la que lanzó otra piedra Sebastian Vettel, a veces la arroja Max Verstappen, algunas Fernando Alonso, otras Kimi Räikkönen o Romain Grosjean, no es de extrañar que la FOM se invente el Pay for hearing y ponga a pagar a todos aquellos que deseen escuchar los mensajes. Y es que al parecer el anzuelo está en el charco y la pesca de incautos ha resultado generosa.